Pido prestada la idea del célebre programa de Radio Clásica para hablar de compositores de esos que sólo parecen gustarme a mí, compositores que cuando son mencionados bien resultan indiferentes al aficionado medio o bien aburren con su música (cosa que a mí no me ocurre). En esta lista podría incluir a Max Reger (mi “raro” favorito, con lo cual es lógico que “abra el fuego” con él), Ottorino Respighi, Bohuslav Martinů, Ernest Chausson, Alexander von Zemlinsky, George Enescu o Heinrich Ignaz Franz von Biber. Pero también rarezas, obras casi desconocidas de compositores más “aceptados”: el piano o los lieder de Sibelius, los cuartetos de Nielsen, la única ópera de Schumann, etc.
Como digo, comienzo con Max Reger, compositor nacido en la localidad de Brand, en el Alto Palatinado, el 19 de septiembre de 1873 y fallecido en Leipzig el 11 de mayo de 1916. Resumo la información que sobre él se puede leer en AllMusic: sus primeros maestros fueron sus padres, que le enseñaron a teclear en el órgano y el piano; en 1884 empezó a estudiar con el organista Adalbert Lindner. A los 14 años asistió a una serie de representaciones en Bayreuth que le causaron una profunda fascinación: se dice de él que sus primeras influencias fueron Bach y Wagner. En 1890 empezó sus estudios con Hugo Riemann, en Wiesbaden.
El servicio militar supuso para él una experiencia devastadora y fue el origen de la dipsomanía que le afectó el resto de su vida y muy probablemente le llevó a la muerte. Tras recuperarse, inició una brillante carrera como pianista y director de orquesta. En 1901 se estableció en Múnich, donde se casó, al año siguiente, con Elsa von Bercken. En 1907, a causa de la hostilidad que sentía en la capital bávara, aceptó un puesto de profesor universitario en Leipzig, donde entre sus alumnos tuvo nada menos que a Georg Szell. En 1911 se le nombró director de la orquesta de la corte ducal de Meiningen; compatibilizó este puesto con su carrera de pianista y su actividad como compositor. Tanto trabajo le llevó a sufrir un primer ataque en febrero de 1914, que finalmente le obligó a abandonar su puesto en Meiningen. En marzo de 1915 se trasladó a Jena, ciudad que le debió de influir en gran medida, pues el propio compositor declaró que las obras creadas allí tenían un carácter peculiar que llamó su “estilo Jena”. No dejó en ningún momento de realizar giras de conciertos y en una de ellas le encontró la muerte, de un fulminante ataque al corazón.
Yo leí sobre Reger antes de conocer su música. Se hablaba de un genial cultivador del más estricto contrapunto y de las formas musicales más abstractas (música de cámara, variaciones) en una época de grandes masas orquestales y música con programa. Reger, que fue extraordinariamente prolífico, compuso muchísima música de cámara y tardó bastante en abordar la orquesta; su “Sinfonietta” Op. 90 fue el primer intento importante, pero ya en 1904-05. También fue un gran creador para el órgano; muchos intérpretes contemporáneos recibieron con gran agrado esta producción, que para muchos fue la de mayor calidad desde Bach.
Las primeras obras que escuché de Reger fueron sus Variaciones y fuga sobre un tema de Beethoven Op. 86, los Cuatro poemas sinfónicos sobre pinturas de Arnold Böcklin Op. 128 (uno de estos poemas se inspira en el mismo cuadro que la célebre Isla de los muertos Op. 29 de Rajmáninov) y la Suite de ballet Op. 130. Quedé admirado por ese lenguaje fronterizo, de rico cromatismo, a veces casi alucinado (¿la dipsomanía?). Pero de la misma manera me produjo gran admiración su música de cámara, que, por contra, es de un intimismo y, en ocasiones, de una sutileza increíbles: sus cuartetos (para mí, una pasarela entre Brahms y Schoenberg), su quinteto con clarinete, sus suites para violonchelo solo (otro de sus tributos a su admiradísimo Bach), sus obras para violín y piano o violonchelo o piano... En todas estas obras siempre se puede encontrar algo nuevo, algo que admirar...
En conclusión: un compositor injustamente olvidado, que parece ser que sólo se escucha, y poco, en Alemania. Misterio...
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