25.1.21

Beethoven: El estreno de la Novena Sinfonía (Últimos compases de la Novena Sinfonía)

 

Karoline Unger

El estreno de la Novena Sinfonía

Se trató de uno de los grandes éxitos de nuestro compositor. Así os lo cuento en mi Vida de Ludwig van Beethoven (pp. 302-306):

Convencido, pues, de que sus obras se tendrían que presentar en Viena, Beethoven encomendó a Schindler la farragosa tarea de encontrar un local y unas condiciones adecuadas para que el concierto tuviese lugar, aunque en la organización del evento también desempeñaron importantes papeles Lichnowsky, Nikolaus Johann e incluso Karl, en estos dos últimos casos para gran disgusto de Schindler. La primera idea fue utilizar el Theater an der Wien, que parecía el más adecuado por su tamaño para el evento. El conde Pálffy, su dueño, aceptó alquilarlo en unas condiciones bastante ventajosas que hacían de Beethoven por 1.200 florines el «amo y señor» del teatro, su orquesta y su coro, en palabras de Schindler. Sin embargo, no contento con esto, el compositor quiso además imponer su propio director musical y su maestro concertador. Los del teatro eran Ignaz von Seyfried y Franz Clement, y Beethoven quería a Umlauf y Schuppanzigh. Parece ser que Pálffy no tenía inconveniente en que se retirase Seyfried, pero no consintió que se sustituyese a Clement, al menos si Beethoven no se dignaba mandarle una nota que preservara su orgullo profesional como músico; pero ni aun así Clement parecía estar dispuesto a ponerse a las órdenes de Schuppanzigh. 

Por tanto, hubo que buscar otras opciones. Aunque se consideraron la Redoutensaal y (por consejo del editor Steiner) la Landständischer Saal, un pequeño local para unos 500 espectadores donde se celebraban los Concerts spirituels, Schindler acabó hablando con Duport, gerente del teatro Kärntnertor; aquí no había problema con los cambios de director y concertador, pero las condiciones eran peores para el compositor. Sin embargo no había otra opción. A estos problemas se unía la tradicional indecisión de Beethoven que, siempre en palabras de Schindler, «un día se oponía a vender las entradas de los palcos y de orquesta por suscripción, al día siguiente aprobaba la venta; un día quería al barítono Farti (el único capaz de cantar la parte del bajo en el último movimiento de la sinfonía tal y como estaba escrita) y al día siguiente prefería al bajo profundo Preisinger, aunque su rango no se extendía más allá del re sobre el pentagrama y no podía alcanzar el mi y el fa sostenido escritos en la parte, y así». A esto se unieron exigencias de Duport sobre el número de ensayos tanto del coro como de la orquesta y otras nimiedades como, por ejemplo, el intento de Beethoven de subir los precios habituales, algo que no consiguió a pesar de las gestiones de Duport ante la policía. 

Schindler cuenta también que para que se decidiera, urdió una treta con Lichnowsky y Schuppanzigh para que al fin tomase una decisión. Se encontraron con él como si fuese por azar, le hicieron expresar su opinión, uno de ellos la anotó medio en serio medio en broma y luego le dieron a firmar el texto. Beethoven se dio cuenta, montó en cólera y escribió estas tres célebres notas: 
No me visite más. No voy a dar un concierto. B – vn 
Le exijo que no venga de nuevo hasta que le envíe aviso de hacerlo. No habrá concierto. B – n
Desprecio lo que es falso – No me visite más. No habrá concierto – B – vn 
Por si estos problemas fueran pocos, se añadió la censura. Se pusieron objeciones al título «Misa» y a que se cantasen los textos en latín. Beethoven tuvo que escribir a Franz Sartori, jefe de la oficina de censura diciéndole que las obras se habían copiado ya y que no había tiempo de preparar otras que las sustituyesen. Añadía, además, que «en cualquier caso solo se van a interpretar tres obras de iglesia que, además, se llaman himnos». El conde Lichnowsky finalmente hubo de apelar al jefe de la Policía, conde Seldnitzky, que por fin dio su aprobación. 

Por tanto, por fin se pudo dar el concierto, que se fijó para el 7 de mayo. He aquí lo que decía el programa oficial: 

GRAN 
CONCIERTO MUSICAL 
de 
HERR L. van BEETHOVEN 
que tendrá lugar 
Mañana, 7 de mayo de 1824 
en el R. e I. Teatro de la Corte detrás de la Kärnthnerthor 

Las piezas musicales que se interpretarán son las últimas obras de Herr Ludwig van Beethoven 
Primero: Una gran Obertura 
Segundo: Tres grandes Himnos con voces solistas y coro. 
Tercero: Una gran Sinfonía con voces solistas y coro entrando en el finale sobre la Oda a la Alegría de Schiller. 
Las partes solistas las interpretarán las Demoiselles Sontag y Unger y los Herren Haizinger y Seipelt. Herr Schuppanzigh ha asumido la dirección de la orquesta. Herr Kapellmeister Umlauf la dirección de todo el conjunto y la Sociedad Musical el refuerzo de los coros y la orquesta como favor. 
El mismo Herr Ludwig van Beethoven participará en la dirección general 
Precios de entrada, los habituales. 
Comienzo a las 7 en punto de la tarde. 

La obertura fue la Op. 124, La consagración de la casa y los tres «himnos», el Kyrie, el Credo y el Agnus Dei de la Misa. El teatro se llenó; solo hubo una significativa ausencia: la de la familia imperial, aunque Beethoven y Schindler habían ido personalmente a invitarlos. Los emperadores se habían marchado de Viena unos días antes y el archiduque Rodolfo, lógicamente muy interesado, no pudo asistir por hallarse en Olmütz. 

Desde el punto de vista artístico, el concierto fue un gran éxito, a pesar de que la interpretación estuvo lejos de ser perfecta, seguramente a causa de la escasez de ensayos. El aplauso fue atronador. El compositor, como es lógico, no podía oír la ovación, y Karoline Unger hubo de tirarlo de la manga para que se diera cuenta, se volviese ante el público y la recogiese. En este sentido es más que elocuente la crítica que apareció en la Allgemeine Musikalische Zeitung, que cita Schindler en su biografía: 
Dónde podría encontrar las palabras para hablar a mis lectores de estas obras maestras cuya grandeza trascendió una interpretación que dejó mucho que desear, especialmente en la sección vocal, ya que tres ensayos fueron inadecuados para una obra que ofrece dificultades tan extraordinarias, mientras que la expresión de la imponente fuerza general, el equilibrio de luces y sombras, una perfecta seguridad de entonación y sutiles sombras de color fueron casi imposibles. Sin embargo, el impacto fue indescriptiblemente maravilloso y potente; se aclamó con gritos entusiastas elevados al maestro desde corazones desbordados, ¡pues su genio inagotable nos había abierto un nuevo mundo y desvelado mágicos secretos inauditos e insospechados de música divina! 
Sin embargo, desde el punto de vista económico el éxito no fue tan parejo. Descontando los gastos de alquiler del teatro, de copiado, etc., le quedaron a Beethoven 420 florines con los que aún tenía que sufragar alguna otra cosa. La reacción de Beethoven fue típica; invitó a cenar a Schindler, a Umlauf y a Schuppanzigh en el restaurante «Zum wilden Mann», del Prater, donde acudió en compañía de su sobrino, con semblante sombrío. Apenas empezada la colación, explotó, acusando injustamente a Schindler y a Duport de haberlo engañado. Se le intentó convencer de que aquello era imposible, ya que en todo momento las cuentas habían estado controladas y habían cuadrado perfectamente. Sin embargo, él insistió apoyándose en una presunta «fuente fiable» que probablemente no era otra que su hermano. Ante esto, Umlauf y Schindler se marcharon de inmediato; Schuppanzigh se quedó para intentar, infructuosamente, calmar al airado compositor, pero acabó yéndose también, seguro que con alguna pulla adicional.

La ilustración musical tiene su aquel. Se trata de los últimos cuatro minutos y pico de una Novena que se interpretó en abril de 1942. Parece mentira que una obra que trata de la hermandad humana, que habla de que bajo la chispa divina de la alegría, bajo su magia todos seremos hermanos, se utilizase para conmemorar el cumpleaños de alguien como Adolf Hitler, pero así fue. Wilhelm Furtwängler dirigió a la Filarmónica de Berlín y en la filmación vemos jerarcas nazis, heridos de guerra y, al final, a Goebbels dando la mano al director. Hay quien dice que luego se la limpió...



18.1.21

Los últimos cuartetos de Beethoven (Cuarteto de cuerda en mi bemol mayor Op. 127)

 

El príncipe Nikolai Borisovich Golitsin (1794-1866)

Los últimos cuartetos de Beethoven

Es bastante sabido que Beethoven dedicó los últimos años de su carrera creadora a la composición de cuartetos. El resultado son cinco obras maestras adelantadas a su tiempo y piedra de toque para cualquier conjunto de cámara que se precie. Pero, ¿cuál fue el acicate de tal efusión? Aquí os lo cuento, como siempre aprovechando un pasaje de mi Vida de Ludwig van Beethoven (pp. 282-284):

El 9 de noviembre de 1822 Beethoven recibió la siguiente carta proveniente de San Petersburgo: 
Monsieur!
Me tomo la libertad de escribirle, como alguien que es tan apasionado aficionado musical como gran admirador de su talento, para pedirle si no consentiría en componer uno, dos o tres nuevos cuartetos, trabajo por el que con gusto le pagaré lo que considere usted oportuno. Aceptaré la dedicatoria con gratitud. Hágame saber a qué banquero he de dirigir la suma que desee usted obtener. El instrumento que cultivo es el violonchelo. Espero su respuesta con la más viva impaciencia. Tenga la bondad de dirigirme su carta como sigue
Al príncipe Nicolas de Galitzin en San Petersburgo al cuidado de Messrs. Stieglitz y Cía, banqueros.
Le ruego acepte la seguridad de mi gran admiración y mi enorme respeto.
Príncipe Nicolas Galitzin 
¿Quién era este príncipe Galitzin o, mejor dicho, Nikolai Borisovich Golitsin? Era un joven aristócrata ruso (por entonces de 27 años de edad), perteneciente a una de las más nobles familias del imperio de los zares, que tenía bastante relación con Viena, ya que un pariente suyo, Dimitri Mijailovich Golitsin, había sido embajador de Rusia ante la corte de Viena durante casi 30 años y él mismo había vivido en la capital imperial entre 1804 y 1806. Era un gran violonchelista aficionado y gustaba de interpretar música de cámara, por lo cual no es extraño que solicitase al más importante compositor de la época que le suministrase música que pudiera tocar y disfrutar. La respuesta que le dio Beethoven data del 25 de enero de 1823: 
¡Alteza!
No habría dejado de contestar a vuestra carta del 9 de nov[iembre] antes si la multitud de mis asuntos no me hubiese impedido escribiros. Es un gran placer para mí encontrar que Vuestra Alteza está interesado en obras de mi creación. Deseáis tener algunos cuartetos; como veo que cultiváis el violonchelo, tendré cuidado de daros satisfacción en este aspecto. Dado que estoy obligado a vivir de los productos de mi mente, he de tomarme la libertad de fijar el honorario por un cuarteto en 50 ducados. Si esto os place, os ruego me informéis pronto y que dirijáis esta suma al banquero Henikstein de Viena; me comprometo a finalizar el primer cuarteto a finales del mes de febrero o como muy tarde a mediados de marzo.
Al expresaros mi real interés en vuestro talento musical, agradezco a Vuestra Alteza los respetos que habéis tenido a bien señalar, al elegirme para incrementar, si es posible, vuestro amor por la música. Tengo el honor de ser
el más humilde servidor de Vuestra Alteza
Louis van Beethoven 
A pesar de que esta propuesta sin duda impulsó su idea de componer cuartetos, Beethoven ya la estaba considerando antes. En la citada carta a Peters del 5 de junio de 1822 le pide 50 ducados «por un cuarteto para dos violines, viola y violonchelo, que también podría tener muy pronto» y un mes después, el 6 de julio, dice al mismo editor que «en cuanto al cuarteto con violín, que aún no está terminado del todo, porque algo se ha interpuesto, sería difícil para mí reducir el honorario que le pido por esta obra», lo cual parece indicar, aunque es improbable, que ya por entonces pudiera estar trabajando en lo que después se convertiría en el cuarteto Op. 127, el primero de los que ofreció a Galitzin. Y ya comprobaremos que, a pesar del habitual exceso de optimismo, ese cuarteto, que prometía para marzo de 1823 como muy tarde, no estuvo listo hasta casi dos años después.

A los dos o tres cuartetos de Galitzin se añadieron más, como ya sabemos, aunque, como se indica en el último párrafo, Beethoven demoró bastante el encargo. Más se demoró el príncipe en el pago de los honorarios, que Beethoven no llegó a recibir... Como ilustración musical, os traigo el primero de estos cuartetos, el Op. 127, escrito entre 1824 y 1825 y estrenado el 6 de marzo de este último año por el cuarteto de su amigo Ignaz Schuppanzigh. Los intérpretes son unos de los más reconocidos en este repertorio.


12.1.21

Beethoven y Rossini (Escena y aria "Ah, perfido!" Op. 65)

 


Beethoven y Rossini

La fama mundana que Beethoven había adquirido a raíz del Congreso de Viena se fue eclipsando poco a poco, aunque el «golpe de gracia» se lo dio la irrupción de Rossini y su música como rabiosa moda, casi una locura, en la capital imperial. Así os lo cuento (y también el encuentro entre los dos compositores) en el libro (pp. 280-281):

Si nos retrotraemos al final de la primavera de este año de 1822, nos encontraremos con Rossini en Viena. Al final del capítulo anterior ya se mencionó que la «locura por Rossini» (en palabras de Thayer) fue causa del descenso de la enorme fama que Beethoven había conseguido la década anterior. La celebridad del compositor de Pesaro hizo que a finales de marzo de 1822 llegase a Viena invitado por Barbaja para asistir a una temporada de tres meses durante la cual se iban a representar varias de sus óperas en el teatro Kärntnertor; la primera fue Zelmira, el 13 de abril y siguieron cinco más antes del cierre. Barbaja hizo venir a una compañía operística napolitana con tal fin, compañía en la que la prima donna no era otra que la española Isabel Colbrán, con la que se acababa de casar el compositor italiano. 

Rossini había tenido la oportunidad de escuchar música de Beethoven y sentía una profunda admiración por él. Por medio de Artaria intentó visitarlo, pero se encontraba indispuesto y hubo de esperar a una segunda ocasión, en la que el intermediario fue el poeta Giuseppe Carpani, todo esto según el propio Rossini. La entrevista contó con el lastre del idioma y de la sordera de Beethoven, pero de ella surgieron interesantes comentarios que han quedado para la posteridad gracias al relato que de ella hizo Rossini a Richard Wagner cuando este lo vio en París en 1860. Al darse cuenta Beethoven de quién era su visitante, le dijo en un italiano «bastante comprensible»: 
¡Ah! Rossini, usted, ¿el compositor del Barbiere di Seviglia? Enhorabuena; es una excelente ópera bufa; la he leído con placer y he disfrutado. Será interpretada mientras exista la ópera italiana. Nunca pruebe otra cosa que no sea la ópera bufa, violentaría su destino queriendo tener éxito en un género diferente. 
Ante lo cual Carpani contestó que el compositor italiano ya había escrito muchas óperas serias que le había enviado para que las examinase; Beethoven replicó: 
Claro, las he repasado pero, vea, la ópera seria no está en la naturaleza de los italianos. Para el verdadero drama no conocen suficientemente la ciencia de la música y, ¿cómo podrían adquirirla en Italia? En la ópera bufa nadie puede igualar a los italianos. Su lenguaje y su temperamento los predestina para ello. 
Sin duda estas opiniones, unidas a la citada locura que sintió el público vienés por la obra del italiano contribuyeron y no poco a que la música de Beethoven dejase de cuadrar con los gustos de la capital imperial.

Para ilustrar musicalmente este encuentro, recurro a la que tal vez sea la composición de Beethoven sobre un texto italiano más conocida, la scena ed aria «Ah, perfido!» Op. 65. Fue escrita a comienzos de 1796 sobre unos versos que en parte son obra del célebre Metastasio. Beethoven se la dedicó a la condesa Josephine Clary, quien la estrenó durante la gira del compositor por Praga el mismo año de su composición. La versión tiene protagonistas míticos.