27.8.12

Debussy: "Cortège" (Petite Suite)

La semana pasada se cumplieron 150 años del nacimiento de Claude Debussy, un compositor revolucionario pero exquisito. Hoy os traigo una composición no muy conocida del músico de Saint-Germain-en-Laye; se trata del segundo movimiento, titulado Cortège, de la Pequeña Suite, una obra de juventud (1889) escrita para piano a cuatro manos y que fue orquestada por Henri Büsser.



Efemérides musicales de la semana
  • 27 de agosto:
    • 1521: muere en Condé-sur-L'Escout Josquin Desprez.
    • 1964: muere en Leningrado Alexei Zhivotov.
  • 28 de agosto:
    • 1867: nace en Foggia Umberto Giordano.
    • 1894: nace en Graz Karl Böhm.
    • 1914 (16 de agosto según el calendario juliano): muere en Polïnovka Anatoli Liadov.
    • 1959: muere en Liestal (Suiza) Bohuslav Martinu.
  • 29 de agosto:
    • 1920: nace en Kansas City Charlie Parker, Bird.
  • 31de agosto:
    • 1911: nace en Chillán (Chile) el tenor Ramón Vinay.
    • Cumple 67 años el violinista Itzhak Perlman (nacido en Tel Aviv el 31 de agosto de 1945).
  • 1 de septiembre:
    • 1656: nace en Nuremberg Johann Pachelbel.
    • 1854: nace en Siegburg Engelbert Humperdinck.
    • Cumple 77 años el director Seiji Ozawa (nacido en Fenytien, China, el 1 de septiembre de 1935)
  • 2 de septiembre:
    • 1981: muere en Varsovia Tadeusz Baird.
    • Cumple 84 años Horace Silver (nacido en Norwald el 2 de septiembre de 1928)

21.8.12

Brahms: Serenata nº 1 (primer movimiento)

Bien, hay que desempacharse un poco de Wagner. Y qué mejor para ello que la música de alguien a quien quisieron poner como su contrapunto: Johannes Brahms. Aquí os traigo un juvenil y delicioso ensayo en la música sinfónica que compuso el maestro de Hamburgo a los 25 años.



Efemérides musicales
  • El 21 de agosto de 1904 nace en Red Bank, Nueva Jersey, el pianista y director de banda de jazz William Basie, más conocido como Count Basie.
  • Hoy cumple 79 años la mezzosoprano Janet Baker (nacida en Hatfield, Inglaterra, el 21 de agosto de 1933).

20.8.12

Wagner: Parsifal

Lo que os pongo hoy es un disparate. Se trata de Parsifal completa, precisamente la versión a la que asistimos el pasado 5 de agosto que, para mi gran asombro, ya está colgada en YouTube. ¡Ánimo, valientes

Primer acto


Segundo acto


Tercer acto



Efemérides musicales
  • El 20 de agosto de 1611 muere en Madrid Tomás Luis de Victoria. 

14.8.12

Bayreuth (y III)


V

El entreacto es otro de los rituales de Bayreuth. Son generosos –duran cerca de una hora- y permiten bien cenar, bien observar lo que hace la gente. Es un alivio salir, incluso un día soleado y caluroso como aquél, del horno de la Festspielhaus. Unos corren al servicio, perfectamente organizado para que no haya atascos, especialmente el de las damas, otros lo hacen hacia las barras que el Steigenberger monta para hacerse con algún líquido que llevarse a la garganta. Unos eligen champán, otros cerveza, algunos a palo seco, otros con una especie de rosquillas típicas de Baviera.(7)
    Mientras tomábamos una cerveza en el Steigenberger, a nuestro lado bebía champán una pareja japonesa, él con esmoquin, ella con el típico kimono. Un caballero alemán fingía hacer fotos a su esposa cuando lo que en realidad buscaba era retratar el exótico atavío de la mujer, algo que me pareció irreverente e indigno de un señor que iba tan elegante.
    Tenía éxito la pareja, pues otro caballero se acercó a hablar con ellos, les preguntó si era la primera vez que iban a Bayreuth e hizo comentarios elogiosos sobre la “original, bella y atrevida” puesta en escena.
    Paseando por los jardines pudimos ver otra escena curiosa. Cerca del busto de Liszt algunos caballeros trasladaban unas cestas. Entraban en el césped, extendían mantas en el suelo y allí hacían picnic, con su traje de gala y todo, aunque, dado el calor, se despojaban de la americana.

 Raquel en los jardines de la Festspielhaus
Si ampliáis la foto, veréis arriba un grupo de caballeros elegantemente vestidos haciendo picnic.

    Nosotros comentábamos lo que habíamos visto e intentábamos comprenderlo. ¿Qué nos quería decir Herheim? ¿Realmente quería decir algo o se estaba dedicando a ese deporte tan popular entre los de su profesión, a épater le bourgeois? ¿Estaba trazando un paralelismo entre Parsifal y la historia de Alemania en el siglo XX? Seguramente alguna de estas preguntas encontraría respuestas en los otros dos actos.
    Ver reunida a la gente ante el balconcillo nos indicó que pronto vendría la fanfarria y empezaría el segundo acto. Así fue, efectivamente, con puntualidad alemana, poco antes de las siete de la tarde. Otra vez había que entrar en la caldera.

VI

El comienzo del segundo acto nos reafirmó claramente en la idea del paralelismo con la historia de Alemania. Las películas que en el primer acto mostraban soldados alegres y confiados eran ahora de muerte y desolación y en el escenario lo que había era un hospital de guerra. Klingsor era una especie de travesti (frac, pero liguero y medias, ya había aparecido fugazmente en el primer acto cuando Gurnemanz cuenta la desgracia de Amfortas) y las muchachas-flores, enfermeras de un hospital de campaña que atendían, se supone, a los caballeros de Klingsor que iba derrotando Parsifal según se acercaba al jardín mágico. Kundry aparecía vestida igual que Amfortas en el primer acto. De hecho, se parecía un montón y no sólo a él, sino a la Herzeleide del preludio. Incluso, llegado un momento, le empezó a sangrar el costado como al pecador rey del Grial.
    Parsifal hizo su entrada tirándose desde una altura considerable hasta una gran colchoneta. Menos mal que no hubo percance. Kundry apareció después vestida como Klingsor, pero con los pantalones del frac en su sitio. El momento más impactante de este acto llegó al final. Cuando Kundry pide ayuda a Klingsor y éste aparece en lo alto, de repente se despliegan unas banderas nazis, en lo alto del escenario aparece el águila con la esvástica, surgen de los laterales soldados de la Wehrmacht o las SS, vaya usted a saber, y en el círculo que hay en el centro del escenario aparece un muchacho vestido con el uniforme de las juventudes hitlerianas que es quien finalmente amenaza con la lanza a Parsifal para que después caigan banderas, águila y soldados. Lo cierto es que podíamos haberlo imaginado, pues en los últimos momentos del larguísimo dúo entre Parsifal y Kundry surgieron por la parte trasera del escenario un grupo de personas que tenían el aspecto de refugiados o, tal vez, de judíos deportados…
    En ese momento nos quedamos de piedra. Sabemos que en Alemania este tipo de alusiones suelen herir mucho las sensibilidades, pero lo curioso es que no apreciamos ningún tipo de reacción extraña.(8)
    Al caer el telón, otra vez empezó a aplaudir el público. Esta vez no fue el aplauso un tanto tímido del final del primer acto, un aplauso que parecía hecho por quienes sabían que rompían una tradición –de la que acaso nadie se acuerde ya-, sino una ovación que pide la salida de los cantantes. Y así fue. Salieron Thomas Jesatko, Burkhard Fritz y Susan Maclean, Klingsor, Parsifal y Kundry, respectivamente, para recibir los aplausos y también los pateos (que quedaban apagados por la ovación), suponemos que dirigidos sobre todo al tenor de Hamburgo.(9)
    Salimos, pues, más desconcertados aún que en el primer acto y fuimos directamente a la mesa que nos habían reservado en el Steigenberger, donde ya vimos nuestras cervezas –Aktien y Maisel’s, ambas elaboradas en Bayreuth- recién servidas. De inmediato se acercó un camarero a decirnos que en un minuto estaría la cena. Y así fue. A nuestro alrededor la gente también cenaba, entre continuos brindis con champán. Y suponemos que, al igual que nosotros, comentaban la puesta en escena y se hacían numerosas preguntas. Tal vez era ésa la intención de quien la ideó.

Cenando en el Steigenberger
 
    Apuramos la cena y aún nos dio tiempo a pasear –empezaba a refrescar un poco- hasta que la última fanfarria de nuevo nos indicó que teníamos que volver a ocupar nuestras localidades.

VII

Tras el preludio, lo que se nos mostró fue un paisaje arrasado por la guerra con Gurnemanz en uniforme militar y Kundry ataviada como al final del segundo acto, con una túnica blanca manchada de sangre en el costado, como Amfortas. Parsifal apareció melenudo y vestido cual guerrero medieval, lo cual contrastaba poderosamente con el entorno. La omnipresente cama había desaparecido de su lugar y se encontraba, rota y ajada, a un lado.
    Cuando llegó otro de los momentos emocionantes de este último acto, el conocido como Karfreitagszauber (“La magia del Viernes Santo”) la sorpresa se produjo cuando ante la especie de pequeño escenario dentro del escenario en que se hallaban Gurnemanz, Parsifal y Kundry empezó a desfilar una procesión de mujeres con aspecto de trabajadoras de la era soviética; nuestros personajes principales las obligaban a detener su cansina marcha y a subir, como invitándolas a unirse a alguna causa y a la vez ofrecer consuelo. Me gustó especialmente el momento en que, cuando Gurnemanz dice lo de “Da die entsündigte Natur / heut’ ihren Unschuldstag erwirbt” un enorme espejo se dirigió hacia nosotros y mostró a todo el auditorio.
    Otra curiosidad fue que en la proyección cinematográfica del fondo, con el omnipresente muro que empezó a crear el niño del primer acto y que ahora se reconstruía, apareció durante un momento una declaración de los hermanos Wieland y Wolfgang Wagner en la que se pedía que no se relacionase el Festival que restauraron en 1951 con la política.
    Cuando cambia la escena para que se aproxime el cortejo de caballeros que porta el cadáver de Titurel, lo que se nos muestra es el Bundestag, donde dichos caballeros discuten acaloradamente tras hacer entrar el féretro envuelto en la bandera de Alemania. Un enorme espejo redondo ofrecía una visión cenital de la escena, con el águila alemana en el suelo adquiriendo un puesto preeminente. Amfortas entra como orador, es increpado al negarse a oficiar por última vez la ceremonia de descubrir el Grial y cuando se rasga la ropa para mostrar su herida recibe una lluvia de papeles arrebuñados.
    Como sabemos, al final Parsifal cura la herida de Amfortas, logra su redención y se convierte en rey del Grial. En este caso, una vez hecha su labor desaparece; Kundry y Gurnemanz se quedan al frente del escenario mirando al público; de la concha del apuntador sacan a un niño que se les une. El gran espejo redondo se dispone hacia el público y se convierte en un enorme orbe. Al final, en la parte de arriba, la figura de una paloma blanca proyecta su luz sobre todo el teatro. Telón.
    Tras unos tensos segundos, estalló el aplauso y empezó el ritual del saludo de todos los participantes, además de los ya citados, Detlef Roth (Amfortas) y Kwangchul Youn (Gurnemanz, sin duda el más aclamado).(10)  También el director del coro, Eberhard Friedrich, con sus pupilos, ellas ya vestidas de calle, y el director musical, Philippe Jordan (que se puso una chaqueta de frac para ir a saludar; en el foso iba en mangas de camisa, como pudimos ver en los espejos que antes he mencionado). Todos tuvieron su ración de aplauso (mayoritaria) y pateo (más minoritaria para unos que para otros).
    Salimos del teatro; ya había anochecido. A medida que nos alejábamos en busca de nuestro coche y dejábamos atrás esa multitud tan bien vestida subiendo en taxis y otros vehículos empezábamos a tener la sensación de haber vivido una experiencia inolvidable, irrepetible porque posiblemente una segunda vez en Bayreuth no se puede equiparar a esta especie de iniciación que representa asistir por primera vez a una representación de un drama musical de Wagner en el vetusto y poco estético pero único y excepcional teatro que se alza en lo alto de la Verde Colina.

(7) Lo de “típicas de Baviera” lo dedujimos al ver, en el aeropuerto de Munich, llaveros cuya forma reproducía estos bollos, que se conocen como bretzel.
(8) Lo cierto es que, según la página Web citada en la nota 5, las primeras veces que se puso en escena esta versión sí que hubo protestas ante la aparición de los fatídicos símbolos. Para el autor de la reseña esto supone que en Alemania “el pasado está más presente que lo que muchos quisieran pensar”.
(9) Tenía yo cierta curiosidad por ver como atacaba Susan Maclean el terrible la agudo en “Ich sah Ihn – Ihn – und… lachte!”, ya que en la representación del domingo anterior, cuyo segundo acto escuché casi completo por la radio, lo resolvió de muy mala manera. Aquí hubo suerte y salió bien.
(10) Los repartos y demás créditos se pueden consultar en el modesto foyer; aparecen en la pared en unas hojas tamaño DIN-A4, sin grandes ostentaciones, incluso es difícil encontrarlas y distinguirlas.

Auf wiedersehen, Festspielhaus!


13.8.12

Bayreuth (II)


III

Por fin llegó el gran momento, la tarde de la representación de Parsifal. Mi primera preocupación había sido el atuendo adecuado. Había consultado con un amigo, conspicuo wagneriano veterano de Bayreuth, que me había dicho que allí la gente se ponía de punta en blanco y más, pero que también se podían ver vestimentas algo más informales. Yo sobre todo pensaba en mis lecturas, en las que siempre se aludía al calor tan grande que hace dentro de una Festspielhaus atestada de gente y sin aire acondicionado. Así que decidimos ir más bien informales.(4)
    Lo cierto es que mi amigo tenía razón. Ya al salir del hotel empezamos a ver caballeros con esmoquin y damas con traje de noche, a pesar del calor que en la calle ya tenía cierta consideración.
    Dejamos el coche en el aparcamiento que hay a la izquierda de la Festspielhaus según se llega desde el centro, donde unos hombres con chaleco reflectante organizaban perfectamente la llegada y depósito de vehículos. Por el camino nos asaltaban jóvenes que repartían folletos de algún restaurante cercano. Pasamos por el lateral oeste del edificio, donde se encuentra la taquilla oficial, esa Kartenbüro con la que tanta correspondencia había mantenido los últimos años. Al parecer hay gente que se acerca por allí poco antes del comienzo de las representaciones a la caza de entradas devueltas a última hora (la oficina de billetes abre dos horas y media antes de la representación). También había personas con carteles en los que ponía Karten suche, es decir, “busco entradas”, en una especie de acción desesperada por ver si algunos de los que nos dirigíamos hacia el teatro nos arrepentíamos a última hora.
    Frente al añadido que se hizo en 1882 para el rey Luis II de Baviera y que ahora hace las veces de puerta principal ya se arremolinaba la gente o pasaba hacia las barras situadas a la derecha para tomar un refrigerio a precio de oro. Damas y caballeros elegantemente vestidos pagaban un dineral por una copa de champán, una cerveza o una botellita de agua mineral. Lo cierto es que es un ambiente difícilmente descriptible, pues en ese momento empieza a sentirse algo distinto; es una sensación de que se va a asistir a algo excepcional, algo que no se puede experimentar en ningún otro sitio.
    Nos acercamos al restaurante para que nos mostrasen nuestra mesa y para elegir los platos y las bebidas, que servirían de inmediato cuando, en el segundo entreacto, nos sentásemos. Volvimos luego hacia la fachada principal y empezamos a buscar la puerta por la que deberíamos entrar. Esto provocó que nos perdiésemos el primero de los rituales de Bayreuth: la fanfarria. En realidad sólo nos perdimos la primera, ya que es algo que se repite al comienzo de cada acto, y sí que pudimos ver las otras dos.

Esperando la fanfarria
 
    Como un cuarto de hora antes del comienzo de cada acto sale al balcón un conjunto de músicos (en este caso eran ocho), con instrumentos de viento-metal, que interpretan uno de los motivos que sonarán en el acto que seguirá. Ello hace que la gente se reúna frente al balcón y haga fotos o grabe en vídeo el momento, para luego aplaudir. Y eso da la señal para apurar el champán o la cerveza y dirigirse hacia la puerta correspondiente.


 
   Nosotros estábamos en la fila 24, asientos 18 y 19, y nuestra puerta era la VI. Como está en la parte más alta del patio de butacas, era necesario subir una escalera para llegar. Vimos a mucha gente con cojines (se pueden alquilar por 2 € en unos mostradores del austero foyer) y recordamos otra de las características que siempre se suele mencionar: la incomodidad de los asientos de la Festspielhaus; hay quien afirma que eso es así para evitar que la gente se duerma…
    El caso es que el asiento es algo mullido; el problema está en la espalda, cruelmente dura y corta, con lo que una estancia prolongada se convierte en un desafío para la zona lumbar.
    En cada puerta, una joven con uniforme gris –chaqueta y pantalón, blusa blanca-, se encargaba de leer los códigos de barras de las entradas. En la solapa, una tarjeta de identificación que además señalaba los idiomas en los que se podía comunicar; la nuestra sabía alemán, inglés y japonés… El caso es que tenía que haber bastantes españoles, especialmente catalanes –sabida es la tradición wagneriana de los liceístas- pero nuestro idioma brillaba bastante por su ausencia. Suerte que algunos carteles e indicaciones estaban también en francés e inglés, pero muchos de ellos estaban escritos sólo en alemán.
    Cuando por fin nos sentamos pudimos contemplar el esquivo patio de butacas de la Festspielhaus. Esquivo porque tampoco es que abunden demasiado las fotos del interior de este edificio. Muy claramente se indica que por razones de copyright, que se me escapan si no se refieren a la representación de la obra, está prohibido hacer fotos. Muy amablemente las chicas de gris se lo recordaban a quienes, una vez en sus asientos, se lanzaban entusiastas a fotografiar el apretado anfiteatro, el techo de colores crema y azul celeste, que dicen que simula el velamen de un barco, las columnas laterales con sus globos de luz, el austero telón, la cubierta azul oscura que tapa el foso de la orquesta… Yo, muy cumplidor, apagué mi teléfono móvil nada más entrar, pero pequé en los entreactos. No podía irme de allí sin hacerme una foto dentro.

Una de mis fotos clandestinas dentro de la Festspielhaus.
No sé si querría saber qué estaba pensando mi vecino de localidad

     Y allí estaba, en el mismo lugar en cuyo escenario habían actuado los Windgassen, Hotter, London, Weber, Neidlinger, Greindl, Varnay, Nilsson, Mödl, en cuyo foso habían dirigido los Furtwängler, Toscanini, Knappertsbusch, Böhm… Donde el propio Wagner había supervisado ensayos e incluso dirigido parte de sus obras. Donde habían estado las testas coronadas de Europa. Donde los principales músicos europeos habían acudido para salir maravillados o indignados. En definitiva, en un lugar único.

IV

Y al fin, a las cuatro en punto, se apagaron las luces y empezó a sonar el preludio del primer acto. El inigualable sonido que se logra en aquel teatro comenzó a envolvernos, pero la experiencia mística duró poco ya que para nuestra sorpresa se abrió el telón de inmediato. Hay que decir que las puestas en escena, no sólo en Bayreuth, son desde hace un tiempo el centro de atención de toda representación operística. Curiosamente, parece que quien se ha convertido en el personaje más importante en este mundillo es el que, en la jerga operística, se conoce como el regisseur. En este caso, se trataba del noruego Stephan Herheim, que en el preludio nos planteó la muerte de Herzeleide, la madre de Parsifal, como una escena burguesa de finales del siglo XIX, con Parsifal vestido de marinerito, Kundry como criada, Gurnemanz como quién sabe qué y dos caballeros del Grial como médico y sacerdote, respectivamente.(5)  En el centro del escenario, una cama, que desde ese momento sospechamos se iba a convertir en el objeto central de esa puesta en escena. También un caballito de madera, que más adelante es casi destrozado por los escuderos del Grial, acción cuyo significado se nos escapó. El niño, además, empieza a construir un muro con grandes ladrillos grisáceos sobre la concha del apuntador que adquiere cierta relevancia a lo largo de toda la representación.
    Los primeros momentos se desarrollan en un jardín, la gente vestida como a finales del XIX, todos ellos llevando unas alas más o menos grandes a la espalda (las de Gurnemanz eran descomunales), salvo Kundry y el niño que, suponemos, representaba a Parsifal. Cuando éste apareció de verdad, tras su ataque al cisne (que cayó desde arriba, donde estuvo en una especie de panoplia desde que se alzó el telón), vimos a un orondo tenor con traje corto de marinerito, lo cual no dejaba de ser grotesco.
    El calor era insoportable. Yo notaba cómo me caían por la frente y por el cogote gruesas gotas de sudor que enjugaba con el pañuelo, el cual utilizaba también de vez en cuando como abanico silencioso. A veces una leve corriente de aire, seguro que proveniente de algún abaniqueo cercano, mitigaba un poquito la sensación. Sin embargo, hubo quien no resistió: no había sino comenzado el primer acto y unas filas más abajo vimos cómo tenían que sacar a alguien fuera de la sala. Suerte que se hallaba cerca de la puerta, si llega a estar en una de las localidades del centro… Y añado que lo extraño es que no sucediese en más ocasiones, dada la media de edad de los asistentes.
    Hubo un momento que me hizo sentir una especial emoción. En este larguísimo primer acto (duró casi una hora y cincuenta minutos), ya cerca del final, se desarrolla la que se conoce como “escena de la transformación”, en la que los caballeros del Grial se dirigen en procesión al templo para asistir a la ceremonia de descubrimiento de la sagrada reliquia por Amfortas, el rey herido. En ese momento empiezan a sonar unas graves campanas –cuatro o cinco notas que se repiten varias veces-, efecto que es causado por unos enormes cilindros metálicos que se accionan con una especie de teclado, artilugio que ideó el propio Wagner y de los que vi una foto antigua en el libro de Spotts que he citado en la nota 3.(6)  Siempre me impresionó ese pasaje cuando lo escuchaba en disco. Allí dentro de la Festspielhaus el efecto es arrollador. No pude contener las lágrimas: ¡Qué glorioso sonido!
    Fuimos llegando al final del acto. Pudimos ver al fondo una filmación de soldados alemanes preparándose alegres para marchar al frente en lo que supusimos momentos iniciales de la primera guerra mundial. En efecto, los caballeros del Grial se habían convertido en tropas preparadas para irse a las trincheras, contentos, convencidos de la victoria e intentando en vano que Amfortas se uniese a ellos. De repente, todo cambia, volvemos al dormitorio que se nos mostró en el preludio y un Gurnemanz al que le han desaparecido las alas, despacha sin contemplaciones no al grueso tenor del traje de marinerito, sino al niño que se pasó todo el acto de aquí para allá sobre el escenario y que posiblemente ha soñado –y no entendido- todo lo que hemos visto.
    En contra de la costumbre y de las indicaciones de Wagner, el público aplaudió al final de este acto. (Parece ser que esta “profanación” viene de mediados de los años 60 del siglo pasado, cuando Kna desapareció del mapa y Pierre Boulez trajo un supuesto aire fresco.) Yo no lo hice.

(4) Sin embargo, el propio Wagner quiso fijar un código de vestimenta: chaqués y grandes toilettes (Spotts, op. cit., p. 25).
(5) Más adelante me enteré de que se desarrollaba en Wahnfried. Se puede encontrar una explicación detallada de esta puesta en escena, fotos incluidas, en http://www.wagneropera.net/RW-Performers/Stefan-Herheim-production-of-Parsifal-in-Bayreuth.htm. Aquí voy a reflejar simplemente las impresiones –y el desconcierto- que entonces nos causó. 
(6) Véase Spotts, op. cit., p. 87. 

Busto de Liszt en los jardines que rodean la Festspielhaus

12.8.12

Bayreuth (I)



I

En el año 2003 escribí una carta en alemán a la oficina de entradas (Kartenbüro) del Festival de Bayreuth. La copié de la información que un aficionado altruista había puesto en un foro especializado en Wagner. Hay varias formas de conseguir entradas para asistir a una representación en la Festspielhaus de Bayreuth; la única que no tiene recargo económico es ésta. Hay que mandar una carta, no un fax ni un correo electrónico, sino una carta. Y armarse de paciencia, ya que la espera suele ser larga.
    Escogí Parsifal como la obra que deseaba ver allí. No fue una elección azarosa, ya que siempre había escuchado hablar sobre la excepcional acústica lograda en aquel recinto y Parsifal es una obra que compuso Wagner teniendo en cuenta precisamente esta característica de su teatro de festivales.
    A los pocos meses mi alegría fue inmensa al recibir una carta del Festival. En ella se incluía un folleto con información sobre las obras que se iban a representar y sobre quiénes iban a ser los responsables de dichas interpretaciones. También un plano del teatro en el que aparecían las diferentes zonas del patio de butacas, palcos y balconcillos y un papel verde con el que se  solicitaban las entradas. Una vez relleno, ese papel verde había que mandarlo a la oficina, siempre por el correo postal de toda la vida, antes de que mediase octubre, fecha en la que se cerraba la recogida de peticiones.(1)
    Con el tiempo, llegaba otra carta, en alemán, diciendo que estaban desbordados y que incluso antes de que se cumpliese la fecha las solicitudes habían superado con creces el número de entradas que podían ofrecer. El Festival dura poco más de un mes y hay 30 funciones; salen a la venta casi 60.000 entradas, pero las peticiones suelen llegar a las 500.000 anuales.
    Esta rutina se repitió invariable los años que siguieron. Sin embargo, el 22 de diciembre de 2011, día del sorteo de lotería de Navidad, recibí el premio gordo. Esta vez no llegó la carta de disculpas, sino la factura de las entradas. 2012 sería mi año.
    Con las ansiadas entradas llegó abundante información suministrada por la Oficina de Turismo de Bayreuth. Nos ofrecieron intermediar en la búsqueda de alojamiento –de hoteles de cuatro estrellas a habitaciones en casas de vecinos-, para lo cual nos suministraban un código que nos identificaba como asistentes al Festival. También llegó información de la cadena Steigenberger, que regenta el restaurante anejo a la Festspielhaus, ofreciéndonos ya la posibilidad de hacer una reserva para la cena en un entreacto e indicándonos que en el mes de julio nos enviarían el menú para que lo eligiésemos con antelación.
    Así que, casi ocho meses antes del acontecimiento, ya tenía todo organizado: alojamiento, cena, billetes de avión hasta Munich, coche de alquiler para recorrer los más de 200 kilómetros que hay desde la capital de Baviera hasta Bayreuth… Sólo faltaba que llegase el gran fin de semana.

II

Llegamos a Bayreuth a eso de las dos y media de la tarde, tras un viaje relativamente tranquilo por la autopista A9 –al principio nos encontramos con un tremendo atasco provocado por unas obras y agravado por ser sábado y, suponemos, producirse una salida masiva de Munich. Nuestro hotel, el que nos había conseguido el Ayuntamiento, era el Arvena Kongress, no muy grande y bastante tranquilo, situado en la Eduard-Bayerlein-Strasse, a diez minutos andando del centro de la ciudad y a unos veinte (a buen paso) de la Colina Verde. Al ir a buscar un sitio para comer (el restaurante del hotel cerraba a las dos de la tarde) tomamos el primer contacto con Bayreuth.
    Por la zona de nuestro hotel no se veía un alma. Tampoco se hubiese escuchado ni un ruido si no fuese por los coches que de vez en cuando pasaban. Al acercarnos al Hohenzollern-Ring, la avenida que rodea el casco antiguo, la cosa cambió algo: bares con aspecto no muy turístico y un tráfico relativamente mayor en la avenida. Por fin alcanzamos el centro, pero la cosa siguió por el estilo: poca gente, terrazas bastante desoladas y mucho, mucho calor. Además, para nuestra sorpresa, las cartas que exhibían los restaurantes y cervecerías estaban sólo en alemán. Fue algo que nos llamó mucho la atención en una ciudad que suponíamos enormemente cosmopolita dada la variedad de gentes que tiene que recibir mientras dura el Festival que la ha situado en el mapa. Pues no. Bayreuth es cualquier cosa menos cosmopolita. La mayoría de turistas que vagan por sus calles son alemanes de edad bastante madura y los extranjeros brillan por su ausencia. Tal vez no tienen interés por otra cosa que no sea lo que ocurre allá en la Colina Verde.
    Sin embargo, aunque no se pueda catalogar como una ciudad de belleza excepcional, Bayreuth sí que tiene algunas cosas que merece la pena ver. Para un español, el simple aspecto de sus calles ya puede ser atractivo al ser tan distinto a lo que se está acostumbrado a ver. Calles adoquinadas, casitas con tejados puntiagudos, algún palacete burgués, iglesias de afiladas agujas...

 Picota con nombres de gremios en la Maximilianstrasse

    Cierto es que gran parte no es original: la ciudad sufrió un bombardeo en abril de 1945 que casi la arrasó. ¿Represalia por haberse convertido en lugar favorito de peregrinaje estival de Hitler? Tal vez. Pero quien sufrió la venganza fue el patrimonio histórico de Bayreuth, que se remonta a mucho antes de la llegada de los Wagner a esta ciudad provinciana de Franconia, al norte de Baviera.
    Guillermina, hermana de Federico el Grande de Prusia, se casó en 1731 con Federico, margrave de Brandenburgo-Bayreuth. Fue esta dama la que embelleció la ciudad, que entonces sólo contaba con unos 10.000 habitantes. Fruto de ello surgieron edificios como el Palacio Nuevo o la ópera, la única de estilo barroco que se conserva en Alemania y que en parte ayudó a que Wagner eligiese Bayreuth como sede de su proyecto. Posee una acústica excepcional y un escenario enorme, pero su aforo era demasiado escaso para las pretensiones del compositor.

Fachada de la ópera de los margraves
 
    Imprescindible es también darse un paseo por la Richard-Wagner-Strasse para llegar hasta Wahnfried, la que fue casa de la familia Wagner en Bayreuth desde 1874, donde están enterrados el compositor y su esposa Cósima y que hoy alberga un museo. Lástima que estuviese cerrada por obras en aquel momento...(2)

Servidor delante de Wahnfried
 
    Precisamente esta languidez, este provincianismo, esta poca excepcionalidad de Bayreuth pudieron ser motivos fundamentales para que Wagner hiciese construir aquí el teatro de sus sueños. De este modo no habría nada que desviase la atención de quienes quisieran contemplar sus creaciones. Por si fuera poco, situó la Festspielhaus bastante lejos del centro (aunque hoy en día el crecimiento de la ciudad la ha engullido) para que la perturbación fuese aún menor. Y a fe que lo consiguió. La impresión más bien pobre que nos causó la ciudad se desvaneció completamente cuando al día siguiente asistimos a la representación de Parsifal.

La Festspielhaus, en lo alto de la Colina Verde, tal y como se ve desde la Siegfried-Wagner-Alee

     Pero antes hicimos una visita a la Verde Colina. Sucedió que ese día –sábado 4 de agosto- no hubo función, con lo cual en el parque que la rodea no había sino familias paseando –pocas- y algún que otro turista o curioso. La verdad es que el edificio no impresiona: no es excesivamente grande, no tiene adorno alguno, ni siquiera inscripciones, retratos de sus fundadores, leyendas…(3) Está rodeado por un parque de lo más apacible, en el que de repente pueden aparecer monumentos dedicados a algunos protagonistas de la vida de Wagner como su esposa Cósima o su suegro Liszt. Hay un busto del propio Wagner, de aterrador aspecto, muy cerca de la Festspielhaus. En aquel momento el pequeño parterre en que se encuentra albergaba una exposición titulada Voces silenciadas en la que se hablaba de la vida de cantantes, músicos, técnicos que un día trabajaron en Bayreuth y luego fueron repudiados por ser judíos o por otros motivos espurios. Un ejemplo más de la mala conciencia que posiblemente sigue atenazando a la mayoría de los alemanes. Incluso la explicación que acompaña al mencionado busto de Wagner hace alusión –un tanto peyorativamente- a su estilo, que era el favorito de los jerarcas nazis.

Busto de Wagner junto a la Festspielhaus. Los cuadrados grises pertenecen a la exposición Voces silenciadas.
 
    Dimos una vuelta completa al edificio del teatro; en su zona norte se abre una enorme puerta trasera del escenario; frente a ella hay otro edificio con una puerta gemela que es donde se realizan los concienzudos ensayos que siempre han caracterizado al Festival y que hacen posible, por ejemplo, que su coro sea el mejor del mundo y que su orquesta suene excepcional a pesar de no ser permanente. Otra cosa son los cantantes, pero eso es mejor dejárselo a los críticos o a los aficionados expertos. Como no soy ni una cosa ni otra, posiblemente disfruté más, ya que a mis conocidos que son habituales de los teatros de ópera suelo escucharles más quejas que alabanzas. Y en el caso de Wagner en particular, a decir de los expertos, la escasez de voces decentes que cumplan con las severas exigencias de estas obras es un mal endémico desde la desaparición de los Hotter, Windgassen, Nilsson, Varnay y demás.

(1) Desde 2011 también se pueden pedir entradas por Internet (http://ticket.btfs.de), pero antes han de llegar por carta el número de identificación (que coincide con el número de cliente) y la contraseña.
(2) Imprescindible es también una visita al Eremitage, unos pocos kilómetros al este de la ciudad, antigua finca de caza de los margraves convertido por Guillermina y su esposo en un espléndido retiro con bellos jardines, palacios, canales, fuentes y cascadas. 
(3) En palabras de Frederic Spotts, autor de Bayreuth: A History of the Wagner Festival (New Haven y Londres, 1994, p. 1), se podría tomar, visto de lejos, por un “anticuado almacén de ladrillo visto”.

La Orangery del Eremitage