27.2.23

Chaikovsky: "Febrero" ("Las estaciones", Op. 37b)

Carnaval de Cádiz de 2019

Como lo prometido es deuda y hoy es el último lunes de febrero, os dejo la pieza correspondiente de Las estaciones, de Chaikovksy. La dedicada a febrero lleva, como no podía ser de otra manera, el título de Carnaval.

20.2.23

Músicas que quieren ser evocadoras (Falla: "Pantomima" de "El amor brujo")

Siempre me ha encantado esta carátula. No sé por qué, me parece un símbolo 
de que en España sabemos hacer más cosas que insultarnos y matarnos entre nosotros...

En las dos entradas anteriores he intentado poner ejemplos de músicas que inspiran y de lugares que evocan músicas. Muchos compositores han intentado hacer eso precisamente, evocar cosas, situaciones, sitios, con su música. Hay tantos ejemplos que se hace muy difícil elegir, pero cuando se me ha ocurrido escribir sobre esta cuestión ha habido una pieza que en seguida me ha venido a la mente y he decidido no pensar más.

La "Pantomima" es una de las piezas de El amor brujo de Falla. Al parecer, primero estuvo pensada como cuarta pieza de Noches en los jardines de España y la idea era recordar "las misteriosas luces de la noche sobre el mar en su ciudad natal, Cádiz", según palabras de K. H. Ruppel en su comentario de la grabación cuya carátula encabeza este texto. Yo, sin duda, me imagino esas luces y ese misterio cada vez que la escucho. Espero que os cause la misma impresión cuando lo hagáis, más aún en esta versión de garantías:


 

13.2.23

Lugares que evocan música (Borodin: "Danzas polovtsianas")

El tipo que se ve entre la fronda (¿eran viñedos?), en Paşabağ, 
es un servidor de ustedes con treinta años y veinte kilos menos

La semana pasada hablé por aquí de músicas que inspiran para escribir cosas o sencillamente para recordar acontecimientos, ya sea buenos o no tan buenos. Hoy voy a dar la vuelta al razonamiento y voy a plantear que determinados lugares nos pueden evocar algunas músicas, como me sucedió a mí hace ya más de treinta años.

Por desgracia, Turquía y Siria han estado muy presentes estos últimos días en los medios de comunicación por el terrible terremoto que ha causado más de 36 000 muertos en ambos países. Yo hice en agosto de 1992 un largo viaje por Turquía. Apenas me acerqué a las zonas hoy devastadas, pero la extraordinaria impresión que me llevé de ese país tras aquel viaje hace que me resulte especialmente penoso ver la destrucción de sus ciudades y las penurias que va a tener que sufrir su población. Por eso quiero acordarme hoy de ellos, de las maravillas que allí se pueden disfrutar, que en su momento me sugirieron o me evocaron, como he dicho en el primer párrafo de esta entrada, determinadas músicas.

Tras pasar unos días en Estambul, viajamos a Capadocia, en el centro del país, y disfrutamos de las maravillas que la Naturaleza ha creado, como lo que veis en la foto que encabeza este texto. Según caminaba por allí, en medio de las chimeneas de las hadas, me venía siempre a la mente un fragmento de las "danzas polovtsianas" de la ópera El príncipe Igor, de Borodin, que hoy os traigo aquí. En concreto es lo que escucharéis a partir de 2'37'' en el vídeo que va al final de la entrada. Cada vez que iba por aquellos pagos viendo esas formaciones geológicas y también las iglesias excavadas en la roca, esa música me retumbaba en la cabeza... 

 

6.2.23

Músicas que inspiran (Dvořák: Variaciones sinfónicas Op. 78)

(En la cubierta de esta novelita se vislumbra la partitura de
Bénédiction de Dieu dans la solitude, de Liszt)

Uno es aficionadillo a la música llamada clásica y por eso, entre otras cosas, mantiene este humilde blog que pretende comenzar cada semana con una pieza que nos dé fuerza para afrontar el lunes y todo lo que viene después. Pero también soy aficionadillo a juntar letras y de mi mente han salido algunas criaturitas que me dedico a difundir por otras vías. Todo esto viene a cuento porque se me ha ocurrido escribir sobre cómo la música en ocasiones inspira ideas para ponerlas en el papel (o en la pantalla del ordenador).

Supongo que habrá infinitos ejemplos mucho más buenos (me vienen a la mente, por ejemplo, La sonata a Kreutzer de Tolstoi o -aunque no esté inspirada en una música concreta-, el Doktor Faustus de Mann), pero voy a hablar sobre mí, no por vanidad, sino porque creo que soy el mayor experto sobre lo que yo pienso y sobre lo que ciertos pasajes musicales me han hecho pensar para luego plasmarlo en alguna que otra historia. Y lo voy a ilustrar con una obra de Dvořák que siempre me da la idea de escribir algo inspirado por ella, pero aún no lo he logrado.

Creo que la primera vez que me ocurrió esto (ya lo conté en la primera entrada de este año) fue cuando escuché la romanza del Concertino para guitarra y orquesta de Salvador Bacarisse. Esa música nostálgica y melancólica me pareció una suerte de lamento de un expatriado por su tierra perdida y añorada (fue escrito en 1952, cuando el compositor vivía exiliado en Francia). Y empecé a escribir algo que iba a llamar precisamente Exilio. Apenas pasó de las doce páginas, pero fue una efusión interesante que, quién sabe, quizá algún día recupere.

Después de esto, otras obras musicales me han impelido a escribir cosas. Por ejemplo, la Cantate de Noël de Honegger, que tantas veces he traído por aquí, es el hilo conductor del relato breve Una cantata de Navidad, en el que cada uno de sus apartados está encabezado por alguna de las frases (en latín, francés o alemán) que canta el coro, con la culminación del Noche de Paz. Otra partitura que tuve muy en cuenta fue la de Bénédiction de Dieu dans la solitude, de las Armonías poéticas y religiosas de Liszt, presente en mi "novela de la pandemia", esto es Las hermanas Sutil, una foto de la cual encabeza este texto. En los últimos tiempos, un pequeño pasaje que ni siquiera he podido identificar (una suerte de glissando ascendente de un arpa sobre una base en compás de 3/4) me llevó a empezar un texto sin título que temo que correrá la misma suerte de Exilio.

Y luego está la obra que os traigo hoy. Se trata de las Variaciones sinfónicas Op. 78, de Dvořák (de 1877, revisadas once años después). Son veintiocho variaciones sobre un tema original, proveniente de un coro masculino titulado Yo soy un violinista. La variación número diecinueve es un etéreo vals que siempre me hace ver cosas que me gustaría plasmar en papel (o en la pantalla del ordenador), pero aún no he sido capaz de hacerlo. En el vídeo que tenéis a continuación está desde 12'42'' hasta 13'27''. Que lo disfrutéis y os inspire.