14.9.20

Beethoven y Josephine Deym (Lied y variaciones para piano a cuatro manos "Ich denke dein", WoO 74)

Josephine Deym (c. 1804)

Beethoven y Josephine Deym

Os hablo hoy de una de las candidatas a ser la "Amada Inmortal", como siempre con un fragmento de mi Vida de Ludwig van Beethoven (pp. 113-115):

El 27 de enero de 1804 murió Joseph Deym. Su esposa, Josephine, quedó viuda con cuatro hijos. Tal vez nunca dejó de tener relación con Beethoven, pero desde la muerte de su esposo esta se intensificó; a partir de octubre incluso volvió a darle lecciones de piano y aquel otoño e invierno Beethoven se enamoró perdidamente de ella. He aquí algunos ejemplos de las expresiones de afecto que utilizó el compositor en las diversas cartas que envió a la condesa: 
Bien, cierto es que no he sido tan diligente como podía haber sido – pero una aflicción privada – me robó durante mucho tiempo – mi habitual e intensa energía. Y durante un tiempo después de que el sentimiento de amor por usted, mi adorada J[osephine], empezase a surgir en mí, esta aflicción se incrementó aún más – Tan pronto estemos juntos de nuevo sin nadie perturbándonos, escuchará usted todo sobre mis penas verdaderas y la lucha conmigo mismo entre muerte y vida, una lucha en la que llevo enzarzado un tiempo – Pues durante un largo periodo, cierto acontecimiento me ha hecho desesperar de conseguir incluso cualquier tipo de felicidad durante mi vida en esta tierra – pero ahora las cosas ya no van a ser tan malas. Me he ganado su corazón. Oh, sé ciertamente cuánto valor he de otorgar a esto. Mi actividad se incrementará de nuevo y – aquí le hago la solemne promesa de que en poco tiempo me presentaré ante usted más digno de mí y de usted – Oh, ojalá diese usted algún valor a esto, quiero decir, a sentar mi felicidad por medio de su amor – aumentarla – Oh, amada J[osephine], no es deseo por el otro sexo lo que me lleva hacia usted, es precisamente usted, toda usted con todas sus cualidades individuales. (Primavera de 1805.) 
 ...de ella –  la única amada – por qué no hay lenguaje que pueda expresar lo que está muy por encima de toda simple consideración – muy por encima de todo – aquello que no podemos describir – Oh, quién puede nombrarla a usted – y no sentir que por mucho que pudiera hablar sobre usted – que nunca podría conseguirla – a usted – solo en música – Ay, no me enorgullezco demasiado cuando creo que domino más la música que las palabras – Usted, usted, mi todo, mi felicidad – ay, no – incluso en mi música no puedo hacerlo, aunque en este aspecto vos, Naturaleza, no habéis escatimado vuestros dones conmigo. Y aun así es demasiado poco para usted. Late, aunque en silencio, pobre corazón – que es todo lo que puedes hacer, nada más – por usted – siempre por usted – solo usted – eternamente usted – solo usted hasta que me hunda en la tumba – Mi bálsamo – mi todo. Oh, Creador, cuida de ella – bendice sus días – que todas las calamidades caigan sobre mí – Solo usted – Que sea usted fortalecida, bendecida y consolada – en la desdichada aunque con frecuencia feliz existencia de nosotros, mortales – Aunque usted no me hubiese atado de nuevo a la vida, aun así habría significado todo para mí – (Primavera de 1805) 
Mañana por la tarde veré a mi querida, mi amada J[osephine] – Dígala que para mí es mucho más querida y más preciada que cualquier otra persona. (1805) 
A estas expresiones amorosas Josephine respondió con afecto y amistad pero dejando claro que prefería una relación platónica, como indica este borrador de una carta que envió a Beethoven hacia la primavera de 1805: 
La relación más íntima con usted, querido Beethoven, en estos meses de invierno ha dejado impresiones en mi corazón que ni el tiempo – ni las circunstancias borrarán - ¿Es usted feliz o desdichado? – puede usted decirlo – También – con respecto a sus sentimientos por el control de sí mismo – o su libre expresión – qué habría usted – así cambiado – Mi alma, ya inspirada en usted antes de que le conociese personalmente – se ha nutrido de su afecto. Un sentimiento que yace profundamente en mi alma y es incapaz de expresarse me hace amarle; incluso después de que supiese que su música despertaba inspiración en mí – su amable naturaleza y su afecto lo fortalecieron – Este favor que me otorga, el placer de su compañía, sería el mejor ornato de mi vida si usted hubiese sido capaz de amarme menos sensualmente – ya que no puedo satisfacer el amor sensual – esto causa su enojo – yo tendría que romper los sagrados votos si tuviera que atender su deseo – Créame – soy yo quien más sufre en el cumplimiento de mi deber – y mis acciones sin duda están dictadas por motivos nobles. 
Sea como fuere y ante la proximidad de la guerra, Josephine salió de Viena con sus hijos y pasó el otoño de 1805 y el invierno de 1805-06 en Ofen (hoy parte de Budapest), junto a su madre, con lo cual dejaron de verse por un tiempo. Más adelante, en la primavera y el verano de 1806, estuvo en Transilvania con su hermana Therese visitando a su otra hermana, Charlotte. Aunque aún se trataron con frecuencia en 1807 (ese año hay cinco cartas de Beethoven a Josephine incluidas en la obra de Anderson, algunas de las cuales citaremos más adelante), la condesa emprendió un largo viaje en agosto de 1808 por Europa, después del cual no parece que se reanudase la relación entre ellos. Josephine se casó en febrero de 1810 con el barón Christoph von Stackelberg; su matrimonio fue igual de desgraciado que el primero. Como Josephine sigue siendo una de las candidatas a ser la «Amada Inmortal», ya volveremos a hablar sobre ella y sobre lo que fue de su vida cuando lleguemos al momento en que Beethoven escribió su apasionada carta de julio de 1812.

La pieza musical que os traigo es la única que Beethoven dedicó a Josephine (junto a su hermana Therese).




7.9.20

Beethoven: La "Eroica" y Bonaparte: ¿título, dedicatoria, ninguna de las dos cosas? (Sinfonía nº 3 en mi bemol mayor Op. 55 "Eroica")

La "Eroica" y Bonaparte: ¿título, dedicatoria, ninguna de las dos cosas?


Napoleón Bonaparte, como Primer Cónsul, por A.-J. Gros
(Museo de la Legión de Honor, París)

Es una historia bastante conocida, pero no me resisto a traerla aquí. Como siempre, es un fragmento de mi Vida de Ludwig van Beethoven (páginas 99-102):

[...]hacia junio [de 1803], ya en su retiro estival de Oberdöbling, emprendió Beethoven la composición de una obra que supuso un punto de inflexión en su carrera creadora e incluso en la historia de la música. Una obra en la que desbordó todos los límites de los modelos heredados y que dio origen a lo que algunos han llamado el «siglo de la gran sinfonía». Se trata de la Sinfonía nº 3, que acabó siendo conocida como Eroica pero cuyo título inicial fue Bonaparte

La obra quedó terminada hacia octubre de 1803, ya de vuelta en Viena. Allí tocó el último movimiento completo ante Stephan von Breuning y el pintor renano Willibrord Joseph Mähler (que pintaría dos célebres retratos del compositor). Ries nos da pistas sobre su inspiración: 
En esta sinfonía Beethoven había pensado en Bonaparte durante el periodo en el que aún era primer cónsul. Por entonces Beethoven lo tenía en la mayor de las estimas y lo comparaba con los más grandes cónsules romanos. 
Fue al año siguiente cuando tuvo lugar el célebre estallido que llevó al cambio de título de la obra; casi siempre se asume que sucedió en mayo de 1804, cuando tras un plebiscito Napoleón se proclamó emperador, aunque también es muy posible que ocurriese después del 2 de diciembre, cuando se coronó a sí mismo en la catedral de París ante el papa Pío VII. En alguno de esos momentos ocurrió la famosa historia que nos cuenta Ries: 
Yo mismo, así como muchos de sus íntimos amigos, habíamos visto la sinfonía, ya copiada en partitura completa, sobre su escritorio. En la parte de arriba de la portada aparecía la palabra «Buonaparte» y abajo «Luigi van Beethoven», pero ni una palabra más. Si el espacio intermedio se iba a rellenar y con qué, no lo sé. Yo fui el primero en darle la noticia de que Bonaparte se había proclamado emperador, con lo cual estalló en ira y gritó: «Luego no es más que un hombre vulgar. ¡Ahora pisoteará todos los derechos del hombre y solo satisfará su propia ambición; se situará por encima de todos los demás y se convertirá en un tirano!» Beethoven fue al escritorio, tomó la portada por su parte superior, la arrancó entera y la tiró al suelo. Escribió de nuevo la primera página y solo entonces la sinfonía recibió el título de Sinfonia eroica
El que este hecho, que muestra al Beethoven más republicano en todo su esplendor, se produjese en diciembre podría estar apoyado por lo que dice el propio compositor en una carta a Breitkopf & Härtel en la que les ofrece, para su publicación, la sinfonía, el oratorio Christus am Oelberge, el Concierto Triple (Op. 56) y tres nuevas sonatas para piano (Op. 53, 54 y 57): 
El título de la sinfonía ciertamente es Bonaparte. 
La carta está fechada el 26 de agosto de 1804, luego parece difícil que tras una explosión tan fuerte Beethoven cambiase de parecer con tanta rapidez. 

En el archivo de la Gesellschaft der Musikfreunde de Viena se conserva un ejemplar manuscrito de la sinfonía en cuya portada se observan los efectos de este cambio. Se trata de la obra de un copista, pero tiene anotaciones de Beethoven. Se podría representar de la siguiente forma:  


Sinfonia grande 

intitolata Bonaparte 
1804 im August 
del sigr. 

Louis van Beethoven 




Sinfonie 3 Op:55




La segunda línea está fuertemente raspada, aunque todavía se intuye lo que pone en ella. La tercera, que indica la fecha, está escrita probablemente por otra persona con tinta más oscura. A pesar de la raspadura, Beethoven añadió a lápiz, y no borró, «geschrieben auf Bonaparte» («escrita sobre Bonaparte») en el amplio espacio que queda entre las dos últimas líneas. El título de la obra, cuando la Oficina de Artes e Industria la publicó en octubre de 1806 fue Sinfonia eroica (…) composta per festeggiare il sovvenire di un grand uomo. («Sinfonía heroica, compuesta para conmemorar el recuerdo de un gran hombre»). 

De todos modos, aunque tengamos claro que el título de la sinfonía era Bonaparte, lo más seguro es que Beethoven no tuviese intención de dedicársela a Napoleón. Las dedicatorias eran una importante fuente de ingresos para él, que casi con total seguridad no podría haber obtenido del primer cónsul o emperador de los franceses. Por eso al final se la dedicó al príncipe Lobkowitz, en cuya casa se produjo la primera interpretación de la obra en agosto de 1804.

Y, como siempre, una Eroica de plenas garantías, de la mano de Otto Klemperer, en una grabación histórica:




24.8.20

Beethoven: El testamento de Heiligenstadt (Sonata para violín y piano Op. 30 nº. 1)

El testamento de Heiligenstadt

Estamos ante la primera gran crisis vital de Beethoven. A comienzos del otoño de 1802, escribió en la ciudad de Heiligenstadt un doloroso documento en el que proclama sus penas. Así lo cuento en mi Vida de Ludwig van Beethoven:

Dejamos al final del capítulo anterior a Beethoven en Heiligenstadt, intentando mejorar de su sordera y recuperarse del fracaso de sus descabellados planes matrimoniales con Giulietta Guicciardi. Con mucho tiempo para pensar y rumiar en su mente lo sucedido y su situación. Teniendo, incluso, pensamientos suicidas. Por eso, al final de su estancia allí, se sentó a escribir un documento que se puede considerar una especie de válvula de escape de todos estos sentimientos, un testamento dirigido a sus hermanos y a toda la humanidad con el que pretende reconciliarse con ellos y a la vez confesar en público el secreto que guardaba con tanto celo: su sordera.

[Sigue el texto completo del Testamento, que no voy a reproducir aquí, solo voy a indicar una peculiaridad que tiene: el documento va dirigido a sus hermanos, pero solo escribió el nombre de Caspar Carl, mientras que dejó un hueco en blanco donde debería ir el de su otro hermano, Nikolaus Johann.]

Mucho se ha especulado sobre la no inclusión del nombre de Nikolaus Johann en el texto. Hay quienes sacan profundas conclusiones psicológicas sobre la relación de Beethoven con sus hermanos (Solomon) y quienes se limitan a señalar que Beethoven dudaba de cómo dirigirse a él, si como Nikolaus, como Johann o como Nikolaus Johann. El documento no fue encontrado hasta poco después de la muerte de Beethoven, es posible que por Schindler, y pasó de mano en mano hasta que a finales del siglo XIX quedó depositado en la biblioteca de la Universidad de Hamburgo, donde aún se conserva. Se publicó por primera vez en 1832, en el suplemento del libro de Ignaz von Seyfried Ludwig van Beethoven’s Studien im Generalbasse, Contrapuncte und in der Compositions-Lehre, del que ya se ha citado algún pasaje y del que hablaremos más en su momento. 

Sin embargo, esta muestra de desesperación no implicó una mengua en la capacidad creadora de Beethoven, pues 1802 fue un año muy rico en composiciones y publicaciones. En febrero completó la Segunda Sinfonía, que había empezado a escribir a finales de 1800; entre marzo y mayo compuso las tres sonatas para piano y violín Op. 30 y a la vez empezó las variaciones para piano Op. 34 y 35, las más ambiciosas que había creado hasta ese momento, y entre junio y septiembre escribió las tres sonatas para piano Op. 31. En cuanto a las publicaciones, Cappi imprimió en marzo de 1802 la sonata para piano Op. 26 (dedicada al príncipe Lichnowsky) y las dos sonatas quasi una fantasia Op. 27 (con dedicatorias para la princesa Liechtenstein y Giulietta Guicciardi, respectivamente). También en marzo, pero publicada por Hoffmeister en Leipzig, apareció la sonata para piano Op. 22, dedicada al conde Browne. También fue Hoffmeister quien sacó a la luz, a finales de junio o comienzos de julio, el celebérrimo Septeto Op. 20, con una dedicatoria a la emperatriz María Teresa. En agosto le llegó el turno a la sonata para piano Op. 28, publicada por la Oficina de Artes e Industria, dedicada a Joseph von Sonnefels. Y apenas unos días después, el 18 de octubre de 1802, escribió una carta a Breitkopf & Härtel ofreciéndoles las variaciones Op. 34 y 35 de esta manera: 


He compuesto dos conjuntos de variaciones, uno consistente en ocho variaciones y el otro con treinta. Ambos conjuntos están trabajados de una manera muy nueva y cada uno de un modo separado y diferente. Preferiría infinitamente hacer que los imprimiesen ustedes, pero no bajo otra condición que por unos honorarios de 50 ducados por ambos conjuntos – No consientan que haga esta oferta en vano, pues les aseguro que no se lamentarán con respecto a estas dos obras – Cada tema es tratado de su propia forma y de una manera diferente al otro. Habitualmente he de esperar que otras personas me digan cuándo tengo nuevas ideas porque nunca lo sé por mí mismo. Pero esta vez – yo mismo puedo asegurarles que en estas dos obras el método es muy nuevo allí hasta donde me concierne – 

Por tanto, no se puede decir que esos sombríos sentimientos hiciesen mella en su trabajo, ni siquiera que se trasluciesen en el ánimo que mueve a todas esas obras, tan diferentes entre sí, que no se puede decir que estén unidas por un invisible hilo en cuyo extremo haya un estado de ánimo negativo. Y la vigorosa defensa de sus variaciones y del nuevo modo de concebirlas en la carta a Breitkopf & Härtel deja claro que la crisis dejó paso a nuevas fuerzas que lo redimirían, como siempre, por medio del trabajo duro en su arte.

Os dejo con una de estas obras del año 1802, la Sonata para violín y piano nº 6 en la mayor, Op. 30 nº. 1, en unas inmejorables manos:

27.7.20

Beethoven y Ferdinand Ries (Variaciones para piano en fa mayor Op. 34)

Beethoven y Ferdinand Ries



Hoy toca hablar del coautor de una de las fuentes primarias de información sobre Beethoven: Ferdinand Ries. Para ello, os incluyo este fragmento de las páginas 83-85 de mi Vida de Ludwig van Beethoven:

En algún momento entre octubre de 1801 y comienzos de 1802 llegó a Viena Ferdinand Ries, uno de nuestros conocidos autores de las Biographische Notizen. Tenía entonces 17 o 18 años; había empezado sus estudios musicales con su padre y con Bernhard Romberg y a los 13 años lo enviaron a Arnsberg para que prosiguiese su instrucción con un célebre organista, pero al final fue él quien acabó dando clases de violín a su supuesto maestro. Volvió a Bonn, donde siguió estudiando y dio sus primeros pasos en la composición. En 1800 marchó a Munich, donde se ganó la vida copiando música y de allí fue a Viena, donde se presentó ante Beethoven. Ries nos cuenta que cuando llegó lo encontró muy ocupado con la composición del oratorio Cristo en el monte de los Olivos (Christus am Oelberge), con vistas a interpretarlo en un concierto a su beneficio que se iba a celebrar próximamente. Aunque la intención era que Beethoven le diese clases, casi desde el primer momento Beethoven hizo que asumiese otros papeles, como el de secretario (por no decir «chico de los recados») o copista. Dejemos a Ries que nos describa la forma de enseñarle de Beethoven: 

Cuando Beethoven me daba lecciones, he de decir que, contrariamente a su naturaleza, era muy paciente. Solo puedo atribuir esto y su casi infalible comportamiento amigable hacia mí, sobre todo a su estima y afecto por mi padre. Así, en ocasiones me hacía repetir una cosa diez o más veces. En las Variaciones en fa mayor, dedicadas a la princesa Odescalchi (Opus 34), tuve que repetir las últimas variaciones Adagio enteras diecisiete veces. Aún no estaba satisfecho con la expresión en la pequeña cadenza, a pesar de que yo pensaba que la había tocado tan bien como él lo había hecho. Si cometía un error en algún punto de un pasaje, o tocaba notas equivocadas, o perdía intervalos –que él a menudo deseaba enfatizar mucho- no solía decía nada. Sin embargo, si no daba expresión a los crescendi, etc. o al carácter de una pieza, se enfurecía porque, sostenía, lo primero era accidente mientras que lo segundo derivaba de un conocimiento, sentimiento o atención inadecuados. Lo primero le ocurría a menudo a él, también, cuando tocaba en público. 

De lo que no se ocupó fue de la parte teórica, para lo cual le envió a Albrechtsberger. En otro pasaje de las Notizen Ries nos da una idea de lo que pensaba Beethoven de las estrictas reglas de la gramática musical: 

Una vez, durante un paseo que dimos juntos, le mencioné dos quintas perfectas que resonaban notablemente en uno de sus primeros cuartetos en do menor. Beethoven no las recordaba y afirmó que era erróneo llamarlas quintas. Como tenía la costumbre de llevar siempre papel pautado con él, le pedí una hoja y escribí el pasaje para él con las cuatro voces. Cuando vio que yo tenía razón, dijo: «Bien, ¿y quién las ha prohibido?» Como yo no supe cómo tomarme la pregunta, la repitió varias veces hasta que, muy arrepentido, al final respondí: «Marpurg, Kirnberger, Fuchs, etc., etc., ¡todos los teóricos!» «Bien, ¡yo las permito!» fue su respuesta. 

La narración de Ries nos sirve también para saber cómo iba afectando a Beethoven su sordera en las primeras etapas de la enfermedad: 

Estaba tan sensible al comienzo de su sordera que era necesario tener mucho cuidado para no hacerle notar su discapacidad hablando en tono alto. Si no había entendido algo, solía achacarlo a su despiste, que desde luego era un rasgo muy acusado. Gran parte del tiempo vivía en el campo, donde yo iba con frecuencia a tomar lecciones. De vez en cuando decía, a las ocho de la mañana, tras el desayuno: «Demos primero un pequeño paseo». Así que salíamos a pasear, muchas veces para no volver hasta las tres o las cuatro, después de haber comido algo en una de las aldeas. En una de esas salidas me dio Beethoven la primera prueba alarmante de su pérdida de oído, que Stephan von Breuning ya me había mencionado. Llamé su atención sobre un pastor del bosque que estaba tocando muy agradablemente una flauta hecha de madera de tilo. Durante media hora Beethoven no pudo escuchar nada en absoluto y se quedó muy quieto y sombrío, aunque muchas veces le aseguré que yo ya no estaba escuchando nada (lo que, no obstante, no era cierto). 

Ries permaneció en Viena hasta el otoño de 1805, cuando hubo de volver a Bonn al ser reclutado por el ejército francés (hay que recordar que desde 1797 toda aquella zona pertenecía a Francia). Luego volvió brevemente entre agosto de 1808 y julio de 1809. Tiempo tendrá de seguir apareciendo por estas páginas. Beethoven, durante toda su primera estancia en Viena, siempre miró por su bienestar. Por ejemplo, cuando supo de la escasez de fondos de su alumno, le consiguió un puesto como pianista del conde Browne. Mientras ejercía como tal, vivió un episodio que nos da una idea de cómo tenía por entonces Beethoven hechizados a sus admiradores: 

Beethoven me consiguió un trabajo como pianista con el conde Browne. El conde pasaba cierto tiempo en Baden, cerca de Viena, donde con frecuencia yo tenía que tocar para un grupo de entusiastas admiradores de Beethoven sus composiciones por las tardes, unas veces con la partitura, otras de memoria. Aquí me convencí de que para mucha gente solo el nombre es suficiente para encontrar todo en una obra bello y admirable o mediocre e inferior. Un día, cansado de tocar de memoria, toqué una marcha que elaboré según me venía sin pensar mucho en ella. Una anciana condesa, que en verdad estaba molestando a Beethoven con su admiración, llegó a un éxtasis con ella, ya que creía que era algo nuevo de él. Rápido, seguí con esta idea, divirtiéndome con ella y con los otros entusiastas. Mala suerte, el propio Beethoven llegó a Baden al día siguiente. Apenas entró en la sala en casa del conde Browne cuando la anciana dama empezó a parlotear sobre la excepcionalmente magnífica marcha que llevaba el sello del genio. ¡Mi apuro es imaginable! Sabiendo bien que Beethoven no aguantaba a la anciana condesa, en seguida lo llevé a un aparte y le susurré al oído que yo solo quise burlarme de su necedad. Por fortuna, se tomó el asunto muy bien, pero mi apuro fue a más cuando tuve que repetir la macha, que esta vez fue mucho peor, con Beethoven de pie a mi lado. Entonces recibió de todo el mundo las más extravagantes alabanzas por su genio, lo cual escuchaba con la mayor confusión e ira, hasta que al final estalló en una sonora carcajada. Más tarde me dijo: «¡Ya ve, querido Ries! Estos son los grandes connoiseurs que pretenden juzgar toda la música tan correcta e ingeniosamente. Deles solo el nombre de su adorado; no necesitan más». 

Añade Ries que de este incidente surgió el encargo por parte del conde de las tres marchas para piano a cuatro manos, que Beethoven escribió en 1803 y aparecieron publicadas en marzo de 1804 por la Oficina de Arte e Industria de Viena como Op. 45 y dedicadas a la princesa Esterházy.

Aquí os dejo una de las piezas que se citan en el texto, las Seis variaciones para piano en fa mayor sobre un tema original, Op. 34:

13.7.20

¿Beethoven galán?: Christine Gerhardi y Babette Keglevics (Sonata para piano nº. 4 en mi bemol mayor Op. 7)

¿Beethoven galán?: Christine Gerhardi y Babette Keglevics

(...)la magnífica biografía del compositor escrita por Jean y Brigitte Massin tiene la curiosa característica de adjudicarle innumerables flirteos, muchas veces de manera infundada. Tal parece ser el caso de dos que se sitúan precisamente en este año de 1797. 

Christine Gerhardi era una cantante aficionada de origen italiano que por entonces contaba unos 20 años. Dos de las seis cartas de Beethoven antes mencionadas están dirigidas a ella. Era una joven bella, con una excelente voz, asidua de los conciertos de los Asociirten de van Swieten, donde es posible que la conociese Beethoven. Las dos cartas de este año 1797 lo que indican sobre todo es que la relación entre ambos pasó de ser formal, como el tono de la primera, en la que agradece a la joven el envío de un poema en alabanza de su música (Anderson nº 23), a ser más íntima, como muestran el «Querida Christine» y el «que el diablo la lleve» de la segunda (Anderson nº 24), en la que discute el parecido de un retrato que le habían realizado. Por muy familiar que sea esta segunda carta, es muy difícil vislumbrar en ella algo más que una jovial amistad. El 20 de agosto de 1798, Christine se casó con el médico Joseph Frank, hijo del también galeno Peter Frank. Uno de ellos, no se sabe cuál de los dos, trató a Beethoven antes del verano de 1801; eran grandes amantes de la música y celebraban con asiduidad veladas musicales en su casa, en las que Beethoven era un participante habitual, y no solo eso, sino que además corregía las cantatas que Joseph solía componer para celebrar el cumpleaños y la onomástica de su padre. 

La segunda dama es Barbara (Babette) Keglevics, entonces de 17 años, hija de una noble familia de Presburgo que tenía también una casa en Viena. Este año de 1797 se convirtió en alumna de Beethoven y según una leyenda, aventada por un sobrino suyo, el compositor solía acudir en camisón, zapatillas y gorro de dormir a dar las lecciones, ya que vivía en la misma calle, justo enfrente. Es a este sobrino a quien los Massin dan crédito para la historia del asunto amoroso entre ambos. Lo que sí es cierto es que Beethoven le dedicó la sonata para piano Op. 7, la obra más importante que había escrito hasta el momento, y también más obras en el futuro, como las variaciones WoO 71, el primer concierto para piano (Op. 15) y las variaciones Op. 34. Babette se casó en 1801 con el príncipe Innocenz d’Erba Odescalchi.


(Vida de Ludwig van Beethoven, pp. 54-55) 

Aquí os dejo esa Sonata Op. 7 que Beethoven dedicó a Babette Keglevics, en buenas manos:

 

6.7.20

Beethoven y Giulietta Guicciardi (Sonata para piano nº. 14 en do sostenido menor Op. 27 nº. 2 "Claro de luna")

Beethoven y Giulietta Guicciardi




Aunque su oído no mejora, Beethoven está más a gusto, se mezcla más con la gente. Y todo gracias a una «querida y fascinante joven que me ama y a la que amo». ¿Quién era esta mujer? Con toda seguridad, se trataba de la condesa Giulietta Guicciardi, que entonces contaba dieciséis años de edad. 

Natural de Trieste, era hija del conde Franz Joseph Guicciardi y de Susanna Brunsvík; era prima de los Brunsvík, por medio de los cuales seguramente conoció a Beethoven poco después de que el conde fuese destinado a la Cancillería Austro-Bohemia en Viena el año 1800. La joven no solo era hermosa, sino que tenía en verdad dotes musicales, así que Beethoven aceptó ser su maestro como antes lo había sido el pianista y compositor Franz Xaver Kleinheinz. Pronto debieron de surgir sentimientos entre ambos que llevaron a Beethoven, como él mismo dice en la carta, a pensar en un matrimonio que a todas luces era imposible. 

A pesar de que Thayer «opina» que pudo haber petición de mano y que uno de los progenitores estaba de acuerdo y el otro no con el enlace, el caso es que a comienzos de 1802 Beethoven explotó cuando la condesa Susanna le hizo un regalo que él consideró pago por sus lecciones cuando su idea era que las daba gratuitamente, por amistad, a una familia a la que consideraba su igual. Esa muestra de su inferioridad social debió de herirle mucho. El caso es que a finales de la primavera de 1803 cesaron sus contactos con los Guicciardi. 

Giulietta se casó en noviembre de 1803 con el conde Wenzel Robert Gallenberg y al poco tiempo se marcharon a vivir a Italia. No regresaron a Viena hasta finales de 1821, cuando Domenico Barbaja se hizo cargo de la ópera de la corte y el conde pasó a formar parte de su administración. En aquella ocasión, Beethoven confesó a Schindler que, tras su boda, ella fue a buscarle llorando y él la rechazó y también que le había querido a él mucho más que lo que nunca pudo amar a su marido. 

Beethoven dedicó a Giulietta su sonata para piano Op. 27 nº 2, la conocida como Claro de luna, que apareció publicada por Cappi en marzo de 1802, es decir, poco después de la tormenta. En principio el compositor había entregado a su amada el rondó para piano en sol mayor, escrito en 1798 pero publicado en septiembre de 1802. Más tarde se lo pidió a Giulietta, pues necesitaba dedicar algo a la condesa Henriette von Lichnowsky, hermana del príncipe; a cambio ofreció a Giulietta la sonata y, sin duda, ganó con el cambio. 

Al igual que el apodo que acompaña a la obra es una invención (del poeta berlinés Ludwig Rellstab) que nada tiene que ver con Beethoven, ha habido quien ha especulado sobre un programa oculto que refleja el amor del compositor por la condesa. Empezando por Schindler, que fue quien sentó las bases de la idea al pensar que Giulietta era la «Amada Inmortal» y fechar erróneamente en el verano de 1803 la célebre carta de Beethoven. Sea como fuere, Beethoven guardó toda su vida un pequeño retrato de Giulietta que sus amigos encontraron oculto en el cajón secreto de su escritorio tras su muerte.


(De mi Vida de Ludwig van Beethoven, pp. 81-83)

El retrato que se menciona en la última frase de la cita es el que encabeza esta entrada. Y la finalizo con don Claudio Arrau interpretando la sonata que Beethoven dedicó a Giulietta.

29.6.20

Beethoven: Quinteto para piano e instrumentos de viento en mi bemol mayor Op. 16

La obra de hoy va a servir para ilustrar un episodio de la vida de Beethoven en sus primeros años en Viena: la proposición de matrimonio que hizo a Magdalena Willmann (al terminar la cita de mi Vida de Ludwig van Beethoven que sigue os explico la relación de esta dama con el Quinteto Op. 16)


En diferentes lugares de sus Biographische Notizen, Wegeler y Ries nos han dejado pinceladas de Beethoven como galán. Para Wegeler, en ocasiones hacía conquistas que habrían sido casi imposibles para un Adonis, aunque siempre las damas implicadas pertenecían a clases sociales muy diferentes la suya, y Ries cuenta cómo gustaba de admirar a las mujeres bellas y que sus enamoramientos eran tan frecuentes como breves; de hecho se rieron en una ocasión al constatar que una dama que le había gustado en particular había conseguido cautivarle durante nada menos que siete meses. 

Esto nos sirve para introducir el asunto de Magdalena Willmann en la historia de la vida de Beethoven. Ya hemos visto que en Bonn surgieron algunas pasiones por jovencitas que, como dice Wegeler, «eran de una posición social mucho más elevada que la suya». El caso de Magdalena pudo haber sido muy distinto. Un año menor que Beethoven, era hija de Ignaz Willmann, violinista de la corte electoral de Bonn, colega del padre y el abuelo de Beethoven. La propia Magdalena, que estudió en Viena con Righini, se convirtió en cantante de la capilla electoral en 1789 tras presentarse en Viena y actuar varias veces en la capital y en otras ciudades. Incluso formó parte del viaje a Mergentheim de 1791 que tan gratos recuerdos traía siempre a Beethoven. Se marchó de Bonn en el verano de 1793 y, tras cantar en diversos teatros europeos, fue contratada por la ópera de la corte vienesa en abril de 1795. 

Muchos años después de estos hechos, en 1860, una sobrina de Magdalena contó a Thayer que Beethoven quedó prendado de su tía que, en palabras del propio biógrafo era «bella, talentosa y experta». Tanto como para pedir su mano; la joven le rechazó. Cuando Thayer pregunto a la sobrina los motivos, esta se echó a reír y exclamó: «¡Porque era tan feo… y estaba medio loco!» Thayer despacha el asunto y a la dama con sequedad: «En 1799 Magdalena se casó con cierto Galvani, pero su felicidad fue breve; murió hacia finales de 1801». En realidad se casó en julio de 1796, lo cual situaría el hecho, de haberse producido, hacia 1795. No hay pruebas documentales contemporáneas para poderlo corroborar. (pp. 47-48)

¿Y qué relación hay entre Magdalena y el Quinteto? Pues una muy tenue... La obra fue estrenada en un concierto que dio Beethoven en el Augarten el 6 de abril de 1797, ocasión en la que acompañó al pianoforte a Magdalena, que cantó un aria que no se ha identificado. Aquí tenéis esta pieza para piano, oboe, clarinete, trompa y fagot (idéntica instrumentación e idéntica tonalidad que el KV 452 de Mozart):

22.6.20

Beethoven: Trío para piano, violín y violonchelo nº. 3 Op. 1 nº. 3

Los tres Tríos Op. 1 fueron las primeras obras a las que Beethoven consideró dignas de dar un número de opus. A cuento de una de ellas hubo otro encontronazo con Haydn, que os cuento en este fragmento de mi Vida de Ludwig van Beethoven:

Sin duda el proyecto más ambicioso de estos primeros meses en Viena fueron los tres tríos para piano que empezó a escribir en 1794 (aunque es posible que ya se trajese esbozos de Bonn) y que son las primeras obras que consideró merecedoras de llevar un número de opus. Estas piezas musicales se ensayaron a conciencia y se presentaron en casa del príncipe Lichnowsky, a quien están dedicadas. En agosto de 1795, cuando aún no se habían publicado, regresó Haydn de Inglaterra y, como es lógico, se requirió su opinión sobre estas primeras obras importantes del que todo el mundo seguía considerando, sobre todo, su alumno. Ries cuenta que Haydn alabó las obras, que habían causado una «tremenda convulsión», pero aconsejó a Beethoven que no publicase el último de los tríos, ya que, según dijo después al propio Ries, consideraba que el público no lo entendería bien y por lo tanto no sería recibido como se merecía. Sin embargo, Beethoven se lo tomó a mal y consideró que su antiguo maestro hablaba movido por la envidia y no tenía buena disposición hacia él. 

Finalmente, en julio-agosto de 1795, el editor Artaria publicó los tríos tal cual, sin seguir el supuesto consejo de Haydn. Fue una edición por suscripción; el príncipe Lichnowsky compró 20 ejemplares, tres su esposa, la princesa Christiane, y dos cada uno su hermano el conde Moritz (que, como su cuñada, era un excelente pianista) y su hermana la condesa Henriette. En total, se suscribieron 123 personas que se hicieron con 241 ejemplares. Beethoven pagó a Artaria un florín por cada ejemplar y la suscripción fue de 1 ducado. Teniendo en cuenta que, aproximadamente, un ducado equivalía a 4,5 florines, Beethoven obtuvo un beneficio bastante considerable de su primera aventura músico-editorial. (p. 46)

Aquí tenéis el tercero de los Tríos, el objeto de la polémica.

15.6.20

Beethoven: "Las criaturas de Prometeo" Op. 43

Las criaturas de Prometeo es uno de los dos ballets de Beethoven (el otro es el Ritterballet WoO 1, escrito en Bonn en 1790-91 y que en principio se presentó como obra de uno de sus principales protectores allí, el conde Waldstein). Esta segunda pieza, basada en un libreto de Salvatore Viganò que no se conserva, se compuso en 1800-01 y se estrenó el 28 de marzo de 1801. No se publicó su versión orquestal en vida de Beethoven. Va a servir esta obra no muy conocida para hablar de las relaciones de Beethoven con Haydn en los primeros tiempos de Viena; os pongo dos fragmentos de mi Vida de Ludwig van Beethoven:


Muy poco después de la llegada a Viena comenzaron las lecciones con Haydn. Ya el 12 de diciembre [de 1792] hay en el diario la anotación de un pago de 8 groschen para el maestro; en octubre del año siguiente aún se encuentran notas sobre compras de chocolate y café para Haydn. Esto demuestra que las clases se mantuvieron al menos hasta la partida de Haydn para su segundo viaje a Londres, en enero de 1794. 

Las lecciones de Haydn se basaron sobre todo en el contrapunto y utilizó como libro de texto un resumen hecho por él del Gradus ad Parnassum de Johann Joseph Fux. Se conservan 245 ejercicios de los realizados por Beethoven para Haydn, de los cuales 42 están corregidos. Pero hubo fallos cometidos por Beethoven que Haydn no vio y también fallos cometidos por él mismo. Esto demuestra que no dedicó todo el tiempo necesario a la instrucción de su alumno, dado que tenía muchas otras obligaciones, como preparar su inminente y nuevo viaje a Londres. Y esa falta de constancia es lo que seguramente llevó a Beethoven a decir que aunque hubiese recibido algunas lecciones de Haydn jamás había aprendido nada de él y a negarse a poner junto a su nombre en sus primeras obras el añadido «alumno de Haydn», como le hubiese gustado al maestro. (p. 31)

No hay pruebas que indiquen que Beethoven reanudase las clases con Haydn después del regreso de este de Inglaterra, en agosto de 1795. Lo más seguro es que siguiese teniendo el respeto debido a un músico tan venerable, pero no sin críticas e incluso ataques. Ries nos dice que «Haydn rara vez salía sin alguna pulla. El rencor de Beethoven en este caso es probable que se remontase a tiempos anteriores». Otra prueba de esta latente rivalidad fue la innecesaria réplica de Beethoven cuando Haydn lo felicitó por la música que compuso para Las criaturas de Prometeo: «Querido papá, es usted demasiado bueno, pero no es La creación ni mucho menos». La respuesta de Haydn fue lógica: «No, no lo es ni creo que nunca lo sea». (p. 33)

Pues aquí tenéis la obra que provocó el comentario elogioso del maestro, la respuesta insolente del discípulo y la réplica áspera otra vez del maestro:

8.6.20

Beethoven: Seis variaciones sobre "Nel cor più non mi sento" WoO 70

Hablemos de las primeras composiciones de Beethoven tras su llegada a Viena (y de su célebre galantería con las damas):

La variación era un género musical que tenía mucho predicamento en Viena por aquella época. No es de extrañar, pues, que Beethoven (...) se prodigase en sus primeros años en la ciudad escribiendo conjuntos de variaciones sobre determinados fragmentos de obras escénicas populares. Viene a cuento a este respecto una célebre anécdota que narra Wegeler, que hubo de tener lugar hacia finales de junio de 1795 y según la cual, estando Beethoven con una dama «muy querida por él» en el palco de la ópera escuchando La molinara, de Giovanni Paisiello, al llegar el famoso dúo «Nel cor più non mi sento», la joven se lamentó de haber perdido unas variaciones que en su día había tenido sobre este tema. La respuesta de Beethoven fue componer, aquella misma noche, seis variaciones (WoO 70) que le regaló; Wegeler añade que la pieza es tan fácil que seguro que «estaba pensada para que la dama las tocase a primera vista».


(De mi Vida de Ludwig van Beethoven, pp. 43-44)

Aquí tenéis la pieza, en muy buenas manos:

1.6.20

Beethoven: Octeto para instrumentos de viento Op. 103

En la anterior entrada me quejaba de lo abandonada que tenía esta bitácora y hacía propósitos de enmienda, pero... Huelga decir el motivo por el que de nuevo se hubo de abrir un paréntesis.

Voy a procurar cerrarlo. Sigo con Beethoven y he decidido que a partir de ahora voy a intentar que lo que ilustre la pieza musical presentada sea un breve pasaje de mi Vida de Ludwig van Beethoven (que, os recuerdo, si os interesa podéis conseguir aquí).

La obra de hoy es uno de las que nuestro genio compuso cuando aún no había abandonado su Bonn natal. El fragmento de hoy habla de su despedida de aquella ciudad y da una lista de composiciones de aquella época:

Una vez decidida la partida y otorgado a Beethoven solo el dinero necesario para el viaje, aunque con la promesa de mandarle más una vez llegado allí, sus amigos decidieron hacerle un álbum de despedida. No definitiva, pues la idea era que regresase al completar sus estudios y basar su vida profesional en su ciudad aunque realizase numerosas giras de conciertos. No sabía que no volvería nunca. 

El álbum de firmas incluye los nombres de los amigos con que se reunía en el restaurante de la viuda Koch, el Zehrgarten, quince entradas en total, aunque en él no figuran los músicos importantes de la ciudad. No se ha citado todavía a uno de estos amigos, Carl August Malchus, secretario del embajador de Austria, que pronto entabló una gran amistad con Beethoven, como lo demuestra su muy apasionada intervención en tal álbum: 

El firmamento de mi profundo amor une nuestros corazones con lazos que no pueden desatarse y solo la muerte puede destruirlos. Extiende la mano, querido mío, y así sea hasta la muerte.
Tu Malchus 

Eleonore von Breuning, de la cual, según Thayer, también se enamoró Beethoven (algo que, como es lógico su futuro esposo Wegeler no indicó en las Notizen) hizo su aportación citando al filósofo y poeta Johann Gottfried Herder: 

La amistad, con aquello que es bueno, 
crece como la sombra vespertina 
hasta la puesta de sol de la vida. 

Bonn, 1 de noviembre de 1792. Su verdadera amiga, Eleonore von Breuning 

Pero sin duda la anotación más famosa es la muy premonitoria que hizo el conde Waldstein: 

¡Querido Beethoven! Vas a Viena a colmar tus tan largamente frustrados deseos. El Genio de Mozart está de luto y llorando por la muerte de su pupilo. Encontró un refugio pero no ocupación con el incansable Haydn; por medio de él desea formar una unión con otro. Con la ayuda de un trabajo constante, recibirás el espíritu de Mozart de manos de Haydn.


Bonn, 29 de octubre de 1792                                                                                                                  Tu fiel amigo Waldstein. 

La fecha de la anotación de Eleonore demuestra que Beethoven aún se encontraba en Bonn el 1 de noviembre de 1792. Seguramente partió al día siguiente. 

Allí marchaba para estudiar con el compositor vivo más célebre, enviado nada menos que por el tío del emperador y con el aval del conde Waldstein, lo cual le abriría las puertas de los más importantes palacios de la aristocracia. Pero no iba de vacío, pues ya había compuesto bastante música en su ciudad natal. A lo largo de este capítulo se han citado algunas de esas obras. Otras dignas de mención son, por aproximado orden cronológico:

  • Dos preludios para piano u órgano, de c. 1789, publicados en 1803 como Op. 39. 
  • Dos arias para bajo (WoO 89-90), y una escena y aria para soprano (WoO 92) de c. 1791
  • Seis variaciones para piano o arpa sobre una canción suiza (WoO 64) de c. 1791. 
  • Un largo fragmento (259 compases) del primer movimiento de un concierto para violín en do mayor (WoO 5), de c. 1791. 
  • Un trío para piano, violín y violonchelo en mi bemol mayor (WoO 38), de c. 1791. 
  • Un concierto para oboe, perdido (Hess 12). 
  • 14 variaciones para piano, violín y violonchelo en mi bemol mayor, escritas c. 1792 y publicadas en 1804 como Op. 44. 
  • Tres conjuntos de variaciones para piano (WoO 40, 66, 67), todas de c. 1792. 
  • Un octeto para instrumentos de viento en mi bemol mayor, publicado póstumamente como Op. 103. 
  • La mayoría de las ocho canciones que aparecieron publicadas en 1805 como Op. 52, además de las WoO 110-115. 

También se llevó algunas obras comenzadas que concluyó en Viena y allí revisó asimismo piezas que había escrito en Bonn, como veremos en su momento.

Hasta aquí el fragmento de mi librillo y ahora, la música:



4.3.20

Beethoven: Sonata para piano en mi bemol mayor WoO 47 nº 1

No me da la vida, no me da la vida... Son demasiadas cosas y ya se sabe que quien mucho abarca poco aprieta. Quería haber dedicado más tiempo a este desangelado blog este año conmemorativo de los 250 años del nacimiento de Beethoven y aquí estamos, comenzando marzo, con la primera entrada... Pero, siguiendo con refranes, recurramos a eso de que nunca es tarde si la dicha es buena y procuremos enmendarnos. Consideraré esta entrada como un segundo arranque, después de la última, en la que os traje la que tal vez sea la primera obra compuesta por nuestro genio. La de hoy también es muy temprana, forma parte de un grupo de tres sonatas conocidas como Electorales, ya que fueron dedicadas al elector Maximiliano Federico. Datan de 1782 o 1783 y fueron publicadas por Bossler en el otoño del último año mencionado, seguro que con el apoyo de su maestro, Christian Gottlob Neefe. Disfrutad del incipiente talento del Beethoven niño.

16.12.19

¿Arrancamos ya el año Beethoven?


Aunque no hay certeza absoluta, es muy posible que Ludwig van Beethoven naciese el 16 de diciembre de 1770 (sí que se sabe que lo bautizaron al día siguiente). Por tanto, en 366 días se cumplirá el 250º aniversario de su venida al mundo, lo cual hace de 2020 un año de celebraciones. No parece, por tanto, esta de hoy una mala fecha para empezar con los fastos, que espero animen un tanto esta mortecina bitácora. Beethoven es mi ídolo musical y, desde luego, un acicate para seguir adelante. 

El año que pronto empieza verá sin duda una avalancha de publicaciones de todo tipo, empezando por las musicales (ya he contado cuatro ediciones en CD de sus obras completas) y siguiendo por las editoriales. Por cierto, si algún editor lee esto y quiere publicar una versión en español de la biografía de Thayer (la considerada aún canónica y, que yo sepa, nunca ha aparecido en nuestro idioma), que sepa que un servidor la tradujo hace tiempo y el texto está a su entera disposición. En su día me puse en contacto con Princeton University Press, la editorial responsable de la versión original inglesa y me contestaron rápida y amablemente, informándome de que ellos no trataban directamente con autores, pero que estarían encantados de hablar con la editorial que quisiera hacerlo. Pero bueno, ya lo dijo San Juan: "Yo soy la voz del que clama en el desierto".

Y bien, como por aquí lo que suelo hacer es poner música, vamos a ello. Os traigo la que se considera primera obra de Beethoven. Se trata de las nueve variaciones sobre una marcha de Dressler (WoO 63). Fueron escritas en 1782 bajo la supervisión de su maestro, Christian Gottlob Neefe, que además se encargó de que fuesen publicadas.


Como colofón, os recomiendo que, si queréis leer buenas biografías de Beethoven busquéis la de Thayer (en inglés) y, si no domináis la lengua de Shakespeare, os decantéis por las de Maynard Solomon o Jean y Brigitte Massin, que están en nuestra lengua. Pero si queréis algo medianamente válido por poco dinero, me atrevo a incluir aquí mi Vida de Ludwig van Beethoven, escrita con mucho cariño (y utilizando fuentes de lo más sólido). Sólo habla de la vida de Beethoven, de sus acontecimientos, éxitos, fracasos, alegrías y miserias, y no incluye análisis musicales, como es lógico, pero sí un catálogo exhaustivo de toda la obra del genio, incluidos los números de opus, los WoO (con anexos) y, lo que no suele ser habitual, todos los números del catálogo de Hess (que son 335 más 66 de anexos). Y por poco dinerito (en versión papel y Kindle). Aquí la podéis conseguir.

1.10.19

Jessye Norman: Los "Cuatro últimos lieder", de Richard Strauss

Tiempo llevaba buscando el modo de resucitar este blog, que espero esté muy activo el año que viene con los fastos beethovenianos. Me ha llegado una excusa, una triste excusa, pues hoy he sabido de la muerte de Jessye Norman, una de las cantantes míticas del siglo pasado. Conozco bastantes grabaciones suyas, pero si hubiese de destacar una es la que os traigo hoy, quizá muy adecuada por el elemento de despedida que contienen esos versos y esa música: los Vier letze Lieder de Richard Strauss, que registró la gran soprano de Augusta a principios de la década de 1980 con la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig dirigida por Kurt Masur.



17.6.19

Beethoven: "Adelaide"

La producción liederística de Beethoven no está entre lo más conocido de su obra. En su época, el lied tal vez seguía siendo "música de sociedad", pensada para un consumo doméstico en los salones burgueses (los aristócratas se podían permitir el lujo de mantener conjuntos de cámara e incluso orquestas enteras y teatros de ópera). Sin embargo, algunas de las piezas exceden ese mundo cerrado de la vida privada de la era Biedermeier. Tal es el caso de esta "Adelaide", escrita a mediados de la década de 1790 sobre un texto de Matthison. La versión es estupenda...

3.6.19

Humperdinck: Cuarteto en do mayor

¿Engelbert Humperdinck? ¿El de Hansel y Gretel? ¿No será el crooner también conocido como Arnold George Dorsey? Pero no, ese no creo que compusiera cuartetos...

Se trata del primero, por supuesto, tan asociado a esa celebérrima ópera y al entorno de Wagner. Sí, también escribió algo de música de cámara. En el fondo soy un romántico y todavía, de cuando en cuando, hago alguna incursión en las cada vez más desabastecidas tiendas de discos por ver qué me encuentro. Y en la última vi un CD del sello cpo (sí, el de los raritos) con música de cámara (los cuartetos, en concreto) de nuestro protagonista. Me pareció curioso y me lo llevé a casa. Aquí tenéis una muestra de este desconocidísimo repertorio (no hay más que ver cómo es el vídeo).



22.4.19

The Moody Blues: "Dawn is a Feeling"

Sin ningún motivo especial, sencillamente porque me parece una canción magnífica (como lo es todo este álbum, quizá uno de los mejores de la historia de la música pop), empezamos con ella la semana y volvemos al trabajo tras la pausa vacacional. Que la disfrutéis.

1.4.19

Mozart: "Una broma musical", KV 522

Hoy, 1 de abril, es el "día de los inocentes" de los anglosajones, así que, ¡cuidado!, las burradas, falsedades y disparates que de forma habitual se leen en las redes sociales puede que hoy sean de broma. Pensando en bromas musicales (que hay muchas) la primera que me viene a la cabeza es esta escrita por Mozart en 1787, titulada así por él (Eine musikalischer Spass). Trompas desafinadas, un solo de violín que acaba como el Rosario de la Aurora (rotura de cuerda incluida) y unos últimos compases que son una anticipación de la Segunda Escuela de Viena son los aspectos más evidentes de esta broma que seguro oculta otras sutilezas solo reconocibles por los expertos. Ahí la tenéis, April Fools...

18.3.19

Mozart: "In quali eccessi... Mi tradì" ("Don Giovanni") por Lisa della Casa

Hay muchas formas de recordar a la gran cantante suiza Lisa della Casa, el centenario de cuyo nacimiento se celebra en 2019, y también muchas interpretaciones, pero yo he elegido esta por una situación graciosa que me ocurrió a mí. Hace ya un tiempito, viendo la versión de Don Giovanni filmada en Salzburgo en 1954, con dirección de Furtwängler y con nuestra protagonista como Donna Elvira, mi hija, que por entonces debía de tener cinco o seis años, me preguntó: "¿Por qué 'Llondovani' (esto es, Don Giovanni) está haciendo llorar a esa princesa?" Pues aquí tenéis a la "princesa" cantando una de las arias más conocidas de la ópera en aquella mítica grabación.

11.3.19

Leoncavallo: "Mattinata"

Este año se cumple el centenario de la muerte de Ruggero Leoncavallo, músico napolitano nacido el 8 de marzo de 1857. Aunque fue bastante prolífico, solo es recordado hoy en día por un par de obras: la celebérrima ópera Pagliacci, piedra miliar del verismo, y por la canción que os traigo hoy, que fue dedicada al gran tenor Enrico Caruso. La primera grabación de Mattinata data del mismo año de su composición (1904) y está protagonizada por Caruso y el propio Leoncavallo al piano. Tampoco está mal la versión que podréis escuchar aquí, si queréis. La fecha exacta del centenario es el 9 de agosto; aquel día de 1919 murió Leoncavallo en Montecatini.

4.3.19

Dvořák: Obertura "Carnaval" Op. 91/B. 169

Yo no soy mucho de carnavales; son unas fiestas que nunca he llegado a comprender. Sin embargo, este desenfreno previo a la austeridad de la Cuaresma ha inspirado a muchos compositores, que lo han convertido bien el marco en el que desarrollar sus obras (piénsese, por poner solo un ejemplo, en la Doña Francisquita de Vives: "¡Qué alegre es Madrid en carnaval...!") o directamente el núcleo de lo que pretenden expresar con ellas. Tal es el caso de la obertura de concierto que os presento hoy, titulada así, Carnaval. Ideada en 1891 por su creador, Antonín Dvořák, como parte de una trilogía denominada Naturaleza, vida y amor, es la correspondiente a la parte intermedia, esto es, a la vida, aunque en este caso con todos sus contrastes y sus tormentas. Os la dejo en las excelentes manos de Rafael Kubelík.

25.2.19

Berlioz: "Les nuits d'été"

Se dice que el medio natural de Berlioz era la gran orquesta. En efecto, muy pocas obras se cuentan en su catálogo que no la tengan como protagonista. Y la segunda estrella principal es la voz humana. Ya hemos hablado de sus óperas y de otras obras más difíciles de clasificar en la que el canto desempeña un papel fundamental. Berlioz compuso, asimismo, numerosas canciones; de ellas, acaso las más célebres sean estas Nuits d'été, sobre textos de Théophile Gautier, que en principio escribió para piano y voz (en 1841) y orquestó quince años después. Os las dejo en una de las voces que mejor las ha cantado, la de Janet Baker y concluyo así este pequeño homenaje a Berlioz en el sesquicentenario de su muerte.

18.2.19

Berlioz: "Harold en Italie"

En entradas anteriores mencioné la enorme admiración que profesaba Nicolò Paganini por nuestro compositor; tanta como para exclamar algo así como "Beethoven murió para revivir en Berlioz" cuando escuchó la Sinfonía fantástica. Una de las consecuencias de ello fue el encargo de la obra que hoy os traigo, "Harold en Italia", compuesta en el verano de 1834. Basada laxamente en el Childe Harold de Lord Byron, es en realidad un grupo de reminiscencias de la estancia de Berlioz en Italia, escritas en forma de sinfonía en cuatro movimientos con una viola principal solista. El gran violinista italiano había pensado lucirse con su nueva viola Stradivarius, pero al ver la poca relevancia que dio Berlioz al instrumento se decepcionó de tal modo que jamás interpretó la partitura. Él se lo perdió. La versión que os pongo aquí es una garantía total, con uno de los directores que más abogó por la música de Berlioz y uno de los violinistas más importantes del siglo pasado.




11.2.19

Berlioz: Obertura de "Les troyens"

En la primera mitad del siglo XIX, el éxito verdadero no le llegaba a un compositor si no triunfaba en el mayor espectáculo de la época, la ópera. Berlioz también lo intentó a lo largo de toda su vida, con éxito desigual. Llegó a completar cinco óperas: la primera de ellas, Estelle et Némorin, una obra de juventud, no se conserva y de la segunda, Les francs-juges, solo nos han llegado la obertura y algunos números; Benvenuto Cellini está basada en la vida del famoso orfebre florentino del siglo XVI, Béatrice et Benedict -la última que compuso- es una adaptación de Mucho ruido y pocas nueces. Para el final dejo el proyecto que más quebraderos de cabeza le supuso, Les troyens, basada en la Eneida. Para poderla estrenar tuvo que dividirla en dos (es una grand opéra en cinco actos que dura casi cuatro horas) y su segunda parte, titulada Les troyens à Carthage obtuvo un gran éxito cuando se estrenó en noviembre de 1862. Sin embargo estas mutilaciones -junto a otras que siguieron, tanto en las puestas en escena como en la publicación de la música- desanimaron al compositor para perseguir una reposición, que no se dio hasta treinta años después. Aquí os dejo la obertura, en una versión histórica.

21.1.19

Berlioz: "Roméo et Juliette"

Harriet Smithson como Ofelia

El 11 de septiembre de 1827 fue un día que sin duda Berlioz debió de recordar muchas veces a lo largo de su vida. En esa fecha tomó contacto por primera vez tanto con Shakespeare, que pasaría a ser considerado por él como la cúspide de la poesía, como con la actriz irlandesa Harriet Smithson, que en aquella ocasión interpretó a la Ofelia de Hamlet. Muy poderoso tuvo que ser el influjo, pues la obra se hizo en inglés, lengua de la que Berlioz no entendía ni una palabra. El arrobamiento del compositor lo llevó a escribir cartas a la actriz de un ardor tal que provocó el pánico en la joven, que lo rechazó. Ahí tenemos el origen de la Sinfonía fantástica, donde se pretende narrar esa pasión no correspondida. Fue la gran impresión que causó en Harriet la escucha de esa misma obra la que le hizo cambiar de opinión; acabaron casándose, tras un peculiar noviazgo, en 1833. Tuvieron un hijo, pero el matrimonio duró poco: las extrañas expectativas románticas de Berlioz, los sempiternos problemas económicos -por no llamarlos privaciones- y la barrera del idioma, que nunca se derribó del todo, hicieron que antes de nueve años estuviesen ya separados. Harriet murió en 1854, tras varios años de parálisis causada por una apoplejía. Berlioz siempre estuvo pendiente de ella a pesar de la separación.

Volviendo a la otra revelación de aquel martes de septiembre, Shakespeare inspiraría numerosas obras de Berlioz. De ellas, quizá la más famosa sea la sinfonía dramática Romeo y Julieta, compuesta en 1839 en gran parte gracias a un regalo de 20.000 francos hecho por el gran violinista Paganini (admirado por otra de sus obras, Harold en Italia, de la que hablaré en otra entrada). Aquí os la dejo completa, en una versión de referencia.


14.1.19

Berlioz: Messe solennelle

Aunque desde muy pequeño estuvo en contacto con la música, el destino de Berlioz era convertirse en médico. O al menos eso era lo que deseaba su padre, que lo mandó a París a estudiar medicina. Sin embargo, Hector tenía más inclinación por la música, que empezó a estudiar con su habitual ardor. Apenas llevaba un año en ese empeño cuando escribió esta Messe solennelle, la primera de sus obras que se escuchó en público y que le reportó un cierto éxito. Corría el año 1824. Más adelante Berlioz destruyó casi todas sus obras de este primer periodo; esta Misa se salvó porque tuvo que regalar el manuscrito (es posible que para saldar alguna deuda), el cual fue redescubierto más de cien años después de la muerte de su autor. El compositor aprovechó fragmentos de esta misa para obras posteriores, como la Sinfonía fantástica o el Réquiem.

8.1.19

Berlioz: "Symphonie fantastique"

Llegó un nuevo año y, siguiendo la costumbre, dedicaré algunas de sus primeras entradas a compositores que se van a celebrar por algún aniversario. El más importante de los que me vienen a la cabeza es Hector Berlioz, nacido en 1803 y muerto en 1869. En 2019 se cumplen, por tanto, 150 años de su desaparición. No es la de Berlioz una música apreciada por todo el mundo; se trata de uno de los arquetipos de músico romántico, de vida y obra atormentadas. En estas entradas iré desgranando algunos detalles tanto de una como de la otra. Empiezo con la que tal vez sea su obra más famosa, la Sinfonía fantástica que escribió con apenas 25 años y que para algunos es la piedra angular del poema sinfónico, ese género musical que acabaría marcando la música de grandes compositores como Liszt o Richard Strauss. Aquí la tenéis en una versión espectacular, como todas las debidas a Leopold Stokowski.

24.12.18

Honegger: "Une cantate de Noël"

Llegan las fiestas y, a pesar de lo descuidado que tengo este blog, no quiero dejar pasar la ocasión de felicitarlas a quienes lo seguís. Para ello voy a utilizar un clásico que ya he traído por aquí otras veces, la Cantate de Noël de Arthur Honegger, una de sus últimas obras. Es quizá la pieza de Navidad que más me emociona, por su paso de la oscuridad a la luz y por su quodlibet de cantos navideños en francés y alemán (¿un símbolo de reconciliación tras la guerra?) que tiene su clímax cuando de entre el maremágnum de voces surge el Noche de paz. Aquí os la traigo (y aviso, hay coda tras el vídeo):



Y en la coda os contaré, para quienes no lo sepáis, que a mi gran afición por la música uno otra, la de escribir. Hace más o menos tres años apareció publicado en una antología titulada Cuentos de Navidad, de la (casi) desaparecida editorial Playa de Ákaba, una narración breve titulada así, Una cantata de Navidad, de la que soy autor y que fue inspirada por esta extraordinaria música de Honegger. Hoy la quiero compartir aquí para así desearos una muy feliz Nochebuena.



UNA CANTATA DE NAVIDAD

De profundis clamavi…

Tardó tanto en decidirse que cuando salió a la calle ya había anochecido. No eran más que las siete y media, pero la oscuridad era tal que se hacía difícil caminar. Un apagón se quiso unir a la fiesta, todo el barrio estaba sumido en las tinieblas. En sus casas, los vecinos, sorprendidos en plenos preparativos, habían ido a buscar en los cajones de los muebles esas velas que allí quedan olvidadas cuando vuelve la luz y que ahora comunicaban su tenue resplandor a las ventanas, lo único que, junto con los haces que formaban los faros de los coches, mitigaba el fantasmagórico ambiente.

A tientas avanzaba por las estrechas aceras de su calle, intentando evitar agujeros y charcos, hasta la esquina en la que estaba la parada del autobús que pretendía tomar. Era la primera –o la última– del trayecto y el vehículo siempre permanecía allí parado varios minutos antes de emprender su viaje hacia el centro.

No solía hablar con los conductores, aunque sus caras ya le sonaban de tantos días yendo en ese autobús, siguiendo el mismo camino hasta Atocha, donde luego se bajaba para tomar el tren. Hoy, sin embargo, iba a seguir hasta Cibeles, donde acababa –o empezaba– la línea y no parecía que mucha más gente hubiese tenido la misma idea. El autobús estaba vacío y era difícil no cruzar siquiera unas palabras.
–Vaya noche para trabajar, ¿eh? –le dijo.
–Una como cualquier otra –fue la lacónica respuesta.

Luego, se fue a sentar donde era su costumbre, en los asientos inmediatos a la puerta central de salida. Allí, al menos, había algo de luz y podía mirar el móvil. ¿Pero había algo que ver? Lo cierto es que si iba a darse ese paseo era para no pensar, para no recordar, para distraerse con cualquier cosa… Pero cuando sacó el móvil se acordó de ese correo que no había recibido y que muy bien podía cambiar su vida, y de ese mensaje que aún esperaba más… Lo guardó en el bolsillo del abrigo.

El autobús arrancó y empezó a transitar las calles, que eran irreconocibles dentro de la oscuridad casi absoluta en la que estaban inmersas a causa del apagón. Nadie en las primeras paradas. El barrio estaba vacío, la gente se había refugiado del frío y de la negrura de la noche invernal en las colmenas humanas que parecían sus torres. O más bien se habían ido reuniendo y las tinieblas los habían sorprendido en pleno trajín, preparando la cena.

Ne craignez point 
car je vous transmet une bonne nouvelle… 

 Por fin, en los límites de su barrio, cuando ya a lo lejos se vislumbraba la luz de las farolas de una zona en la que no se había cortado el suministro eléctrico, el autobús paró. Desde donde estaba, no pudo ver en principio quién subía. Fuese quien fuese, se estaba demorando bastante. El conductor miraba y miraba, impaciente. Al final apareció un anciano que se movía con bastante dificultad y musitó algunas palabras que no pudo entender. El conductor agitó varias veces la cabeza mientras el anciano insistía. Tras un rato de discusión, hizo ademán de darse la vuelta, momento en el que el conductor, suspirando, le dijo –y esto sí que lo escuchó:
–Venga, abuelo, por ser hoy el día que es, le dejo subir. Pero que sea la última vez…

El anciano le dio las gracias con un gesto y, muy despacio –se apoyaba en una muleta–, acertó a sentarse justo detrás del conductor.

Lo contempló, tan frágil, mal vestido, con un cabello medio rapado y una barba de profeta. El anciano miraba al suelo y de vez en cuando volvía la vista hacia las calles que ya se podían apreciar bajo la luz de las farolas. «De qué me quejo…», pensó él, viendo a esa persona que seguro sufría la soledad mucho más que él, en medio de aquella noche, sin compañía… «Con qué facilidad nos sentimos los seres más desgraciados del mundo, sin mirar a nuestro alrededor…», se dijo y empezó a fijarse en quienes iban por las aceras, deprisa, llegando tarde ya a la cita obligada de esa noche.

Cuando empezaban a cruzar el casco viejo de Carabanchel, el anciano dijo algo al conductor, que le contestó:
–Vale, abuelo, baje por aquí delante mejor… Es la próxima.

Miró hacia su derecha y observó la silueta de la vieja torre de San Pedro, esa que había visto de pequeño quedar sola, enhiesta, cuando derribaron el resto de la iglesia. Ahora había permanecido como muda testigo del pasado, rodeada de una moderna parroquia ante cuya puerta se arremolinaba bastante gente, cosa rara dado el día y dada la hora. ¿O no?

Porque lo que no pudo ver es que ese anciano tan triste –según creyó– bajó del autobús y, pasito a pasito, se fue acercando hacia la parroquia, donde le esperaban otros hombres y mujeres como él, otros que no pasarían aquella noche en soledad pues si no tenían familiares con quienes compartirla, sí que se tenían los unos a los otros. No pudo ver, pues, la sonrisa con que le recibieron y la sonrisa que lució él al ser recibido. Lástima, porque, la verdad, lo único que se le pasó por la cabeza fue que aquel hombre iba a buscar la caridad de la parroquia y lo que sintió fue pena…

Es ist ein Reis entsprungen… 

El autobús empezó a llenarse a medida que avanzaba por la calle del General Ricardos. La luz era cada vez mayor, así como la animación que corría a chorros por las aceras, gente que entraba y salía de tiendas y bares, haciendo la última compra o tomando la última caña antes de recogerse.

Al otro lado del pasillo se sentó una pareja joven con una niña pequeña que desde que llegó se lo quedó mirando. Lo notó, le devolvió la mirada y procuró sonreír. Mal lo debió de hacer, pues la niña le dijo:
–¿Por qué estás triste? Hoy no se puede estar triste…
–¡Nena, no molestes al señor…! –la interrumpió su madre, y la niña se volvió y siguió a lo suyo.

Él se quedó estupefacto… ¿Triste? ¿Tanto se le notaba? Es posible. Iba a pasar la noche solo. Sus padres, de viaje en Tenerife. Su hermana, de cooperante en Haití. Y él aquí. Y ella… ¿Cuánto hacía que se había ido? Por qué preguntarlo, lo sabía de sobra… Dos meses y tres días… Sí, se le debía de notar…

Miró por la ventana del autobús, suspiró e intentó esbozar una sonrisa, pensando en la ocurrencia de la cría. Veía cada vez más gente, a la que sí que era difícil preguntar si estaba triste. La mayoría caminaba a buen paso, reía, parecía olvidar por un momento todas las miserias que pudieran acecharles… ¿Por qué no hacer lo mismo?

Con todas estas divagaciones, el camino voló. El autobús subía ya por el paseo del Prado y, muy cerca de su destino, en una de las últimas paradas antes de llegar al final, vio como desde la acera un niño, de la mano de su padre, le hizo un gesto sonriente. Esta vez sí que se lo devolvió y se sintió algo mejor. Sin embargo, pasado el instante mágico, volvió a caer en la negrura.

En la terminal del autobús, fue un grupo de chicas jóvenes que iban o venían de jolgorio el que le saludó. Pero, ¿era a él? Tal vez se estaba equivocando, a ver si ahora se creía el centro del mundo… Sacudió la cabeza, se dispuso a bajar del autobús y, desde Cibeles, ir por la calle de Alcalá hacia la Puerta del Sol.

Laudate Dominum omnes gentes… 

A medida que se alejaba del carro de la diosa y se acercaba al corazón de Madrid, la calle se llenaba más y más. ¿Qué hacía ahí esa muchedumbre? ¿No iban a reunirse con su familia, a compartir la que para muchos es la cena más importante del año? Daba igual. Todos parecían felices, con sus gorritos y otros aditamentos cada cual más extravagante. Ante una situación así, alguien con un estado de ánimo como el suyo, solo tiene dos opciones: bien aislarse del entorno y hundirse más en sus miserias o bien dejarse contagiar. Dudó, dudó mucho pero al final optó por lo segundo. Empezó a devolver todas las sonrisas que se cruzaba, que eran bastantes. Miró las luces, los adornos que no faltaban en ningún comercio, bar o restaurante… Se sorprendió cuando le entraron unas terribles ganas de cantar, de repetir esas musiquillas tan propias de la época que en su mente estaban empezando a desterrar los plomizos pensamientos que le acompañaban desde hacía ya tanto tiempo…

En el último tramo de la calle de Alcalá, cuando pasaba frente al Casino de Madrid, le sonó el móvil. Otro correo… Qué aburrimiento, tanta publicidad, tanto mensaje no deseado… Pensó no abrirlo, pero un extraño impulso lo llevó a sacar el aparatito del bolsillo del abrigo y a mirarlo. En efecto, otra oferta irresistible de esa librería en la que una vez se le ocurrió comprar… Pero… Había algo más. Dos correos más abajo se encontró con uno no leído, que le debía de haber llegado durante el viaje en autobús –o acaso antes– y al que no había prestado atención. Era del trabajo… ¿Una respuesta, al fin? ¿Negativa, como esperaba? Lo abrió…

Le habían concedido el traslado. El lunes siguiente empezaría a trabajar en Madrid. El sueño de años, cumplido.

Dio saltos. Gritos. Nadie se extrañó, era natural. Incluso hubo quien aplaudió. ¿Cómo no estar contento en estas fechas?

No lo esperaba. ¡Uno de los escollos se había superado! La lejanía del trabajo, los sábados y domingos ocupados en lo que no se había podido arreglar durante los demás días de la semana habían sido una de las causas de… Bueno, una entre muchas. Ella se había ido… Pararon los saltos, la realidad había regresado. Con una sonrisa más bien melancólica fue a guardar de nuevo el aparatito. Estaba entrando ya en la Puerta del Sol. No le dio tiempo a hacerlo, ahora sonó el tono que le indicaba que había recibido un mensaje. Un mensaje de… ¿Sería posible? ¡Sí! Un mensaje de ella… La contestación a sus ruegos… Solo dos palabras…

«Quiero volver».

Por fin, aquella Nochebuena y en la Puerta del Sol se dio cuenta de que el árbol de Navidad, ese enorme cono erguido en el corazón de la plaza, era verde, del color de la esperanza.

Y entre todas las voces, todos los cantos, uno se oía sobre los demás.

Stille Nacht, heilige Nacht! 

In memoriam Arthur Honegger (1892-1955) Compositor de Une cantate de Noël, que ha inspirado este relato.


15.10.18

Rajmáninov: Concierto para piano nº 3

Se me había pasado un aniversario... El pasado 28 de marzo se cumplieron 75 años de la muerte de Sergéi Rajmáninov en su exilio norteamericano. Un compositor tan admirado como denostado, romántico en plena época de vanguardias rompedoras, nostálgico de una tierra que hubo de abandonar tras la Revolución Rusa pero cuyas costumbres mantuvo en todas las casas foráneas en las que vivió... Os dejo uno de sus conciertos para piano, el Tercero, en una gran interpretación de Martha Argerich.

8.10.18

Puccini: "O mio babbino caro" (Gianni Schicchi) - Montserrat Caballé

Repaso mi fonoteca y veo que no abunda mucho en ella el nombre de Montserrat Caballé. Una Mathilde del Gillaume Tell de Rossini, una Aida, una Mimí de La Bohème y una Lìu de Turandot. Como hay un 50% de Puccinis en esta somera lista, hoy la voy a recordar con este maravilloso pasaje de otra obra de d. Giacomo, Gianni Schicchi, una de las tres breves óperas que componen Il trittico. Buen viaje, doña Montserrat.

1.10.18

Mahler: Sinfonía nº 8 (Bernstein)

Last but not least hay que mencionar el aniversario de Leonard Bernstein. El pasado 25 de agosto se cumplieron 100 años del nacimiento de este músico genial, compositor, pianista y sobre todo, director y divulgador. Muchas cosas se podrían escribir sobre él, pero como en estos pagos aplico el principio de  prima la musica e poi le parole, me limitaré a decir que yo siempre ligaré a Bernstein con Mahler como uno de sus mejores intérpretes. Y creo que recordarlo aquí con la que es mi obra favorita de Mahler es el mejor homenaje que le puedo hacer. Así que aquí tenéis esta Octava, interpretada por un elenco muy similar al de la mítica grabación del Festival de Salzburgo de 1975. Que lo disfrutéis.

17.9.18

Mozart: "Et incarnatus est" de la Misa en do menor KV 427 (Arleen Augér)

La cantante a la que recordamos hoy comparte con Lucia Popp las fechas de nacimiento y muerte (1939 y 1993; el pasado 10 de junio se cumplió un cuarto de siglo de su fallecimiento) y también la causa de su abandono prematuro de este mundo (un tumor cerebral). Augér, norteamericana de Los Ángeles, también se presentó con la "Reina de la Noche" mozartiana, aunque un poco después que su colega austro-eslovaca, en 1969. Arleen Augér lo tuvo algo más difícil, aunque también acabó triunfando (cuando llegó a Viena no sabía alemán y acabó dando clases de canto en una de las más prestigiosas escuelas de Alemania, la Hochschule für Musik und Darstellende Kunst de Fráncforty) . Hoy os la traigo también con Mozart, acompañada por quien será el protagonista de la siguiente entrada.

10.9.18

Dvořák: "Canción a la luna" (Rusalka) - Lucia Popp

Tras un paréntesis excesivamente largo volvemos a la carga. Y de nuevo con aniversarios. Si a comienzos del año recordábamos el centenario de Claude Debussy, en esta entrada y las dos siguientes nos vamos a ocupar de dos cantantes y un director-compositor. Empiezo con Lucia Popp, una de las voces más bellas que yo haya escuchado jamás. Nacida en Eslovaquia en 1939, luego nacionalizada austriaca, su éxito comenzó con la extraordinaria interpretación que hizo de la Reina de la Noche en la mítica grabación de Die Zäuberflöte dirigida por Otto Klemperer en 1964. Su voz, de soprano ligera al comienzo, fue evolucionando hasta poder asumir papeles más líricos y, después, dramáticos. Murió prematuramente, a causa de un tumor cerebral, en noviembre de 1993, hace un cuarto de siglo. Os dejo con uno de los pasajes más bellos que se puedan disfrutar en una ópera, la Canción a la luna de la Rusalka de Dvořák.

4.6.18

Bizet: "Quant au douanier, c'est nôtre affaire" ("Carmen")

Aunque soy tirando a wagneriano en esto del teatro lírico  (con peregrinación a Bayreuth incluida; hay segunda y tercera parte), creo que la ópera que más veces he escuchado es Carmen. Ayer lo volví a hacer, aprovechando que se cumplían 143 años de la muerte de su creador, Georges Bizet, que no sé si se llegó a imaginar que su obra se convertiría en una de las más populares de la historia. Hoy voy a traer un fragmento que me gusta mucho, tanto que alguna de las primeras veces que disfruté de esta ópera me hice varios da capo.

7.5.18

En el Día de Europa: Beethoven, Sinfonía nº 9 (Bernstein, 1989)

El próximo día 9 se celebra el Día de Europa y casi todo el mundo sabe que se ha elegido como himno de la Unión el cuarto movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven. Ahí, el genio de los genios utilizó la Oda a la Alegría de Schiller para crear uno de las más conmovedores y magníficos cantos a la hermandad y la concordia entre los seres humanos. Leonard Bernstein lo tuvo muy claro cuando dirigió esta interpretación que os traigo hoy, que no es una cualquiera. Tuvo lugar el 25 de diciembre de 1989, en el antiguo Berlín Este, unas semanas después de la caída del Muro de la Vergüenza (el que existía entonces, hoy sabemos que, por desgracia hay otros y más que algunos quieren crear). Bernstein reunió una orquesta formada por miembros de conjuntos de las antiguas potencias ocupantes y de las dos Alemanias: la Staatskapelle de Dresde, la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera, la Orquesta del Teatro Kirov de Leningrado, la Orquesta Sinfónica de Londres, la Orquesta Filarmónica de Nueva York y la Orquesta de París. Bernstein, además, se permitió dos licencias; una de ellas, incluir un coro de niños en la interpretación y otra, la más simbólica, sustituir la palabra "Freude" (alegría) por "Freiheit" (libertad). El resultado es una de las interpretaciones más emocionantes de la historia, un recuerdo de que los muros son para derribarlos y no para crearlos. Aquí tenéis el concierto completo.

16.4.18

Turandot: "In questa reggia..." (Birgit Nilsson)

La otra gran cantante wagneriana que hubiese cumplido cien años este 2018 es Birgit Nilsson, sueca al igual que Varnay (Con la noruega Kirsten Flagstad completaríamos una trinidad de sopranos nórdicas que marcaron época con sus interpretaciones de los dramas musicales de Wagner). Hoy os la traigo no en un papel de los que cabría esperar, sino en uno de Puccini que parece hecho para este tipo de cantantes. De hecho, muchas han sido las sopranos wagnerianas que han abordado Turandot, la terrible y gélida princesa de la gran obra de Puccini. Disfrutad.

9.4.18

Wagner: "Tannhäuser": "Dich, teure Halle" (Astrid Varnay)

Quiere la casualidad que este año 2018 se cumpla el centenario del nacimiento de dos de las más grandes cantantes wagnerianas del siglo XX: Astrid Varnay y Birgit Nilsson. El día 25 de este mes habría cumplido un siglo Varnay, así que empezamos con ella. Nacida en Suecia de padres húngaros, ambos cantantes de ópera, debutó en el Metropolitan de Nueva York con solo 23 años de edad como la Sieglinde de La Valquiria a causa de la indisposición de la cantante titular, Lotte Lehman. Desde entonces se convirtió en uno de los referentes en las óperas de Wagner y Richard Strauss, sobre todo. Aquí os la traigo cantando en el Met "Dich, teure Halle", esto es, el comienzo del acto II de Tannhäuser.

2.4.18

Pergolesi: Stabat Mater

Recién concluida la Semana Santa (aunque hoy sigue siendo festivo en muchos lugares de España), me parece una buena idea elegir una de las infinitas piezas que los diferentes actos y servicios religiosos que tienen lugar durante estos días han originado. La verdad, se hace un poco difícil escoger entre tantas Pasiones, Oficios, Letanías, Oratorios que se han creado desde la Edad Media hasta Penderecki o Pärt... Pero alguna decisión hay que tomar, así que me decanto por el célebre Stabat Mater de Giovanni Battista Pergolesi, una de las últimas obras -si no la última- que completó en su breve vida (murió de tuberculosis en 1736, con apenas 26 años). El drama llevado a la música religiosa; no en vano, la representación de la ópera de Pergolesi La serva padrona en el año 1752 desencadenó en París la célebre "querella de los bufones". Pero esa es otra historia, disfrutemos ahora de esta pieza en la que tanto se dice con tan pocos medios.

19.3.18

Debussy: "Prélude à l'après-midi d'un faune"

Concluyo aquí mi pequeño homenaje a Claude Debussy, el centenario de cuya muerte se conmemorará el próximo domingo, con una de sus piezas más célebres, el Preludio para la siesta de un fauno, escrito entre 1891 y 1894. Se basa en un poema de Mallarmé y es lo único que se llevó a cabo de un magno proyecto teatral que el mismo poeta propuso al compositor. Con esta maravillosa pieza podemos comprobar que Debussy se dedicó a socavar los cimientos de las tradiciones musicales creando a la vez música de una belleza casi voluptuosa. Además, el homenaje va a ser doble, pues el director es Leonard Bernstein, de quien también se celebra el centenario este año -en este caso, de su nacimiento.

12.3.18

Debussy: "La mer"

Poco puedo decir que no se sepa de esta composición, una de las más célebres de Debussy. Así que voy a traer aquí una anécdota relacionada con ella. Estos "tres esbozos sinfónicos" se titulan: Del alba al mediodía en el mar, Juegos de olas y Diálogo del viento y el mar. Se cuenta que alguien pidió a Erik Satie su opinión sobre la pieza y, refiriéndose al primer movimiento, dijo algo parecido a: "Hay un momento, entre las diez y cuarto y las diez y media, que me gusta en especial". Disfrutad esta maravilla.

5.3.18

Debussy: "Noël des enfants qui n'ont plus de maisons"

En diciembre de 1915, Debussy contribuyó a su manera al esfuerzo bélico de su país escribiendo el texto y la música de este Villancico de los niños que ya no tienen casa para denunciar la crudeza de la guerra, pero sin buscar la paz o la reconciliación, sino la venganza para los niños de Francia, Bélgica, Serbia, Polonia... En definitiva, que aquel año la Navidad no llegase al otro bando. Os la traigo en una versión cantada por un coro.

26.2.18

Debussy: "Mes longs cheveux" (de "Pelléas et Mélisande")

Imagino que el escritor belga Maurice Maeterlinck (1862-1949), tal vez uno de los mayores exponentes del simbolismo, no suponía que su poema dramático Pelléas et Mélisande, escrito a los treinta años, iba a inspirar a cuatro de los más grandes compositores de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Gabriel Fauré (en 1898) y Jean Sibelius (en 1905) escribieron música para acompañar a su representación. A Arnold Schoenberg le inspiró un poema sinfónico (1903). Y el esfuerzo más ambicioso fue el de nuestro homenajeado, Claude Debussy, que la convirtió en 1902 en la más célebre de sus óperas. Aquí os traigo un pasaje muy conocido de su acto tercero, "Mes longs chevaux", interpretado nada menos que por Victoria de los Ángeles.



Y, de propina (pero vaya propina), el comienzo de la misma pieza, pero en este caso con el propio Debussy al piano acompañando a Mary Garden, la primera Mélisande. Es una grabación de 1904, así que, como podréis suponer, la calidad no es muy buena, pero el documento merece la pena.






19.2.18

Debussy: "La plus que lente"

Me había propuesto traer por aquí música de Debussy que no fuese demasiado conocida, sin embargo no he podido resistirme y aquí está esa maravilla llamada La plus que lente, en su versión orquestal, con el exótico protagonismo del címbalo húngaro. El compositor la escribió originalmente para piano, en 1910, para emular el vals lento que tan de moda estaba por entonces -y tal vez reírse con su habitualmente cáustico humor, aunque le salió de una causticidad preciosa...

12.2.18

Debussy: Rapsodia para saxofón y orquesta

Desde su invento, allá por la década de 1840, el saxofón ha tenido una relación, a mi juicio, "problemática" con la música llamada clásica. No han sido muy generosos los compositores "clásicos" con esta familia de instrumentos, mucho más exitosa en la música para banda y en el jazz. Debussy tampoco lo tenía en mucha estima; compuso su Rapsodia tras un encargo de la célebre saxofonista estadounidense Elise Hall, seguramente porque le venía bien el dinero. La escribió entre 1904 y 1911, pero nunca entregó el manuscrito a los editores y por lo tanto no se estrenó hasta después de su muerte, en un arreglo realizado por Jean Roger-Ducasse. Ahí os la dejo.

5.2.18

Debussy: "La Puerta del Vino"

Debussy, como muchos otros compositores franceses de su época, sintió fascinación por lo español y eso se dejó sentir en su producción. Uno de los ejemplos es este preludio, perteneciente al segundo cuaderno (1912-13), inspirado en la Puerta del Vino de la Alhambra, una de las construcciones más antiguas del recinto, ya que data de principios del siglo XIV.