V
El entreacto es otro de los rituales de Bayreuth. Son generosos –duran cerca de una hora- y permiten bien cenar, bien observar lo que hace la gente. Es un alivio salir, incluso un día soleado y caluroso como aquél, del horno de la Festspielhaus. Unos corren al servicio, perfectamente organizado para que no haya atascos, especialmente el de las damas, otros lo hacen hacia las barras que el Steigenberger monta para hacerse con algún líquido que llevarse a la garganta. Unos eligen champán, otros cerveza, algunos a palo seco, otros con una especie de rosquillas típicas de Baviera.(7)
Mientras tomábamos una cerveza en el Steigenberger, a nuestro lado bebía champán una pareja japonesa, él con esmoquin, ella con el típico kimono. Un caballero alemán fingía hacer fotos a su esposa cuando lo que en realidad buscaba era retratar el exótico atavío de la mujer, algo que me pareció irreverente e indigno de un señor que iba tan elegante.
Tenía éxito la pareja, pues otro caballero se acercó a hablar con ellos, les preguntó si era la primera vez que iban a Bayreuth e hizo comentarios elogiosos sobre la “original, bella y atrevida” puesta en escena.
Paseando por los jardines pudimos ver otra escena curiosa. Cerca del busto de Liszt algunos caballeros trasladaban unas cestas. Entraban en el césped, extendían mantas en el suelo y allí hacían picnic, con su traje de gala y todo, aunque, dado el calor, se despojaban de la americana.
Raquel en los jardines de la Festspielhaus.
Si ampliáis la foto, veréis arriba un grupo de caballeros elegantemente vestidos haciendo picnic.
Nosotros comentábamos lo que habíamos visto e intentábamos comprenderlo. ¿Qué nos quería decir Herheim? ¿Realmente quería decir algo o se estaba dedicando a ese deporte tan popular entre los de su profesión, a épater le bourgeois? ¿Estaba trazando un paralelismo entre Parsifal y la historia de Alemania en el siglo XX? Seguramente alguna de estas preguntas encontraría respuestas en los otros dos actos.
Ver reunida a la gente ante el balconcillo nos indicó que pronto vendría la fanfarria y empezaría el segundo acto. Así fue, efectivamente, con puntualidad alemana, poco antes de las siete de la tarde. Otra vez había que entrar en la caldera.
VI
El comienzo del segundo acto nos reafirmó claramente en la idea del paralelismo con la historia de Alemania. Las películas que en el primer acto mostraban soldados alegres y confiados eran ahora de muerte y desolación y en el escenario lo que había era un hospital de guerra. Klingsor era una especie de travesti (frac, pero liguero y medias, ya había aparecido fugazmente en el primer acto cuando Gurnemanz cuenta la desgracia de Amfortas) y las muchachas-flores, enfermeras de un hospital de campaña que atendían, se supone, a los caballeros de Klingsor que iba derrotando Parsifal según se acercaba al jardín mágico. Kundry aparecía vestida igual que Amfortas en el primer acto. De hecho, se parecía un montón y no sólo a él, sino a la Herzeleide del preludio. Incluso, llegado un momento, le empezó a sangrar el costado como al pecador rey del Grial.
Parsifal hizo su entrada tirándose desde una altura considerable hasta una gran colchoneta. Menos mal que no hubo percance. Kundry apareció después vestida como Klingsor, pero con los pantalones del frac en su sitio. El momento más impactante de este acto llegó al final. Cuando Kundry pide ayuda a Klingsor y éste aparece en lo alto, de repente se despliegan unas banderas nazis, en lo alto del escenario aparece el águila con la esvástica, surgen de los laterales soldados de la Wehrmacht o las SS, vaya usted a saber, y en el círculo que hay en el centro del escenario aparece un muchacho vestido con el uniforme de las juventudes hitlerianas que es quien finalmente amenaza con la lanza a Parsifal para que después caigan banderas, águila y soldados. Lo cierto es que podíamos haberlo imaginado, pues en los últimos momentos del larguísimo dúo entre Parsifal y Kundry surgieron por la parte trasera del escenario un grupo de personas que tenían el aspecto de refugiados o, tal vez, de judíos deportados…
En ese momento nos quedamos de piedra. Sabemos que en Alemania este tipo de alusiones suelen herir mucho las sensibilidades, pero lo curioso es que no apreciamos ningún tipo de reacción extraña.(8)
Al caer el telón, otra vez empezó a aplaudir el público. Esta vez no fue el aplauso un tanto tímido del final del primer acto, un aplauso que parecía hecho por quienes sabían que rompían una tradición –de la que acaso nadie se acuerde ya-, sino una ovación que pide la salida de los cantantes. Y así fue. Salieron Thomas Jesatko, Burkhard Fritz y Susan Maclean, Klingsor, Parsifal y Kundry, respectivamente, para recibir los aplausos y también los pateos (que quedaban apagados por la ovación), suponemos que dirigidos sobre todo al tenor de Hamburgo.(9)
Salimos, pues, más desconcertados aún que en el primer acto y fuimos directamente a la mesa que nos habían reservado en el Steigenberger, donde ya vimos nuestras cervezas –Aktien y Maisel’s, ambas elaboradas en Bayreuth- recién servidas. De inmediato se acercó un camarero a decirnos que en un minuto estaría la cena. Y así fue. A nuestro alrededor la gente también cenaba, entre continuos brindis con champán. Y suponemos que, al igual que nosotros, comentaban la puesta en escena y se hacían numerosas preguntas. Tal vez era ésa la intención de quien la ideó.
Cenando en el Steigenberger
Apuramos la cena y aún nos dio tiempo a pasear –empezaba a refrescar un poco- hasta que la última fanfarria de nuevo nos indicó que teníamos que volver a ocupar nuestras localidades.
VII
Tras el preludio, lo que se nos mostró fue un paisaje arrasado por la guerra con Gurnemanz en uniforme militar y Kundry ataviada como al final del segundo acto, con una túnica blanca manchada de sangre en el costado, como Amfortas. Parsifal apareció melenudo y vestido cual guerrero medieval, lo cual contrastaba poderosamente con el entorno. La omnipresente cama había desaparecido de su lugar y se encontraba, rota y ajada, a un lado.
Cuando llegó otro de los momentos emocionantes de este último acto, el conocido como Karfreitagszauber (“La magia del Viernes Santo”) la sorpresa se produjo cuando ante la especie de pequeño escenario dentro del escenario en que se hallaban Gurnemanz, Parsifal y Kundry empezó a desfilar una procesión de mujeres con aspecto de trabajadoras de la era soviética; nuestros personajes principales las obligaban a detener su cansina marcha y a subir, como invitándolas a unirse a alguna causa y a la vez ofrecer consuelo. Me gustó especialmente el momento en que, cuando Gurnemanz dice lo de “Da die entsündigte Natur / heut’ ihren Unschuldstag erwirbt” un enorme espejo se dirigió hacia nosotros y mostró a todo el auditorio.
Otra curiosidad fue que en la proyección cinematográfica del fondo, con el omnipresente muro que empezó a crear el niño del primer acto y que ahora se reconstruía, apareció durante un momento una declaración de los hermanos Wieland y Wolfgang Wagner en la que se pedía que no se relacionase el Festival que restauraron en 1951 con la política.
Cuando cambia la escena para que se aproxime el cortejo de caballeros que porta el cadáver de Titurel, lo que se nos muestra es el Bundestag, donde dichos caballeros discuten acaloradamente tras hacer entrar el féretro envuelto en la bandera de Alemania. Un enorme espejo redondo ofrecía una visión cenital de la escena, con el águila alemana en el suelo adquiriendo un puesto preeminente. Amfortas entra como orador, es increpado al negarse a oficiar por última vez la ceremonia de descubrir el Grial y cuando se rasga la ropa para mostrar su herida recibe una lluvia de papeles arrebuñados.
Como sabemos, al final Parsifal cura la herida de Amfortas, logra su redención y se convierte en rey del Grial. En este caso, una vez hecha su labor desaparece; Kundry y Gurnemanz se quedan al frente del escenario mirando al público; de la concha del apuntador sacan a un niño que se les une. El gran espejo redondo se dispone hacia el público y se convierte en un enorme orbe. Al final, en la parte de arriba, la figura de una paloma blanca proyecta su luz sobre todo el teatro. Telón.
Tras unos tensos segundos, estalló el aplauso y empezó el ritual del saludo de todos los participantes, además de los ya citados, Detlef Roth (Amfortas) y Kwangchul Youn (Gurnemanz, sin duda el más aclamado).(10) También el director del coro, Eberhard Friedrich, con sus pupilos, ellas ya vestidas de calle, y el director musical, Philippe Jordan (que se puso una chaqueta de frac para ir a saludar; en el foso iba en mangas de camisa, como pudimos ver en los espejos que antes he mencionado). Todos tuvieron su ración de aplauso (mayoritaria) y pateo (más minoritaria para unos que para otros).
Salimos del teatro; ya había anochecido. A medida que nos alejábamos en busca de nuestro coche y dejábamos atrás esa multitud tan bien vestida subiendo en taxis y otros vehículos empezábamos a tener la sensación de haber vivido una experiencia inolvidable, irrepetible porque posiblemente una segunda vez en Bayreuth no se puede equiparar a esta especie de iniciación que representa asistir por primera vez a una representación de un drama musical de Wagner en el vetusto y poco estético pero único y excepcional teatro que se alza en lo alto de la Verde Colina.
(7) Lo de “típicas de Baviera” lo dedujimos al ver, en el aeropuerto de Munich, llaveros cuya forma reproducía estos bollos, que se conocen como bretzel.
(8) Lo cierto es que, según la página Web citada en la nota 5, las primeras veces que se puso en escena esta versión sí que hubo protestas ante la aparición de los fatídicos símbolos. Para el autor de la reseña esto supone que en Alemania “el pasado está más presente que lo que muchos quisieran pensar”.
(9) Tenía yo cierta curiosidad por ver como atacaba Susan Maclean el terrible la agudo en “Ich sah Ihn – Ihn – und… lachte!”, ya que en la representación del domingo anterior, cuyo segundo acto escuché casi completo por la radio, lo resolvió de muy mala manera. Aquí hubo suerte y salió bien.
(10) Los repartos y demás créditos se pueden consultar en el modesto foyer; aparecen en la pared en unas hojas tamaño DIN-A4, sin grandes ostentaciones, incluso es difícil encontrarlas y distinguirlas.
Auf wiedersehen, Festspielhaus!
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