27.3.07

Los discos de la isla desierta: el "Barbazul" de Süsskind


The Finest Records Of Walter Süsskind Vol. 1. Béla Bartók: Bluebeard Castle: Hellwig-Koreh; Wooden Prince; Cantata Profana: Lewis-Rothmüller. New Symphony Orchestra and Chorus of London

Arlecchino ARL 81-82 (Great Forgotten Conductors)

Grabado en 1953

Cuando leí sobre esta versión que era uno de los grandes logros del mundo de la ópera grabada junto con el Tristán de Furtwängler-Flagstad y la Tosca de de Sabata-Callas, me lancé a buscarla como loco. Me costó: el sello es raro, de distribución errática y debía de estar descatalogado desde tiempo inmemorial. Sin embargo lo conseguí y ha sido uno de mis mayores logros de audiófilo compulsivo, más aún cuando la adqusición vino en plena fiebre Bartók.

El húngaro era un compositor de los que me daba miedo, en la época en la que toda disonancia me daba pánico. Sólo leer la palabra "percusión" en el título de alguna de sus obras importantes ya me echaba para atrás. Sin embargo, cuando, de la mano de Furtwängler y su grabación con Menuhin del segundo concierto para violín, me lancé sobre la música de Bartók no pude dejarlo. Hoy lo puedo contar entre mis compositores favoritos y, dentro de su obra, su única ópera es también una pieza de las que más aprecio. Una de sus escasas composiciones dramáticas, centrada, como las otras (El mandarín maravilloso, El príncipe de madera) en el aislamiento y la soledad del hombre, el drama de alguien que aunque no lo desee siempre habrá de estar solo. Barbazul parece haber encontrado la felicidad con Judith y a cambio de darle todo sólo le pide que no quiera saber nada, pero su curiosidad la puede y al final provoca su desgracia y la de Barbazul.

Es una obra breve, en un acto, dividida en un prólogo hablado y una acción que se centra en la apertura por Judith de diferentes puertas del castillo, en cada una de las cuales se va encontrando un aspecto de la personalidad de su esposo, cada vez más terrible. Especialmente emocionante es la apertura de la quinta, cuando la orquesta libera toda la tensión acumulada hasta entonces tapando el grito entre asombrado y pavoroso de Judith. Finalmente, ésta ha de acompañar, tras abrir la última puerta, a las otras esposas de Barbazul dejándole desolado.

Cuando me llegó el disco me llamó la atención que perteneciese a una serie dedicada a "directores olvidados". No es que me sonase mucho el nombre de Süsskind, pero ¿cómo era posible que un director "olvidado" hubiese firmado esta magnífica grabación? Tal vez porque fue el típico "currante", alejado del divismo de otros. Nació en Praga el 1 de mayo de 1918; estudió composición con Josef Suk y Alois Haba y piano con Karel Hoffmeister. Compartió con Georg Szell la dirección de la Orquesta de la Academia Alemana de Música de la capital checa; Süsskind recibió una enorme influencia del gran director húngaro, al que le unió una duradera amistad. La presentación de Süsskind como director tuvo lugar en la Ópera Alemana de Praga con La Traviata, en 1934. En 1938 huyó de Checoslovaquia y se estableció en Londres, donde actuó como músico de cámara y en 1941 volvió a la tarea de director. Desde 1945 Walter Legge le llamó en repetidas ocasiones para realizar grabaciones con grandes solistas como Ginette Neveu, Arthur Schnabel o Szymon Goldberg, sin embargo le relegó al papel de acompañante de grandes cantantes o instrumentistas. Fue en otros sellos donde realizó algunas grabaciones antológicas, como la que aquí comento.

Entre 1945 y 1952 trabajó en Australia y en 1956 se le nombró director de la Orquesta Sinfónica de Toronto, que convirtió en uno de los mejores conjuntos de América del Norte. Su último cargo fue el de director de la Sinfónica de St. Louis, entre 1968 y 1975. Murió prematuramente, en Berkeley, el 25 de marzo de 1980.

Para esta grabación, cuyo ingeniero de sonido no fue otro que Peter Bartók, hijo del compositor, Süsskind eligió dos grandes cantantes. Endre Koreh (1906-1960) fue, junto con Mihály Szekely el mejor Barbazul del siglo. La cantante eslovaca Judith Hellwig (1906-1993) parecía una apuesta más arriesgada; era una cantante cuyo nombre aparecía con frecuencia en papeles wagnerianos secundarios y además no conocía el idioma. Sin embargo, finalmente se mostró como la mejor Judith, insuperada hasta la fecha.

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