La verdad es que este año de 2025 doy una patada en el suelo y me salen varias efemérides musicales dignas de atención... Por ejemplo, hará cien años que nos dejó Erik Satie, un compositor más que interesante, curioso, extraño... Ya hace tiempo hablé por aquí de él. Primero le dediqué, cuando esta bitácora tenía "secciones" una de las entradas de "Raros y rarezas". Luego, otra sobre una de sus obras, Vexations, que dio lugar a una excéntrica forma de interpretarla. De momento, si os leéis esas dos antiguas entradas (son de 2008) ya tendréis una idea de cómo era este artista. Alguna cosa más diré de él en próximas semanas. De momento, os dejo su obra más conocida, la primera de sus tres Gymnopedies. Disfrutadla.
El cardenal Pietro Ottoboni, por Francesco Trevisani
(Bowes Museum, Barnard Castle, RU)
Alessandro Scarlatti nació en Palermo en 1660. Muy pronto obtuvo su primer éxito, la ópera Gli equivoci nel sembiante, que se estrenó en Roma en 1679. Gracias a ello fue nombrado maestro de capilla de la reina Cristina de Suecia, que vivía en Roma su exilio tras su conversión al catolicismo. Sin ermbargo, sus obras no eran del agrado del papa, con lo cual no tardó en marcharse a Nápoles, donde fue, entre otras cosas, maestro de capilla del virrey, el marqués del Carpio. Allí estuvo hasta 1703, cuando regresó a Roma, donde, entre otros, estuvo al servicio del cardenal Pietro Ottoboni, quien además le suminsitró textos para algunos oratorios. De esta época data la otra obra de él que conozco (aparte del Stabat Mater que ya os traje por aquí), la cantata Il giardino de amore, escrita entre 1700 y 1705. De ella os pongo la primera de sus arias. Scarlatti, tras no encontrar un puesto fijo, volvió a Nápoles, donde murió el 22 de octubre de 1725.
Una de las primeras frases del artículo que el New Grove dedica a Bizet no puede ser más deprimente: "Bizet podría haber sobrepasado a los muchos compositores activos en Francia en el último tercio del siglo XIX de no haber sido por su prematura muerte a los 36 años de edad". Deprimente, pero no exenta de razón. Bizet mostró muy pronto sus dotes musicales; su padre era un modesto maestro de música y compositor y su madre también tenía conocimientos en este campo. Probablemente fue la primera que se los inculcó: le enseñó solfeo y piano.
Con solo nueve años entró en el Conservatorio, donde ganó todos los premios habidos y por haber, incluido el célebre "Premio de Roma" (ya hablaremos de ello en su momento). Y con diecisiete, en el otoño de 1855, emprendió la tarea de escribir su primera sinfonía, que tuvo como modelo al compositor que más lo influyó en sus años de aprendizaje: Charles Gounod. Apenas tardó cinco semanas en terminarla y, tal vez porque pensase que las mencionadas influencias fuesen demasiado evidentes, no llegó a editarla, de modo que la obra no se estrenó hasta el 26 de febrero de 1935, cuando Felix Weingartner, azuzado por el historiador musical Douglas Charles Parker, la presentó en Basilea. Aquí la tenéis, interpretada nada menos que por Bernard Haitink al frente de la Orquesta del Concertgebouw.
Aunque cuando solo tenía tres meses de edad la familia de Ravel se trasladó a París, él nació en Ciboure, en el País Vasco francés; su padre, Pierre Joseph Ravel, era suizo, pero su madre, Marie Delouart, era vascofrancesa. Esto hizo que siempre se sintiese muy ligado a España y que muchas de sus obras tengan a nuestro país como inspiración. Ya llegarán más, pero hoy os voy a traer una de las que menos explicaciones requieren, ya que su título lo dice todo: la Rapsodie espagnole, escrita en 1907 y basada en una Habanera que compuso unos cuantos años antes. Que la disfrutéis.
La familia paterna de Dmitri Shostakovich tenía raíces polacas y revolucionarias. Su abuelo fue desterrado a Siberia por participar en el intento de asesinato de Alejandro II y allí fue donde nació el padre de nuestro compositor. De Siberia era también su madre; ambos se conocieron en San Petersburgo, donde él estudiaba en la Universidad y ella en el Conservatorio. Era evidente que la música era importante en su casa, a pesar de lo cual él se mostró reticiente a estudiarla. Ello a pesar de haber mostrado grandes dotes, entre otras el oído absoluto. Superadas estas dudas, entró en el Conservatorio -a la vez que estudiaba Comercio- y no tardó en centrarse en una carrera musical.
Se podría decir que su Primera Sinfonía, concluida en la primavera de 1925, era una especie de ejercicio de graduación del Conservatorio. Sin embargo, el estreno de la pieza fue radiado (la primera emisión desde la sala en la que actuaba la Filarmónica de Leningrado) y ello supuso que su difusión fuese tan amplia como para llegar a Occidente, donde grandes directores como Toscanini, Klemperer o Bruno Walter la interpretaron con entusiasmo. Todo esto catapultó al joven y enfermizo compositor a la fama internacional. Aquí tenéis esta pieza, interpretada por Paavo Järvi al frente de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Fráncfort. Disfrutadla.
Johann Strauss (hijo) no fue el creador del vals, pero sí quien lo llevó de las cabañas de los campesinos austriacos a la gran sala de conciertos. Pero antes pasó por el tamiz de su padre y de Joseph Lanner, quienes en el primer tercio del siglo XIX tomaron esas danzas, más bien vulgares, de la Alta Austria, el sur de Alemania y Estiria, y las convirtieron en una música de baile un poco más sofisticada. Strauss hijo la la llevó mucho más lejos y lo transformó en una pieza que perfectamente se podía presentar en una sala de conciertos aunque su fundamento era reinar en los salones de baile de la corte. Con él alcanzaron quizá su máxima expresión, con introducciones que son pequeños poemas sinfónicos. Hoy os traigo un ejemplo muy conocido que viene bastante a cuento. Se trata de los Cuentos de los bosques de Viena, en cuyo principio (y al final) suena un instrumento tradicional: la cítara. En la versión que os traigo la tañe Anton Karas, que será conocido por los cinéfilos al ser quien la interpreta en la inquietante banda sonora de El tercer hombre. Por otro lado, tenemos a la Filarmónica de Viena dirigida por Willi Boskovsky, quien fue su concertino durante muchos años, además del director del mítico Concierto de Año Nuevo desde 1954 hasta 1979.
Una de las obras por la que es más conocido Giovanni Battista Pergolesi es por su Stabat Mater, que escribió el mismo año de su muerte, en 1736... Y ahora os estaréis preguntando: ¿qué dice este en una entrada que tiene como título Alessandro Scarlatti...? Pues muy fácil: el encargo le vino a Pergolesi porque la pieza del mismo título y carácter que había compuesto Scarlatti hacia 1708-17 se había quedado "anticuada". Casualmente, este año se cumplen 300 de la muerte de Scarlatti y será otro de los compositores de los que habrá que hablar; de momento os dejo ese "anticuado" y más que disfrutable Stabat Mater en do menor para soprano, contralto y orquesta.
Este año de 2025 se está mostrando prolífico en efemérides. La última que me ha venido a la cabeza es el sesquicentenario de la muerte de Georges Bizet. Una vida breve, pero fecunda, que nos dejó una de las óperas más conocidas y representadas de la historia: Carmen. Sin embargo, a su compositor se deben muchas más obras, algunas, muchas, más que disfrutables. Ya llegará el momento de homenajear a la cigarrera sevillana, protagonista de una de las obras que más veces ha escuchado quien esto escribe, pero de momento lo que os traigo es otra pieza magnífica, la farándula, que forma parte de la música que escribió para La arlesiana, la obra teatral de Daudet.
Resulta que en este año de 2025 también se cumplen 150 del nacimiento de Maurice Ravel, uno de mis compositores favoritos. Por tanto, ya hablaré bastante de él (y de otros que, entretanto, he encontrado) en estas entradas y, de momento, os traigo una de sus composiciones. Todas son disfrutables y cuesta trabajo elegir... Pero alguna había que poner y me he decantado por la Pavana por una infanta difunta.
Seguro que más adelante me saldrán otras, pero en este año 2025 las primeras efemérides que me han venido a la cabeza tienen que ver con los dos compositores cuyas fotos encabezan esta entrada. Se cumplen 200 años del nacimiento de Johann Strauss (hijo) y cincuenta años de la muerte de Dmitri Shostakovich. Un artista que intentó (y consiguió) cumplir con los gustos de su época y otro que se tuvo que enfrentar (sin éxito) a las autoridades que detentaban el poder en su país. Ya iré hablando de ellos en sucesivas entradas. Ahora, de momento, os dejo dos de sus piezas, que seguramente habéis escuchado cientos de veces (y alguna de ellas sin saber quién era su autor).
Última entrada del año... En ella me voy a repetir, uno de mis muchos defectos, pues voy a hablar de mis costumbres musicales del día de Nochevieja. Son solo dos y muy poco originales, como podréis comprobar si tenéis la amabilidad de segir leyendo.
Primera costumbre: escuchar Die Fledermaus, de Johann Strauss (hijo)
Y esto lo he copiado de los vieneses, que, al parecer, tienen como acendrada tradición asistir a una representación de esta divertida opereta del rey del vals, de quien al día siguiente, 1 de enero, tendremos una especie de empacho con el también tradicional Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena (además, en 2025 se cumplirá el bicentenario de su nacimiento). Os traigo hoy el vals Du und Du, elaborado a partir de melodías de esta obra.
Segunda costumbre: que la última pieza que escuche sea la Novena de Beethoven
Tampoco es muy original, pues parece ser que la Filarmónica de Berlín también hace lo mismo. No me parece mal terminar la última entrada de este año con esta obra, cuando se han cumplido los doscientos años de su estreño. Aprovecho para desearos una muy feliz entrada y salida de año y que 2025 venga cargado de buenas cosas. Ojalá.
Quienes tengáis la paciencia de seguir estas páginas, sabréis que muchas veces, cuando llegan estas fechas, me repito y traigo por aquí la que sin duda es mi página musical navideña favorita, la Cantate de Noël, de Arthur Honegger. Este año no va a ser una excepción. Es una obra que me emociona especialmente, pues en ella veo cómo se va de la oscuridad a la luz, de una música casi tenebrosa hasta la alegría navideña, que culmina cuando surge el célebre Noche de paz. Este año, además, a esa emoción se va a unir la de una gran pérdida que he sufrido, la de mi padre, que se nos fue hace unos días, Por eso he encabezado esta entrada con la célebre silueta de Böhler que muestra a Bruckner (uno de mis homenajeados este año, en el que se han cumplido 200 de su nacimiento) llegando al cielo y siendo recibido por grandes músicos como Listz, Wagner, Beethoven, Schumann o Mozart y rodeados de querubines, todo mientras Bach toca el órgano. Aquí os la dejo. Disfrutadla y emocionaos, como yo lo he hecho.
Sabido es que Bruckner era un ferviente católico, con lo cual, además de sus sinfonías, que tal vez es el legado más importante que nos dejó, también compuso importantes obras religiosas. Hoy os traigo una de ellas, el Salmo 150, que escribió en 1892 y que hay quien ha comparado (Robert Simpson, en el comentario sobre la grabación que he incluido en esta entrada), en su comienzo, con el movimiento final de una sinfonía coral (esa que, por desgracia, no compuso). Es una obra breve, densa, concentrada, magnífica. Y os la traigo en una versión maravillosa. Que la disfrutéis.
Siguiendo con su costumbre, Bruckner empezó a trabajar en la que sería su última sinfonía pocos días después de terminar con la Octava (o, al menos, eso el creía). Esto fue en septiembre de 1887 y la pieza lo ocuparía hasta su muerte, que le sobrevino el 11 de octubre de 1896. Bien es cierto que al poco de empezar se puso a revisar la Octava tras el rechazo de Hermann Levi y después de terminar esa tarea emprendió la misma con otras de sus sinfonías, como la Tercera, la Primera, la Segunda y también con la Misa en fa menor. Además, compuso obras nuevas, como Helgoland o el Te Deum, que lo mantuvieron ocupado, de modo que a su muerte la Novena quedó inconclusa, con solo sus tres primeros movimientos terminados. Bruckner dejó unos doscientos folios de material para el último movimiento, con algunos pasajes casi concluidos y otros en un mero apunte, lo cual ha hecho que haya habido musicólogos que se han atrevido a "terminar" la obra. Yo tengo una grabación de una de las más aceptadas y, la verdad, me quedo con la versión en tres movimientos de esta obra colosal, cuyo autor quiso dedicar nada menos que a Dios.
Como en tantas otras ocasiones, el estreno de la pieza tuvo como protagonista una versión horriblemente mutilada por Ferdinand Löwe, quien además se encargó de dirigir el engendro el 11 de febrero de 1903. Hubo que esperar casi treinta años, hasta el 2 de abril de 1932, para escuchar lo que realmente nos quiso decir el autor, y ello fue gracias al director y compositor austriaco Siegmund von Hausseger (1872-1948), por lo cual su retrato encabeza esta entrada. Aquí os la dejo, en la tremenda versión de Furtwängler con la Filarmónica de Viena de octubre de 1944.
Siempre muy exigente a la hora de elegir sus libretos, como ya sabemos, Puccini empezó a pensar en el de la que sería su última ópera en el verano de 1920. Fue uno de los dos futuros libretistas de la pieza, Renato Simoni, quien le habló de la obra teatral Turandotte, del dramaturgo del siglo XVIII Carlo Gozzi. Junto con Giuseppe Adami trabajó en el texto, que entregaron al compositor a mediados de 1922. De inmediato se puso manos a la obra, y a comienzos de 1924 tenía completados los dos primeros actos, pero con el tercero tenía algunas dudas correspondientes al dúo final... Que precisamente quedó inconcluso. Puccini padecía un cáncer de cuya gravedad no era consciente; tanto era así que cuando marchó a Bruselas para someterse a un tratamiento que casi era a la desesperada creía que sin problemas, a la vuelta, concluiría la obra. No fue así. Murió en la capital belga el 29 de noviembre de 1924 dejando sin terminar el final de la primera escena y la segunda escena del tercer acto. Se encomendó a Franco Alfano que las concluyera, siguiendo las notas de Puccini, pero es evidente que ni pretendió imitar el audaz lenguaje que había usado ni seguro que se sintió capaz de siquiera intentarlo. Fue Arturo Toscanini quien se encargó de estrenar la obra el 25 de abril de 1926. En esa velada, cuando llegó a las últimas notas escritas por Puccini, se detuvo, se volvió hacia el público y dijo: "Aquí acaba la ópera, porque en este punto murió el Maestro".
A pesar de ese final que no cuadra con el resto, nos encontramos con una verdadera obra maestra y he de confesar que es la que más escucho de todas las óperas de Puccini. Aquí os la dejo para que la disfrutéis.