29.6.07

Raros y rarezas: Henri Duparc


La autocrítica es buena, aunque en algunos casos se exacerba tanto que aniquila. Conocido es el caso de Sibelius y la (más que probable) destrucción de su octava sinfonía. También las anécdotas de Brahms rompiendo sus manuscritos tras interpretar obras de sus ídolos. Pero quizá el caso más extremo sea el de Henri Duparc, un compositor que tal vez suene mucho entre los amantes de la mélodie (la forma francesa de lied, con cultivadores tan célebres como Saint-Saëns, Fauré, Debussy o Poulenc), pero que pasa desapercibido para el gran público.

Caso raro y curioso el de un autor que por apenas 17 canciones conservadas se haya hecho con un hueco en la historia de la música y sea de cita imprescindible cuando se habla de mélodies. ¿Equiparable a Webern o Varèse? Si nos atenemos a la importancia relativa de una obra tan breve, ¿por qué no?

Marie Eugène Henri Fouques-Duparc nació en París el 21 de enero de 1848 (el "acortamiento" de su nombre fue aconsejado por un editor musical) y estudió en un colegio de jesuitas donde el profesor de música era Cesar Franck. El gran compositor franco-belga fue quien animó a Duparc para estudiar música al vislumbrar su enorme talento, ya que él estaba más interesado por el derecho que por los pentagramas.

Franck llegó a considerarle el más dotado de sus alumnos; una visita a Múnich en 1870 junto con Saint-Saëns para asistir a una representación de Die Walküre le ganó para la causa del wagnerismo.

En 1875 compuso su poema sinfónico Léonore, que ha quedado como su única obra orquestal. Destruyó gran parte de lo que compuso y además dejó de escribir música a los 35 años. Una extraña enfermedad nerviosa le fue dejando ciego poco a poco y pasó los últimos años de su vida sumido en una especie de resignación religiosa que incluyó varios viajes a Lourdes en busca de un milagro que le restituyese la salud. Murió en Mont-de-Marsan el 12 de marzo de 1933. Lo mejor de su música lo había escrito entre 1869 y 1884. Dejó escrito: La pérdida de mi vista y de lo que ha sido mi vida -música y pintura, sobre todo la música- es una pena tal para mí que sólo Dios puede consolarme por ello dándoseme a Sí mismo: eso es lo que ha hecho y, lejos de reprocharle nada, le doy gracias. Los gozos de la música no son nada en comparación con la paz que Él da. Y además, los ojos del alma ven cosas más elevadas que los del cuerpo...

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