Termino con esta entrada las dedicadas a Ludwig van Beethoven en el 250 aniversario de su nacimiento. Una conmemoración que ha tenido la mala suerte de coincidir con el año de la pandemia, lo cual ha marcado los momentos en los que he ido publicando los trocitos de mi Vida de Ludwig van Beethoven. Los dos meses de confinamiento los he compensado con los dos meses de este año 2021 que he dedicado aquí al genio de Bonn. Y en este postrer texto, incluyo el que es el epílogo del libro que tantas veces he citado (pp. 378-380) y en el que después hay una lista exhaustiva de las obras de Beethoven, tanto las que tienen número de opus como las que no (WoO), así como todas las catalogadas por Hess.
¿Qué fue de los amigos más cercanos y familiares de Beethoven después de su muerte? Hagamos un breve repaso como epílogo a esta vida del compositor.
Stephan von Breuning no tardó mucho en seguirlo: murió el 4 de junio de 1827. A pesar de estar enfermo, quiso presenciar la subasta del legado de Beethoven y supervisarla para que no hubiese engaños. Esto le produjo una recaída en la enfermedad hepática que sufría, lo cual lo llevó a la muerte.
Zmeskall, el amigo más duradero de Beethoven en Viena, que no había podido ir a verlo dado su estado de postración pero con quien siguió comunicándose (la última nota del compositor dirigida a él tiene fecha de 18 de febrero de 1827 ), se había retirado de su puesto en la cancillería de Hungría en 1825; murió el 23 de junio de 1833.
Schuppanzigh estrenó la nueva versión del cuarteto Op. 130, con el final alternativo que sustituyó a la Grosse Fuge, el 22 de abril de 1827, menos de un mes después de la muerte de su autor. Falleció prematuramente el 2 de marzo de 1830.
Holz nunca llegó a emprender la tarea de escribir la biografía de Beethoven, como veremos en el Apéndice 1. Murió en Viena el 9 de noviembre de 1858, un hecho que ni siquiera sirvió para mitigar el odio que Schindler sentía por él.
Schindler, por su parte, abandonó Viena poco después de la muerte de Beethoven para seguir con su carrera musical en Pest y, tras un breve regreso a Viena, en Münster, Aquisgrán y, por último, en Fráncfort. En 1840 hizo aparecer la primera edición de su biografía de Beethoven y en 1846 vendió la mayor parte de los documentos sobre Beethoven de los que se había apropiado a la Biblioteca Real de Prusia. Murió el 16 de enero de 1864, tras cuarenta años proclamando haber sido el mejor amigo de Beethoven y la mayor autoridad en su vida y su obra.
En cuanto a Nikolaus Johann, Gerhard von Breuning hace un retrato un tanto descarnado de él tras la muerte de Beethoven:
Durante algunos años tras la muerte del gran «propietario de un cerebro», su hermano, el «propietario de tierras» desempeñó un extraño e ingenuo papel. Durante la vida de Ludwig el interés de Johann por sus obras se limitó a las posibles ganancias que reportasen; ahora intentaba presentarse como un admirador elogioso. En los conciertos con música de su difunto hermano se sentaba en la primera fila, ataviado con una chaqueta azul y un chaleco blanco y gritaba «bravos» con su enorme boca al final de cada pieza, dando palmas con sus manos embutidas en guantes blancos con aire de importancia. Estos guantes excesivamente grandes, con sus dedos colgantes, se podían ver asimismo en otros lugares, en los elegantes paseos por el Prater, donde Johann paseaba con un conjunto de dos, incluso muchas veces cuatro, poderosos, oscuros caballos con ornados arneses, rígidamente sentado en un anticuado faetón, o en ocasiones él mismo guiaba, inclinado, casi tumbado, con dos criados con sobrecargados, aunque bien puestos, uniformes dorados, sentados en el otro banco del carruaje detrás de él. Se decía de los dos lacayos que solo uno era el cochero, mientras que el otro era un conserje de su casa en la Allegasse, vestido para la ocasión. También se decía que, en contra de lo habitual, el arnés y las dos libreas, cuya calidad y hechura sugerían que provenían del mercadillo, se guardaban en el vestíbulo de Johann. Toda esta pretenciosidad y en general el aspecto de Johann (que no tenía parecido físico con Ludwig: tenía una cara larga, gran nariz, un ojo estrábico, que daban a su rostro un aspecto de perpetua satisfacción de sí mismo) le valieron el apodo de «Archiduque Lorenz», según el familiar proverbio sobre la gente que se comporta para dar un gran espectáculo y que se conduce ridículamente en el proceso.
Nikolaus Johann enviudó en 1828 y la hija natural de Therese, Amelie, murió en 1831. Así que cuando falleció el 12 de enero de 1848 se cumplió el varias veces repetido deseo de su hermano: su único heredero fue el sobrino Karl.
Johanna, la otra cuñada, la «Reina de la Noche», siguió con sus perpetuos problemas económicos y ello le llevó a intentar sacar provecho de uno de los documentos más importantes de los dejados por su cuñado. Había llegado a sus manos el «Testamento de Heiligenstadt», que Artaria había entregado a Jakob Hotschevar, tutor de Karl, en noviembre de 1827 y en 1840 intentó venderlo utilizando para ello a Liszt como intermediario; el documento se subastó en 1842 pero no llegó a alcanzar el precio que ella pedía y Liszt aportó la diferencia. Johanna murió el 2 de febrero de 1868, con cerca de 82 años de edad.
Dejamos para el final a Karl. Tras la muerte de Breuning, asumió su tutela Hotschevar, que, recordemos, había ayudado a Johanna en las primeras etapas del pleito contra Beethoven. La ejerció hasta que en septiembre de 1830 Karl alcanzó la mayoría de edad. Poco después, en mayo de 1832, renunció a su puesto de segundo teniente en el ejército y ese mismo año, el 16 de julio, se casó con una joven de Iglau llamada Karolina Barbara Naske, con la que tuvo cinco hijos. Pasó el resto de su vida en Viena, viviendo de las rentas que le dejaron sus tíos, como un ciudadano respetable. Murió el 13 de abril de 1858.
Como ilustración musical os traigo una obra no muy conocida y que, como su nombre indica, fue una muestra de agradecimiento -el mismo que tengo yo por quienes habéis mostrado la paciencia de leer estos garabatos sobre Beethoven-. Se trata del Gratulations-Menuett WoO 3, escrito en 1822 como parte de una serenata en honor de Karl Henser, empresario teatral con quien Beethoven mantuvo una excelente relación.
(Pintura de Paul Delaroche, Museo de Bellas Artes, Leipzig)
Voy a ir poniendo fin a estas entradas dedicadas a Beethoven en el 250 aniversario de su nacimiento. Dos más quedan, la primera de ellas referida al año más oscuro de su vida, del que hay menos documentos. Se trata de 1821, del que se cumple el bicentenario. Así os lo cuento en mi Vida de Ludwig van Beethoven (pp. 273-275):
El de 1821 es un año especialmente oscuro para los biógrafos de Beethoven. No se conservan cuadernos de conversación (de hecho, no hay tales documentos entre septiembre de 1820 y junio de 1822) y en la obra de Anderson solo hay 23 cartas correspondientes a 1821, la mayoría sin interés fáctico ya que se refieren a negociaciones con editores. Lo poco que se sabe es que Beethoven estuvo la mayor parte del tiempo enfermo, con fiebre reumática e ictericia. Acaso lo más lamentable de esta laguna documental sea no saber cómo reaccionó Beethoven, si es que lo hizo de alguna manera, a la muerte de Josephine Brunsvík-Deym-Stackelberg, cuya triste vida terminó prematuramente (acababa de cumplir 42 años) el 31 de marzo. Quizá sea significativo hacernos eco, como Forbes, de la entrada del diario de Therese, la hermana de Josephine, escrita el 12 de julio de 1817:
Si Josephine no sufre un castigo por Luigi ¡ay – su esposa! ¡Qué no habría hecho ella de este héroe!
Igualmente desconocemos qué pensó al enterarse de la muerte de Napoleón, que ocurrió en Santa Elena el 5 de mayo. Sin embargo, su actitud hacia él es posible que cambiase, si hacemos caso a Czerny, que lo visitó en Baden en 1824, y escribió que tras mostrar a Beethoven un anuncio de prensa de la Vida de Napoleón de Walter Scott el compositor dijo: «Napoleón, antes no lo toleraba. Ahora pienso de forma totalmente distinta».
Sí que sabemos que pasó los meses de buen tiempo en Döbling, Unterdöbling y Baden, que completó una primera versión de la sonata Op. 110 y que comenzó la Op. 111. Entre las pocas cartas no relacionadas con los editores de este año se encuentran varias a la familia Brentano. El 12 de noviembre escribió a Franz, primero disculpándose por no haberse comunicado con él antes, algo que achaca a su mala salud; lo más importante es que insinúa que la Misa está ya cerca de ser completada si es que no lo estaba ya:
Admito que la Misa se podría enviar más pronto. Pero se ha de controlar cuidadosamente para que los editores que no están en Viena no puedan ciertamente hacer cara y cruz con mi manuscrito, como sé por experiencia, y una copia de ese tipo se ha de controlar nota a nota antes de poder ser grabada.
Hay que tener en cuenta que Beethoven mandaba sus manuscritos a Simrock por medio de Brentano y es probable que en ese momento siguiese pensando en vender la obra al editor de Bonn, ya que dice:
Me inclino a pensar que aún podría yo hacer otro intento para que Simrock suba el valor del luis de oro, particularmente dado que por otras partes he hecho algunos tanteos sobre la Misa, sobre las cuales le escribiré ciertamente muy pronto.
Poco después, el 6 de diciembre, escribió a Maximiliane, hija de Franz y Antonie, a quien dedicó la sonata Op. 109:
¡¡¡Una dedicatoria!!! Bien, no es esta una de aquellas dedicatorias de las que usan y abusan miles de personas – Es el espíritu que une a la gente más noble y magnífica de este mundo y que el tiempo nunca puede destruir. Es este espíritu el que ahora habla con usted y que le convoca a la mente y me hace verla aún como una niña y como sus queridos padres, su muy excelente y dotada madre, su padre imbuido con tantas cualidades verdaderamente buenas y nobles y siempre pendiente del bienestar de sus hijos. Así, en este mismo momento estoy en el Landstrasse – y los veo ante mí. Y como pienso en las excelentes cualidades de sus padres no tengo la menor duda de que usted estará bien y que diariamente será inspirada por una noble imitación de ellos – La memoria de una noble familia nunca se puede desvanecer en mi corazón. Ojalá piense en mí alguna vez con un sentimiento de felicidad – Mis deseos más sinceros. Que el cielo bendiga su vida y todas sus vidas por siempre –
Cordialmente y siempre su amigo
Beethoven
El 20 de diciembre volvió a escribir a Franz, casi pidiendo disculpas por haberse precipitado al dedicar la obra a su hija sin haber solicitado su permiso y le pide que «le dé de nuevo recuerdos suyos a su excelente y excepcionalmente adorable Toni».
Como estampa musical, aquí tenéis una de las obras con las que estaba enfrascado este oscuro año, la Sonata para piano nº. 31 en la bemol mayor Op. 110, interpretada por Sviatoslav Richter.
Después del intento de suicidio de Karl, Beethoven se derrumbó. Además de la desazón que debió de suponer el hecho en sí, estaba el problema de que se consideraba una suerte de delito grave, con lo cual no le vino mal marcharse de Viena, aunque fuese a un sitio al que se había resistido a ir durante mucho tiempo: la finca de su hermano Nikolaus Johann en la localidad de Gneixendorf. Así os lo cuento en la Vida de Ludwig van Beethoven (pp. 351-355):
(...) por fin Beethoven aceptó ir a Gneixendorf, en concreto a Wasserhof, la finca que su hermano compró a unos 80 kilómetros de Viena en agosto de 1819 y a la que le había invitado a ir muchas veces, algo que siempre había rechazado. Sabida es ya la animadversión que sentía por la esposa de Nikolaus Johann y por su hija ilegítima. En alguna de las cartas que se han reproducido aquí se han recogido algunos de los poco caritativos epítetos que les dirigió (*). Este sentimiento, que sin duda venía ya de la visita de 1812 a Linz, se exacerbó cuando en 1823, durante una grave enfermedad de su hermano, Therese tuvo un amante al que incluso metió en su casa. Beethoven consideró denunciar esta conducta de su cuñada, que no tenía que ser un caso aislado, a la policía y llegó a pedir a su hermano que se divorciase y nombrara a Karl su único heredero.
Tampoco es que ayudase la actitud de «nuevo rico» que muchas veces mostraba el hermano y que exasperaba a Beethoven. Conocida es la anécdota según la cual en una ocasión, a una de las notas en las que Nikolaus Johann firmaba como «propietario de tierras» contestó su hermano como «propietario de un cerebro».
En agosto Nikolaus Johann invitó de nuevo a Beethoven a que se refugiase allí, lejos de Viena, pero la respuesta fue bastante clara:
No voy –
Tu ¡¡¡¡¿¿¿¿¿¿hermano??????!!!!
Ludwig
Sin embargo, poco menos de un mes después la idea sí que le debió de parecer buena. Allí podría Karl terminar de recuperarse, su cabello crecería y se disimularía la ignominiosa herida. El sobrino fue dado de alta el 25 de septiembre; tras dejar encarrilados unos cuantos asuntos de negocios y escribir varias notas y cartas, los dos hermanos y el sobrino salieron hacia Gneixendorf el jueves 28 de septiembre; allí llegaron el viernes por la tarde, en principio para pasar solo una semana, que es lo que se había previsto que tardaría en solucionarse la entrada de Karl en el regimiento de Stuttenheim. La estancia, sin embargo, se prolongó dos meses.
Thayer, que visitó Gneixendorf en 1860, se ocupó con su habitual meticulosidad de reconstruir la estancia de Beethoven allí preguntando a testigos presenciales; de esa manera elaboró un relato que muy poco tiene que ver con la idea que Schindler había transmitido en su biografía: que allí había pasado el compositor un infierno, que se le había poco menos que abandonado, que se le dieron malas habitaciones, que se le cobró por su alojamiento… Como dice MacArdle, Schindler «permitió que su rencor hacia el hermano Johann venciese a sus obligaciones como biógrafo». De ahí que resumamos aquí el minucioso relato de Thayer.
La zona de Gneixendorf era bastante plana y en ella había más viñedos y praderas que árboles, es decir, no era el paisaje que más gustaba al compositor, pero aun así Beethoven no dejó de disfrutar de paseos por las 160 hectáreas de terreno que ocupaba la finca de Nikolaus Johann, la mayoría de las cuales estaban arrendadas. Además, desde las habitaciones que tenía en la casa podía verse el Danubio. Esto le hizo a Beethoven escribir a Schott:
El distrito en el que estoy ahora me recuerda hasta cierto punto al país del Rin que ardo en deseos de volver a visitar. Pues lo dejé hace mucho, cuando era joven.
Al menos al principio, la situación fue todo lo apacible que permitía un carácter tan difícil como el de Beethoven, que nunca fue un buen inquilino. Además, llegó enfermo y aunque en principio sus ojos parecieron recuperarse un tanto, poco a poco fue yendo a peor. Gerhard von Breuning cuenta que llegaron desde Gneixendorf cartas a su padre –que no se conservan– que hicieron pensar a Stephan que podría caer gravemente enfermo.
Sin embargo esto no fue así, al menos en los primeros momentos. Beethoven fue capaz de trabajar, incluso de establecer una rutina en ese sentido: en Gneixendorf terminó el cuarteto Op. 135 y también el nuevo final del cuarteto Op. 130 y empezó a esbozar el quinteto que había prometido a Diabelli años antes. Acompañó a su hermano en algunas visitas e incluso hubo algo semejante a un trato cordial con su cuñada –a la que llegó a confiar un importante recado: recoger el dinero por el nuevo final del Op. 130, que se había entregado en Viena a su hermano Leopold Obermayer. Además hubo los habituales problemas con los criados. En cuanto a Karl, lo de siempre: reproches, preocupaciones cuando salía a Krems, una localidad bastante mayor que Gneixendorf –que no era sino una aldea con una sola calle– situada a una hora de camino, donde no solo compraba a su tío material de escritura, sino que también podía jugar a los bolos, una de sus principales aficiones.
Es probable que el clima cada vez más frío y el empeoramiento de la salud de Beethoven, que empezó a tener hinchazón de pies, dolores abdominales, sed y falta de apetito (muestras de la enfermedad hepática que acabó con él), unidos a la actitud de Karl, que debía de llevar una vida bastante regalada en Gneixendorf, provocasen que se fueran de allí. Nikolaus Johann, sin duda para evitar una discusión con su hermano, le escribió la siguiente carta a finales de noviembre:
Mi querido hermano:
No puedo permanecer callado más tiempo sobre el destino futuro de Karl. Está abandonando toda actividad y, acostumbrándose cada vez más a esta vida, cuanto más tiempo viva como actualmente más difícil será hacerlo volver a trabajar. Al marcharse, Breuning le dio dos semanas para recuperarse y ya han pasado dos meses. – Ves por la carta de Breuning que su deseo expreso es que Karl se apresure a acudir a su llamada; cuanto más tiempo esté aquí, más desgraciado será para él, pues más duro será para él ponerse a trabajar y pudiera ser que sufriese daños.
Es una pena infinita que este talentoso joven desperdicie así su tiempo, y ¿si no es sobre nosotros dos, sobre quién ha de recaer la culpa? Pues aún es demasiado joven para seguir su propio camino; razón por la cual es tu obligación, si no quieres que más adelante te lo reproches a ti mismo y te lo reprochen otros, ponerle a trabajar en su profesión tan pronto como sea posible. Una vez esté ocupado será fácil hacer mucho por él ahora y en el futuro, pero bajo las actuales circunstancias no se puede hacer nada.
Veo por sus actos que le gustaría quedarse con nosotros, pero si lo hace será a costa de su futuro y por tanto esto es imposible. Cuando más dudemos, más difícil será para él marcharse; por tanto solemnemente te pido – decídete, no te dejes disuadir por Karl. Pienso que debería estar hecho el próximo lunes, pues en ningún caso puedes esperar por mí ya que no puedo marcharme de aquí sin dinero y pasará largo tiempo antes de que reúna lo suficiente para permitirme ir a Viena.
Beethoven aceptó a regañadientes la propuesta y aún de peor gana lo hizo Karl, que puso todo tipo de excusas para demorar en lo posible el regreso a Viena. Este viaje está rodeado de oscuridad; Schindler quiso culpabilizar a Nikolaus Johann y también a Karl de lo que sucedió después y por tanto indica que el hermano no quiso dejar a Beethoven su carruaje cerrado para el viaje y por tanto hubo de hacerlo en uno abierto, expuesto al gélido clima de finales del otoño. El doctor Wawruch, que luego lo atendería en Viena, recogió el testimonio de Beethoven quien, según él, decía con humor que el viaje se había hecho en un carro de lechero.
Tampoco está clara la fecha en la que se realizó este viaje de vuelta, si fue el 27-28 de noviembre o el 1-2 de diciembre. Fuese en una u otra, Beethoven hubo de pasar la noche en una taberna de una aldea, sin protección contra el frío, y, en palabras de Wawruch (que sin duda obtuvo la información del propio Beethoven y de Karl):
Hacia la medianoche se apoderaron de él los primeros escalofríos y la fiebre, acompañados de una violenta sed y dolores en el costado. Cuando la fiebre empezó a subir, se bebió un par de jarras de agua helada y, en su desesperada situación, anheló la llegada de los primeros rayos de la aurora. Débil y enfermo, se subió al carruaje abierto y, finalmente, llegó a Viena debilitado y exhausto.
Así que cuando arribó a Viena se había unido una neumonía a todo lo que ya tenía; por eso, la primera tarea fue buscar un médico.
(*) «su sobrealimentada puta y su bastarda» (Carta a Karl Bernard 10 de junio de 1825, Anderson nº 1387)
Como ilustración musical, os pongo el nuevo final del Cuarteto Op. 130, que completó en Gneixendorf, la última pieza que fue capaz de concluir:
Dagerrotipo de Karl van Beethoven en su edad adulta
Beethoven y su sobrino (y IV): el intento de suicidio de Karl
Una vez consiguió la victoria ante los tribunales y le fue concedida la tutela exclusiva de su sobrino, Beethoven comenzó una extraña relación Karl. Amargos reproches alternaban con almibaradas reconciliaciones y arrepentimientos. No fue una relación muy normal y llegó a un punto de inflexión con el intento de suicidio del sobrino, que devastó al compositor. Así os lo cuento en mi Vida de Ludwig van Beethoven (pp. 342-349):
Pero esta situación, esta vida placentera que podría haber tenido Beethoven gracias a la cercanía de esta familia [la familia Breuning], se vio empañada por el creciente deterioro de la relación con Karl, del que hay manifiestas pruebas en la correspondencia y en los Cuadernos de conversación de estos meses. Beethoven pasó la temporada de buen tiempo de 1825 en Baden, mientras Karl permanecía en Viena en casa de Schlemmer. Beethoven esperaba que lo fuese a visitar todos los domingos y festivos –lo cual sin duda perturbaba los estudios de Karl– y pedía a sus amigos y a Schlemmer que vigilasen al joven, ya que sospechaba que se estuviese juntando con malas compañías y que se viera en secreto con su madre. Ya en mayo escribió a Schlemmer:
¡Señor!
Encuentro muy extraño que sea casi imposible hacer que Karl vaya con agradables compañías a donde en este tiempo podría estar disfrutando de la manera más deseable. De hecho, uno tiende a sospechar que tal vez está disfrutando realmente por la tarde o incluso por la noche de algunas compañías que ciertamente no son tan deseables – Le pido que preste atención a esto y que no permita que Karl deje su casa por la noche bajo ningún pretexto, a no ser que haya recibido algo mío por escrito mediante Karl – Una vez fue a casa del Hofrat Breuning, pero yo lo sabía – Le insto a que esté al tanto de esta cuestión que no ha de ser indiferente ni para usted ni para mí, y una vez más le recomiendo que le preste la mayor de las atenciones. Soy, señor, su muy leal
Beethoven
En los documentos de ese verano hay numerosos reproches del tío, que culpabiliza de la situación no solo a Johanna sino también a su hermano, y excusas y lamentos por el agobio sentido por parte del sobrino. Beethoven, además, controlaba estrictamente el dinero que tenía Karl a su disposición, lo que le llevó a pedir prestado a las criadas, para irritación del compositor. Sin embargo, también hay cartas mucho más amables e incluso encargos importantes que demuestran que Beethoven aún confiaba en Karl. En definitiva, un tremendo vaivén emocional que oscilaba entre duras regañinas y exageradas muestras de arrepentimiento y perdón.
Así, el 22 de mayo, apenas llegado a Baden, le escribió diciendo:
Hasta ahora solo conjeturas, aunque alguien me aseguró que había tratos secretos nuevamente entre tú y tu madre – ¿He de experimentar otra vez la más abominable de las ingratitudes? No, si este lazo se ha de romper, que así sea, pero cualquier hombre imparcial que sepa de esta ingratitud te habrá de despreciar – los comentarios de mi digno hermano y, además, lo que ha escuchado al Dr. Reisser, como dice él, y tu comentario de ayer sobre el Dr. Sonnleithner, que, desde luego, ha de afligirme, a la vista del hecho de que el Landrecht hizo precisamente lo contrario de lo que él pidió, bien, ¿nuevamente me he de ver envuelto en estas vulgaridades? No, nunca más – en el nombre de Dios si el pacto te oprime – te devolveré a la Divina Providencia. He hecho mi parte y con esto puedo comparecer ante el Juez Supremo de todos los jueces. No temas venir conmigo mañana. Aún puedo presumir, quiéralo Dios, de que nada de esto es verdad. Pues si fuese cierto tu infelicidad sería infinita, por muy desenfadadamente que el canalla de mi hermano y tu –madre se tomen este asunto –
Te espero con certeza – junto con la vieja
En otras cartas se despide de él diciendo «Lamentablemente, tu padre o, aún mejor, no tu padre». Muchas de las cartas de este verano tienen ese tono, de reproche por la ingratitud de Karl, instándolo continuamente a ir a verlo y atacando a su hermano, al que llama asinaccio, es decir, «borriquito». Karl, por su parte, intenta justificar su renuencia a las visitas por el trabajo que le suponían los estudios:
Es imposible tener todo hecho hoy si también he de atender a varias cosas con usted. Pero me llevaré algunas cosas porque estamos muy atareados y los domingos hemos de escribir todo lo que se ha presentado durante la semana entera.
Al final de la temporada, con el traslado de Beethoven de regreso a Viena, tuvo que haber una especie de crisis. El compositor quería a toda costa que Karl estuviese con él en ese momento, pero debió de agobiarlo tanto que desapareció y, posiblemente, se fue con su madre. He aquí la carta que le mandó Beethoven poco después de la mudanza, hacia el 17 de octubre, un ejemplo del polo opuesto a los reproches:
¡Mi amado hijo!
Basta ya – Solo ven a mis brazos, no escucharás ni una palabra de reproche. Oh, Dios, no te abandones a tu miseria. Se te recibirá con el mismo cariño que antes. Ya hablaremos cariñosamente qué se ha de considerar y qué se ha de hacer en el futuro. Bajo palabra de honor ningún reproche, ya que en ningún caso harían bien ahora. De ahora en adelante puedes esperar de mí solo el más cariñoso cuidado y ayuda – Pero ven – Ven al fiel corazón de
tu padre
Beethoven
Volti sub[ito]
Ven a casa inmediatamente al recibir esta.
Si vous ne viendres pas
vousm
me tûerès surement
lisés la lettre et restés
a la maison chez vous, venes
de m’embrasser votre pere
vous vraiment adonné soyes
assurés, que tout cela resterà
entre nous.
En nombre de Dios, vuelve a casa hoy. Si no, ¿quién sabe qué peligro podría acecharte? Deprisa, deprisa.
La cosa siguió después más o menos igual. Si bien al principio parece que el comportamiento de su sobrino en el Instituto mejoró –aunque no su progreso en los estudios– Beethoven quería que Karl volviera a vivir con él, algo que al final no pasó ya que este lo convenció de que no sería bueno estar tan lejos del Instituto y le señaló que solo le quedaba un año allí, después del cual no tendrían por qué estar separados. Beethoven aceptó a regañadientes, pero siguió haciendo que sus amigos, sobre todo Holz, estuvieran pendientes de él, controlando su uso del dinero y alternando regañinas y cariños. Beethoven preguntaba continuamente a Karl por sus gastos y este contestaba con evasivas; se endeudó bastante, es posible que a causa del juego, y así se puso en una situación bastante comprometida.
Llegó un momento en que Karl dejó pasar bastante tiempo sin ir a ver a su tío. Beethoven pidió a su hermano que indagase la causa; Nikolaus Johann habló con Karl y comunicó a su hermano que la razón era que temía las frecuentes regañinas por sus errores del pasado. No faltaron escenas violentas, en las que Karl llegó a levantar la mano a Beethoven. Siguió viendo a su madre y a su amigo Niemetz y empezó a llamar a su tío «el viejo loco», del que además decía que podía hacer lo que quisiera. Era una situación que no podía acabar bien, como, en efecto, así fue. A finales de julio de 1826, se informó a Beethoven de que su sobrino había desaparecido y de que tenía intención de quitarse la vida.
En ese momento, finales de julio, escribió Schlemmer en un Cuaderno de conversación:
La historia, resumida, pues ya se la ha escuchado a Hr. Holz: supe hoy que su sobrino intentaba pegarse un tiro antes del próximo domingo como muy tarde. En cuanto al motivo lo único que pude saber es que era a causa de sus deudas, pero no del todo, solo en parte estaba admitiendo él que eran las consecuencias de faltas anteriores.
* * *
Miré a ver si había signos de preparativos; encontré en su arcón una pistola cargada y preparada, con balas y pólvora. Le cuento esto para que pueda usted actuar en este caso como su padre. La pistola está en mi poder.
Beethoven envió a Holz al Instituto Politécnico a buscar a Karl, pero se le escabulló. Como Schlemmer le había quitado las pistolas que ya tenía, marchó a una casa de empeños, donde dejó su reloj. Con el dinero que obtuvo compró nuevas armas, balas y pólvora. No volvió a casa de Schlemmer, sino que se fue a Baden. Escribió notas para su tío y para Niemetz; después marchó al Helenenthal, uno de los lugares favoritos de Beethoven, y en las ruinas del castillo de Rauhenstein, probablemente el día 6 de agosto, se pegó dos tiros en la cabeza. Por suerte para él no tenía que ser muy buen tirador: una de las balas ni lo rozó y la otra le hizo una simple herida superficial en el cuero cabelludo y quedó alojada bajo la piel, junto al hueso del cráneo. Un carretero lo encontró, herido, y lo llevó a Viena, a casa de su madre.
Beethoven corrió a verlo; Karl se limitó a decirle que estaba hecho, sin más, y que no lo acosase con lamentos y reproches. También que buscase un médico que no hablase de más, ya que el intento de suicidio era por entonces tratado como una acción criminal. Beethoven, por consiguiente, escribió la siguiente nota para el Dr. Smetana, que ya había operado a Karl de hernia en casa de Giannatasio:
Muy honorable Herr von Smetana,
Ha ocurrido una gran desgracia, que accidentalmente Karl se ha infligido a sí mismo. Espero que aún se le pueda salvar, especialmente usted si acude rápidamente. Karl tiene una bala en la cabeza; cómo, ya lo sabrá – Pero rápido, en nombre de Dios, rápido.
Respetuosamente suyo, Beethoven
Para ayudarlo rápidamente, fue necesario llevarlo a casa de su madre, donde está ahora. Le adjunto la dirección.
Entretanto, se había llamado a cierto doctor Dögl, cirujano, con lo cual se puede inferir que Holz no llegó a entregar la nota anterior a Smetana, que estaba al tanto y dijo que Dögl era un buen médico y que no iría a ver a Karl para no comprometerlo. Así se hizo.
Fue Holz quien comunicó el caso a la policía, como era obligatorio. Informó a Beethoven de que habría una severa amonestación y también vigilancia policial. Fue la policía la que trasladó al herido desde la casa de su madre hasta el Allgemeines Krankenhaus (Hospital General) de Viena el lunes 7 de agosto. La ley decía que el acto cometido por Karl era un delito contra la Iglesia y, por lo tanto, pasaría estar a cargo de sacerdotes que le impartirían una serie de enseñanzas hasta que mostrase claros signos de arrepentimiento.
Tanto el religioso que se le asignó, un redentorista, como Beethoven y sus amigos intentaron por todos los medios que el joven se explicase, que dijera qué le había llevado a tomar una decisión tan drástica, sin mucho éxito. De los interrogatorios que hubo en el hospital sí que se dedujo que el problema no era el temor ante los exámenes, sino que su tío lo tenía «prisionero», que estaba cansado de ello y de la vida en general dado que Beethoven lo atormentaba, era excesivamente riguroso y él había reaccionado siendo peor justo porque su tío quería que fuese mejor.
Es de imaginar el efecto que tuvo sobre Beethoven este incidente. Así lo narra Gerhard von Breuning:
La noticia fue aplastante para Beethoven. El dolor que sintió por este suceso fue indescriptible; estaba destrozado, como un padre que hubiese perdido a su amado hijo. Mi madre se encontró con él en el Glacis; estaba tremendamente nervioso, «¿Sabe usted lo que me ha pasado? ¡Mi Karl se ha pegado un tiro!» – «Y – ¿ha muerto?» «No, solo ha sido un rasguño, aún vive, hay esperanza de que se pueda salvar; – pero, la desgracia que me ha causado; ¡lo quería tanto!»
Schindler, por su parte, es aún más drástico:
En la figura encorvada del maestro se podía ver la profunda tristeza por la pública infamia que una vez más había caído sobre su nombre. El cuerpo una vez robusto y vigoroso ahora se presentaba ante nosotros como el de un anciano de casi setenta años, rota su voluntad, dócil, doblándose ante la más ligera brisa.
Sin duda, desde ese momento la familia Breuning se encargó de dar consuelo al compositor, como gran parte de la sociedad vienesa, una vez conocido el incidente. Sin embargo, lo mortificó saber que había un sector que lo culpabilizaba a él.
Gerhard von Breuning cuenta lo que le relató el cirujano Ignaz Seng, que entonces era ayudante en el Hospital General, que pudo ver allí a Beethoven mientras Karl estaba ingresado:
Yo era ayudante en el Hospital General de Viena en la división quirúrgica del Jefe Médico Gassner, a la cual pertenecía también una parte de la que se conocía como planta de los Tres Gulden; vivía a la izquierda, en el gran patio frontero al edificio central, donde estaba la oficina, en la planta baja. Avanzado el verano de 1826, mientras hacía mi ronda, se me acercó un hombre con un gabán gris; a primera vista lo tomé por un ciudadano corriente. Preguntó secamente: «¿Es usted el Dr. Ayudante Seng? En la oficina me han mandado a usted. ¿Está el sinvergüenza de mi sobrino en su pabellón?» Pregunté el nombre de la persona por la que se interesaba, contesté afirmativamente y le dije que el paciente estaba en una habitación de la planta de los Tres Gulden, se le había vendado una herida de arma de fuego y si quería verlo. Acto seguido dijo: «Soy Beethoven». Y mientras lo llevaba, siguió: «En realidad no quiero verlo; no se lo merece, me ha causado demasiados problemas, pero...» y después continuó hablando de la catástrofe y el cambio en la vida de su sobrino y cómo lo había echado a perder con tanta amabilidad, etc. Pero yo estaba totalmente anonadado viendo más allá de este vulgar exterior al gran Beethoven ante mí, y le prometí cuidar lo mejor posible de su sobrino.
Holz discutió con Beethoven qué sería lo mejor para Karl dadas las circunstancias. Se recuperó la idea de una carrera militar que se había descartado antes, ya que según le dijo a Beethoven: «Una vez con los militares, estará bajo la más estricta disciplina y si quiere usted hacer algo más por él no necesita más que darle una pequeña asignación mensual». Aunque en principio Beethoven pareció dudar, por fin se convenció de que era la mejor solución. Recurrieron para ello a Breuning, que trabajaba en el Ministerio de la Guerra, quien, tras dar su propia aprobación al proyecto, se dirigió al barón Joseph Stutterheim, teniente mariscal de campo, que era propietario, junto con el archiduque Luis, del 8º Regimiento de Infantería, estacionado en Iglau, Bohemia (hoy Jihlava, en la República Checa). El barón aceptó a Karl en su regimiento e incluso prometió que si progresaba bien le guardaría una plaza de oficial. El agradecimiento de Beethoven se tradujo en la dedicatoria de su Cuarteto Op. 131, como veremos más adelante.
También se habló de la necesidad de que Beethoven entregase la tutela de Karl; evidentemente, Reisser ya no iba a seguir siendo cotutor y había que buscar un sustituto. Aunque Holz y el doctor Bach estuvieron de acuerdo en aconsejar a Beethoven un cambio en este sentido, el asunto se dejó en suspenso en tanto continuara la convalecencia del herido en el hospital.
Como ilustración musical de este desagradable episodio, os traigo otro de los últimos cuartetos de Beethoven, el Op. 132: