30.11.20

Beethoven y su sobrino II: una batalla perdida (pero no la guerra) ("Abschiedgesang" WoO 102)

 

Beethoven hacia 1818
(Dibujo de F. A. von Kloeber)

Beethoven y su sobrino II: una batalla perdida (pero no la guerra).

Ya vimos en entradas anteriores que Beethoven ganó en principio el pleito por la tutela de su sobrino, pero no tenía un hogar en condiciones para acogerlo. Lo llevó al internado de los Giannatasio, pero siempre con la idea de sacarlo de allí cuanto antes. Vamos a ver qué ocurrió (Vida de Ludwig van Beethoven, pp. 256-262):

En enero de 1818 Beethoven consumó por fin su deseo de sacar a Karl de la escuela de los Giannatasio y llevarlo a vivir con él. Probablemente pensaba que así podría evitar con más eficacia el contacto del niño con su madre, que sin duda hubo de producirse de una manera u otra mientras estuvo en el pensionado. El 24 de enero se lo llevó a casa, donde le puso bajo el cuidado de un tutor cuya identidad se desconoce, aunque sí que se sabe que era profesor de la Universidad de Viena y que también asumió alguna otra tarea de tipo doméstico. Durante la temporada estival se trasladaron a Mödling; allí le hizo ingresar en una escuela para niños que regentaba un sacerdote, el padre Johann Baptist Fröhlich. Esta decisión se volvería después en contra del compositor. Al cabo de un mes, Fröhlich expulsó a Karl de la escuela por injuriar a su madre, algo que el propio muchacho dijo que era alentado por su tío y que él hacía para agradarle, y también por el descuido en la enseñanza religiosa. Además, la conducta de Karl no tuvo que ser muy buena y se habían recibido numerosas quejas. 

A esto hay que añadir que Johanna siguió intentando por todos los medios acercarse a su hijo y volvió a recurrir al soborno de las criadas de Beethoven. El 18 de junio escribió este a Nanette Streicher: «trabajaron juntas vergonzosamente y se dejaron utilizar por Frau v. Beethoven; ambas recibieron café y azúcar de ella. Peppi dinero y la vieja probablemente también, pues no puede haber dudas de que ella misma fue a casa de la madre de Karl; dijo a Karl que si yo la expulsaba de mi servicio iría directamente a su madre». 

Tras la expulsión de la escuela del padre Fröhlich, Beethoven recurrió de nuevo a un tutor privado para su sobrino y decidió que más tarde acudiese a una institución educativa pública de la capital; con ese fin acudieron a mediados de agosto a Viena. Johanna en ese momento decidió pasar a la acción. Requirió la ayuda de Jakob Hotschevar, funcionario que estaba casado con una pariente lejana suya, y en septiembre de 1818 presentaron ante el Landrecht una petición para que ella pudiera decidir sobre la educación futura de su hijo intentando demostrar que Beethoven era incapaz de ejercer él solo la tutela. Johanna, además, pedía al tribunal que permitiese el ingreso de su hijo en el Real e Imperial Internado. Tras varios aplazamientos, la petición fue rechazada el 3 de octubre y Karl entró en una escuela pública, tal y como corrobora Fanny en su diario el día 7 de noviembre: 
Beethoven ha venido hoy a ver a padre. Acaba de regresar del campo y está enviando a Karl a la escuela pública. 
Beethoven pasó bastante tiempo desde entonces con los Giannatasio; Fanny cuenta de la siguiente forma cómo reaccionó Beethoven cuando, el 3 de diciembre, Karl huyó para reunirse con su madre:
Los últimos dos días he estado muy disgustada con este asunto de Beethoven. Nunca podré olvidar el momento en que vino y nos contó que Karl le había abandonado y había marchado con su madre y nos mostró la carta como prueba de la mala conducta de su sobrino. Ver gemir a este hombre, que ya tiene bastantes penas que soportar, fue una de las escenas más tristes de las que he sido testigo.
Recuerdo a Beethoven exclamando, con lágrimas corriéndole por la mejilla, en respuesta a la simpatía que le expresábamos, cuando intentábamos consolarle: «¡Ah, pero me hace sentir vergüenza!» 
Beethoven llamó a la policía para que Johanna le devolviese al chico, ya que ella quería prolongar un poco más la estancia de su hijo con él. El resultado de este incidente llegó a ser devastador para el compositor. Johanna volvió a dirigirse al tribunal el 7 de diciembre informando de lo que había ocurrido y pidiendo que se retirase la tutela a Beethoven, que pretendía llevarse al niño a estudiar lejos, tal vez al extranjero, e insistió en que fuese al internado. Ayudada por Hotschevar, intentó desmontar el argumento de que era moralmente incapaz de educar a su hijo, basado en las denuncias del pasado que en su momento esgrimió Beethoven. Adjuntó además la declaración del padre Fröhlich que señalaba la depravación de la que había hecho gala el chico. 

El tribunal los citó el 11 de diciembre; interrogó a Karl, a Beethoven (que acudió acompañado por Bernard) y a Johanna. Las preguntas versaron sobre la educación del niño y la relación con su tío y sobre las circunstancias de la huída. Llegado un momento, Beethoven tuvo un importante lapsus: 
¿Qué medios tenía intención de emplear en la educación de su pupilo?
El mayor talento de su pupilo estaba en el estudio y a eso se dedicaría. Sus medios de subsistencia eran la mitad de la pensión de su madre y el interés sobre 2.000 florines. Hasta entonces la diferencia entre esta suma y el coste la había pagado él y deseaba asumirla en el futuro si el asunto pudiera de una vez ponerse en orden. Como no era factible ingresar ahora a su sobrino en el Internado, solo sabía de dos caminos que se le pudieran abrir: mantener un asistente para él que siempre debería estar con él o enviarlo durante el invierno con Gionastasio. Pasado medio año lo enviaría al Internado Mölker, del que había oído grandes elogios, o si fuera de noble cuna, llevarlo al Theresianum.
¿Eran él y su hermano de la nobleza y tenían documentos que lo probasen?
«Van» era una partícula holandesa que no se aplicaba exclusivamente a la nobleza; no tenía ni un diploma ni otra prueba de su nobleza. 
En el interrogatorio a Johanna se insistió sobre el asunto: 
¿Era su marido de noble cuna?
Así lo habían dicho los hermanos; la prueba documental de nobleza se decía que estaba en posesión del hermano mayor, el compositor. En la audiencia legal sobre la muerte de su esposo se habían exigido pruebas de nobleza; ella no tenía documento alguno sobre el asunto. 
De aquí el tribunal sacó una conclusión clara: esas personas que estaban compareciendo ante él no pertenecían a la nobleza, y el Landrecht era un tribunal que solo entendía asuntos de la nobleza. La consecuencia fue que el 18 de diciembre se desentendió del caso y se lo transfirió al Magistrat, el tribunal que se ocupaba de los litigios de los plebeyos. Esto supuso un durísimo golpe para el compositor. Sin entrar en las cuestiones psicológicas que han generado incluso leyendas sobre esta «expulsión» de Beethoven del círculo de la nobleza, el caso es que el nuevo tribunal no estaba tan bien dispuesto hacia él. De momento, suspendió temporalmente su tutela y volvió a entregar el niño a su madre. Fanny Giannatasio lo refleja así en su diario el 10 de enero de 1819: 
Müller nos ha hecho muy infelices al contarnos los problemas de Beethoven. Esa mujer cruel ha llevado las cosas tan lejos que ha triunfado sobre él. Se le ha retirado la tutela y su desgraciado sobrino ha vuelto con su madre. Puedo imaginar la pena de Beethoven. Desde ayer por la tarde ha estado completamente solo; no ha tenido ni al uno ni a los otros con él en la mesa. Debería saber que Karl se regocija de estar con su madre; tal vez eso mitigara la agonía de la partida de su lado. 
Por su parte, Beethoven redactó un texto fechado el 1 de febrero en el que detallaba ante el nuevo tribunal los planes educativos –los cuales, a pesar de tener suspendida la tutela, aún supervisaba él– que tenía para su sobrino, a la par que intentaba desacreditar por todos los medios a su cuñada, de forma que se le retirase la tutela de forma definitiva. Asimismo proponía que se nombrase un cotutor que «ciertamente habría propuesto hoy si no estuviese aún indeciso sobre quién elegir». 

Tras la huída de Karl, Beethoven lo mantuvo durante unas semanas en casa de los Giannatasio, «vigilado como si fuera un prisionero», a decir de Fanny. Poco después lo ingresó en una escuela situada en el suburbio de Landstrasse, regentada por Johann Baptist Kudlich; Beethoven en principio estaba muy satisfecho con este centro y con su director, tanto que se llegó a barajar su nombre como posible candidato a desempeñar conjuntamente la tutela. Sin embargo, Beethoven dudaba, ya que parecía preferir a Matthias von Tuscher, miembro del Magistrat a quien conocía desde 1814, cuando le encargó componer su Abschiedgesang, sobre texto de Joseph von Seyfried. Finalmente, tras superar las reticencias mostradas por el magistrado, este fue nombrado cotutor el 26 de marzo. 

La primera de sus acciones junto con Beethoven fue procurar que Karl marchase lejos de Viena, con toda probabilidad para intentar alejarlo de su madre. La idea era que se fuese a Landshut, en Baviera, a estudiar con el teólogo y sacerdote Johann Michael Sailer, que tenía una excelente reputación; era conocido por Antonie Brentano y Beethoven pidió su intercesión para que admitiese a Karl como su pupilo, a cambio de unos honorarios no muy elevados. Con tal fin, Beethoven solicitó a las autoridades un pasaporte para su sobrino el 23 de abril de 1819. Ante la lógica protesta de Johanna en el tribunal, el magistrado que desde mayo entendía del caso, Franz Xaver Piuk, denegó el pasaporte y el viaje quedó, pues, frustrado. Por tanto, Karl siguió en el instituto de Kudlich, que a Beethoven empezaba a gustarle menos posiblemente porque se permitía que el niño tuviese con su madre un contacto mayor que el deseado por su tío. El 16 de junio escribió a Bernard: 
Bien, ahora hemos de tragarnos nuestro orgullo en casa de Giannatasio o en cualquier otro sitio para encontrar un lugar para K[arl], ¡¡¡¡¡ya que nunca volveré a mandarlo con ese K[udlich], que es bien un granuja o un tipo débil!!!!! ¡¡¡¡No hay mucha diferencia entre lo uno y lo otro cuando se permite que pase lo que no debe pasar!!!! 
Por consiguiente, Beethoven se dirigió a Giannatasio para que admitiese otra vez a Karl en su instituto, pero, aunque la familia al completo fue a visitarlo a Mödling, donde pasaba el verano, para tratar el asunto, la respuesta fue negativa. Así lo cuenta Fanny en su diario el día 18 de junio y a la vez nos indica la solución por la que optó Beethoven: 
El objeto de nuestro viaje a Mödling era hablar sobre el deseo formal de Beethoven de poner a su rebelde sobrino nuevamente bajo nuestro cuidado, pero lo hemos rechazado. Dijo a padre que, a pesar de la carta, iría y lo discutirían. Pero cambió de idea cuando hubo leído la carta y mandó al muchacho al Instituto Blöchlinger. Por mucho que nos haya dolido rechazar una petición de Beethoven, estoy muy segura de que hemos hecho lo correcto, pues realmente no podríamos haber hecho nada bueno y, tal vez, por contra, bastante daño. 
Joseph Urban Blöchlinger von Bannholz, suizo de origen, se había establecido en Viena en 1804 y, aunque empezó estudiando medicina, su admiración por su compatriota, el pedagogo Johann Heinrich Pestalozzi, a quien es probable que conociera en persona, lo llevó por el camino de la enseñanza. En 1814 abrió su propia escuela en el Landstrasse; en ella ingresó Karl el 22 de junio de 1819 –en esa época ocupaba el palacio Chotek, en Alsergrund– y en ella permaneció hasta agosto de 1823. 

Visto que Piuk no parecía simpatizar mucho con la causa de Beethoven, este le escribió una carta bastante larga el 19 de julio desde Mödling en la que pretendía dejar clara su postura y justificar todas sus actuaciones, a la par que intentaba hacer ver al magistrado la incapacidad de Johanna y proteger a Karl evitando que fuese llamado a declarar. En septiembre dio instrucciones a Blöchlinger indicando que solo podrían comunicarse con Karl sus amigos Bernard y Oliva (que había vuelto de Hungría y había reanudado su amistad con Beethoven, así como muchas de sus tareas de secretario), además de Piuk. En todo caso ninguna de estas acciones tuvo el efecto que Beethoven deseaba, ya que el 17 de septiembre el Magistrat, a instancias de Piuk, decidió que la tutela del chico pasase conjuntamente a Johanna y a Leopold Nussböck, un empleado municipal (Tuscher había pedido a principios de julio que lo liberasen de su responsabilidad; de hecho, desde junio apenas ejerció como tutor y Beethoven consideró que a todos los efectos la suspensión de su tutela se había levantado). Beethoven había perdido una batalla, pero no la guerra, como veremos más adelante.

Sirva como ilustración musical ese Abschiedgesang («Canto de despedida»), para dos tenores y bajo, que el magistrado Tuscher encargó a Beethoven cuatro años antes de estos hechos:


23.11.20

Beethoven: Fanny Giannatasio ("Hochzeitslied", WoO 105)

 

Silueta de Fanny Giannatasio del Río

Fanny Giannatasio

Cuando Beethoven, tras la primera victoria en el pleito, se tuvo que hacer cargo de su sobrino por fin se debió de dar cuenta que su organización doméstica no era la más adecuada. Así que lo llevó a un internado, que regía Cajetan Giannatasio del Río en uno de los suburbios de Viena. Ahí entró en contacto con un personaje que siempre me ha parecido fascinante a la par que maltratado: Fanny Giannatasio. Tras el (largo) fragmento de la Vida de Ludwig van Beethoven (pp. 232-239) que sigue os hablaré un poquito más de ella:

Beethoven no podía por el momento ni concebir la idea de tener a su sobrino consigo en su casa, de modo que el 2 de febrero de 1816 lo ingresó en la escuela de Cajetan Giannatasio del Río, en la que permaneció por espacio de casi dos años. Se trataba de un pedagogo con ancestros españoles que desde 1798 regentaba junto con su esposa Katharina (Quenzer de soltera) una escuela privada para niños. Giannatasio había trabajado antes como tutor en casas aristocráticas, en Viena y también en Hungría, donde nacieron sus hijas Franziska (Fanny) y Maria Anna (Nanni), que en la época que tratamos tenían, respectivamente, 26 y 24 años. 

Beethoven había visitado la escuela de Giannatasio el 16 de enero junto con Bernard, a quien ya conocemos como revisor del texto de Der glorreiche Augenblick y a quien Beethoven consultó repetidamente en estos años cuestiones relativas a su sobrino y a su educación. 

La relación del compositor con la familia fue excelente, aunque con altibajos. En la época del Congreso habían alojado en su casa a Johann Friedrich Leopold Duncker, que había acudido a Viena como integrante del séquito del rey de Prusia Federico Guillermo III. Con toda probabilidad tuvo relación con Beethoven, aunque no hay pruebas documentales de ello, salvo la música que escribió para la pieza teatral Leonore Prohaska (WoO 96), consistente en un coro de guerreros, una romanza, un melodrama y una marcha fúnebre (orquestación del tercer movimiento de la Sonata para piano Op.26); Duncker quiso estrenar la obra, que trataba de una muchacha prusiana que se alistaba disfrazada de hombre en la guerra contra Napoleón y moría heroicamente en la batalla, pero no pudo, a buen seguro por la superabundancia de obras que trataban asuntos parecidos en la época (recordemos que incluso en el Egmont de Goethe hay una joven que, disfrazada de muchacho, marcha a la guerra). 

El caso es que Duncker, gran admirador de Beethoven, inculcó en la familia Giannatasio un interés por el compositor que se vio muy avivado con la decisión de ingresar a su sobrino en su pensionado. Beethoven también debió de sentirse muy a gusto en el seno de esta familia, ya que se convirtió en asiduo visitante de su casa; además, ambas hijas tenían conocimientos musicales, tocaban el piano y cantaban, con lo cual podían ofrecer a su invitado entretenimientos musicales en los que en alguna ocasión él desempeñó el papel de acompañante. 

Sin duda Beethoven disfrutaba de la compañía de ambas jóvenes. Él parecía preferir a la menor, Nanni, más extrovertida. Estaba prometida a Leopold von Schmerling, que era hermano de un miembro del Landrecht, Joseph von Schmerling, a quien Beethoven consultó en alguna ocasión cuestiones relativas a la tutela. La hermana mayor, Fanny, era más retraída, tal vez por un mal trago que acababa de pasar (la muerte del hombre del que estaba enamorada) y acabó desarrollando una dependencia emocional de Beethoven que al final casi se convirtió en secreto enamoramiento. Fanny mantuvo un diario donde expresó todos estos sentimientos, algunos de cuyos fragmentos fueron publicados por Ludwig Nohl en 1875, dos años después de la muerte de Fanny, con el título Eine stille Liebe zu Beethoven: Nach dem Tagebuch einer jungen Dame («Un amor silencioso de Beethoven: del diario de una joven dama»). Cuando se hallaba a la espera de la llegada de Karl a la escuela de su padre ya se sentía emocionalmente excitada: 
Lo que tantas veces he deseado en vano, que Beethoven viniera a nuestra casa, finalmente ha ocurrido. Ayer por la tarde trajo a su pequeño sobrino para ver el Instituto y hoy ya está todo arreglado. No diré nada de mi infantil turbación. En mi cabeza bullían numerosos pensamientos y los auspicios eran tan desfavorables que he de ser excusada si estuve ausente. No puedo describir el gozo que siento al encontrarme, de esta forma, cerca de un hombre a quien honro tanto como artista y estimo tan elevadamente como hombre. Qué contenta estaría si realmente pudiéramos entablar una relación amistosa con Beethoven y si pudiera esperar que unas cuantas horas de su vida fuesen agradables para él – para él, que ha hecho desaparecer tantos nubarrones de mí. La intensa simpatía que siento por él en su triste situación es la razón principal para desearlo. (25 de enero de 1816).
Todo el día he estado ocupada con Beethoven, es decir, con la expectativa de la llegada de su sobrino, ya que me avergüenzo de mí misma, tanto más cuanto no encuentro la idea de Nanni y Leopold tan absurda como debiera. No puedo ni desearlo ni dejar de hacerlo y soy incapaz de creer que mi veneración por su genio disminuirá por un conocimiento más cercano del hombre. Mi estima por él ha de incrementarse si lo encuentro la mitad de genial y amable de lo que se ha presentado ante nosotros, lo cual, ante mis ojos, solo le hace más interesante de lo común. (30 de enero de 1816). 
Y poco después de que Karl entrase en el pensionado, el 22 de febrero, escribió: 
Unas cuantas palabras sobre la conversación de ayer por la noche. El aspecto de Beethoven me agrada enormemente. No puedo decir más, ya que apenas hablé con él. Anteayer estuvo con nosotros por la tarde y se ganó todos nuestros corazones. ¡La modestia y sinceridad de su disposición nos agradó extremadamente! La pena que su infeliz relación con la madre del niño angustia su espíritu. También me aflige a mí, ya que él es un hombre que tendría que ser feliz. ¡Ojalá se una a nosotros y, por nuestra cálida simpatía e interés encuentre paz y serenidad!
Al preguntarle padre por qué nos dejaba tan pronto cuando los niños estaban presentes, contestó que «su cara no estaba en armonía con las caras felices ¡y se sentía tan consciente de ello que no podía aguantarlo más!»
Temo mucho que en una prolongada e íntima relación con este hombre bueno y excelente llegaré a sentir por él algo más que una mera amistad y que experimentaré, como resultado, muchas horas intranquilas. Pero aguantaré todo, ya que solo yo tengo en mi poder hacer que su vida sea más brillante. 
No se equivocaba en sus temores, ya que muy poco después, el 2 de marzo, confió lo siguiente a su diario: 
¿Es eso verdad? Grité, tras una conversación con Nanni sobre Beethoven. ¿Ya es tan querido para mí que el consejo, entre risas, de mi hermana de no enamorarme de él me duele y perturba desmedidamente? ¡Pobre de mí! No he de permitirme a mí misma caer en tales pensamientos, aunque, después de todo, una vida dedicada a amar, incluso si implica unas cuantas horas lastimosas, es mejor, mucho mejor que permitir que el cálido corazón de una vegete en una vacía monotonía semejante a la muerte. Aun así, cuando le conozca mejor, ha de llegar a ser querido, muy querido para mí. Puede y tendría que serlo; ¿por qué pensar entonces en una unión más cercana que es imposible según me dice el sentido común?
¿Cómo puedo ser tan vana como para creer o imaginar que el poder de cautivar a un alma como la suya está reservado para mí? ¡Un genio así! ¡Y un corazón así! ¡Ah, sin duda! Un corazón noble como el suyo concuerda exactamente con mis anhelos. 
En las primeras semanas de estancia de Karl en la escuela de Giannatasio, posiblemente su madre o algún enviado de ella tuvieron que intentar ponerse en contacto con el niño, para gran irritación de Beethoven, que envió varias cartas a Cajetan en las que le deja claro que ha consultado con el Landrecht para establecer que nadie pudiera ir a buscar al muchacho sin su consentimiento y que Johanna, a la que despectivamente tilda de «Reina de la Noche», nunca lo pudiera visitar en la escuela. Incluso consiguió que el tribunal emitiese una orden a tal efecto, según la cual, si Johanna quería ver a su hijo tenía que solicitárselo a Beethoven y solo si él estaba de acuerdo se indicaría dónde y cuándo podría tener lugar el encuentro. Giannatasio informó el 8 de marzo a Johanna que si deseaba ver a su hijo tendría que acudir a Beethoven para que este decidiese cómo y cuándo se realizaría la visita. De esta forma se inició un periodo que podríamos llamar de «tregua» en el pleito, lo cual no quiere decir que las relaciones entre los cuñados mejorasen en absoluto. Johanna intentó por todos los medios ver a su hijo, recurriendo al disfraz e incluso al soborno, lo cual desataba las iras de Beethoven; sin embargo, en mayo de 1817 llegaron a un acuerdo para que ella cediera la mitad de su pensión de viuda para ayudar a cubrir los elevados gastos que suponía la estancia de Karl en el internado. Las entradas números 158-160 del Tagebuch aluden a esta cuestión y muestran una especie de simpatía o de arrepentimiento hacia su cuñada: 
La madre de Karl quería llegar a un acuerdo, pero su base era que se tenía que vender la casa, de lo cual se podía esperar que se pagasen todas las deudas, junto con la mitad de la pensión de la viuda, junto con lo que quedase de la venta de la casa, junto con el usufructo conjunto para las necesidades de Karl ella podría vivir no solo decentemente sino muy bien, ¡pero como la casa no se va a vender! Lo cual era la condición principal con la que se alcanzó el acuerdo, ya que se alegó que ya se había impuesto una ejecución sobre ella, así que ahora tengo que dejar de lado mis escrúpulos y puedo suponer, desde luego, que la viuda no se ha situado mal, lo cual le deseo de todo corazón. He cumplido con mi parte, oh, Señor.
Habría sido imposible sin herir los sentimientos de la viuda, pero no pudo ser. Y Vos, Dios Todopoderoso, veis dentro de mi corazón, sabéis que he descuidado mi propio bienestar en nombre de mi querido Karl, bendecid mi obra, bendecid a la viuda, por qué no puedo seguir plenamente mi corazón y, por tanto – la viuda –
Dios, Dios, mi refugio, mi roca, oh mi todo, ¡¡¡Vos veis en lo más profundo de mi corazón y sabéis cómo me duele tener que hacer sufrir a alguien por medio de mis buenas obras para mi querido Karl!!! Oh, escuchad, siempre Inefable, escuchadme, a vuestro infeliz, el más infeliz de los mortales. 
En todo caso, Beethoven no parecía tener la idea de prolongar mucho tiempo la estancia de su sobrino como interno, como se desprende de la carta que envió a Giannatasio el 28 de julio de 1816: 
Varias circunstancias me inducen a llevarme a Karl a vivir conmigo. Así, como tengo esto a la vista, permítame enviarle el pago del próximo cuatrimestre, al final del cual Karl dejará su internado – No atribuya este traslado a crítica desfavorable alguna hacia usted o hacia su respetable internado, sino adscríbalo a muchos otros factores urgentes relacionados con el bienestar de Karl. Es un experimento, y tan pronto lo haya comenzado le pediré que me ayude con sus consejos, de hecho, permitir a Karl visitar su internado de vez en cuando. Siempre le estaremos agradecidos, y, desde luego, nunca olvidaremos su atención y el excelente cuidado de su digna esposa, tales cuidados solo se pueden comparar a los de la mejor de las madres – 
En esta misma carta menciona Beethoven la operación de hernia a la que fue sometido Karl el 18 de septiembre, llevada a cabo por el doctor Carl von Smetana, en casa de Giannatasio. En este sentido, advertía para que Johanna no se aprovechase de la situación de convalecencia del niño: 
En lo que se refiere a la Reina de la Noche, los asuntos han de quedar como habían estado e incluso si la operación se debiera realizar en su casa, como estará indispuesto unos días y por lo tanto más susceptible e irritable, aún menos se ha de admitir que llegue a él ya que toda impresión podría fácilmente renovarse en K., lo que no podemos permitir. Cuán poca mejora podemos esperar de su caso lo muestra el insípido garabato adjunto que le envío solo para que vea cuánta razón tengo al cumplir el plan que contra ella se adoptó, pero esta vez no la contesté como un Sarastro sino como un sultán. 
El caso es que la recuperación fue rápida, tanto que incluso pudo visitar a Beethoven en Baden, donde había ido en julio. Fue acompañado de casi toda la familia Giannatasio, algo que permitió que Fanny registrase en sus memorias los siguientes e interesantes pasajes en los que no solo describe la forma de vivir de Beethoven y su relación con los criados, sino que alude claramente a la dama a la que Beethoven escribió su apasionada carta de julio de 1812: 
Mientras su sobrino aún estaba con nosotros, Beethoven nos invitó una vez a visitarlo en Baden, donde estaba pasando los meses estivales, a mi padre y a nosotras las dos hijas con Karl. Aunque se había informado a nuestro anfitrión de nuestra llegada pronto nos dimos cuenta de que no se había realizado preparativo alguno para nuestro alojamiento. B. fue con nosotros por la tarde a una taberna donde nos sorprendimos al notar que regateaba con el camarero sobre cualquier panecillo, pero esto era porque a causa de su mal oído con frecuencia le había engañado el personal de servicio. Pues incluso entonces había que estar muy cerca de su oído para hacerle comprender y recuerdo que muchas veces estaba muy apurada cuando tenía que abrirme paso por los cabellos encanecidos que ocultaban su oreja. Él mismo solía decir: «¡Tengo que cortarme el pelo!» Mirándolo por encima una pensaba que su pelo era áspero y erizado, pero era muy fino y cuando lo tocábamos con la mano quedaba revuelto en todas direcciones, lo que muchas veces quedaba cómico. (Una vez cuando vino notamos un agujero en el codo cuando se estaba quitando el abrigo; tuvo que acordarse de ello porque quiso ponérselo de nuevo pero dijo, riendo, quitándoselo completamente: «¡Ya lo han visto!»)
Cuando llegamos a su alojamiento por la tarde se propuso un paseo, pero nuestro anfitrión no nos acompañaría ya que se excusó diciendo que tenía mucho que hacer, pero prometió seguirnos y unirse a nosotros, lo cual hizo. Pero cuando volvimos a última hora de la tarde no se veía signo alguno de acomodación para nuestro alojamiento. B. masculló excusas y acusaciones contra las personas a quienes había encargado los preparativos y nos ayudó a acomodarnos; ¡oh, qué interesante fue mover un ligero sofá con su ayuda! Se despejó una estancia bastante grande donde estaba su pianoforte para que nosotras las chicas la utilizásemos como dormitorio. Pero el sueño permaneció mucho tiempo ausente de nosotras en este santuario musical. Sí, y he de confesar mi vergüenza por que nuestra curiosidad y deseo de saber cosas nos llevó a examinar una gran mesa redonda que estaba en la habitación. Llamó nuestra atención en particular un cuaderno de apuntes. Pero había tal confusión de asuntos domésticos, la mayoría de los cuales fueron ilegibles para nosotras que quedamos asombradas, pero he aquí que aún recuerdo un pasaje –así decía: «Mi corazón se exalta en la contemplación de la adorable naturaleza – ¡aunque ella no esté aquí!» –esto nos dio mucho que pensar. ¡Por la mañana un sonido muy prosaico nos sacó de nuestro poético ánimo! B. también apareció pronto con la cara arañada y se quejó de que estaba discutiendo con su criado que se marchaba, «vean», dijo, «¡cómo me ha maltratado!» Se quejó también de que estas personas, aunque sabían que no podía oír, no hacían nada por darse a entender. Después dimos un paseo hacia el hermoso Helenenthal, nosotras las chicas delante, luego B. y nuestro padre. Lo que sigue lo pudimos escuchar por encima con oídos atentos:
Mi padre pensaba que B. podía liberarse de sus desgraciadas condiciones domésticas solo con el matrimonio si conociese a alguien, etc. Entonces se confirmó nuestra sospecha: ¡era infeliz en el amor! Cinco años antes había conocido a una persona que si se hubiese unido con ella lo habría considerado como la mayor alegría de su vida. Pero no se podía pensar en ello, era casi imposible, una quimera –«sin embargo ahora es como el primer día». Esta armonía, añadió, ¡aún no la había descubierto! Nunca había llegado a la confesión, ¡pero no podía quitárselo de la cabeza! Entonces siguió un momento que sirvió para reparar muchos malentendidos y dolorosas conductas por su parte, pues agradeció la amistosa oferta de mi padre de ayudarlo en lo posible en sus problemas domésticos y yo creí que estaba convencido de su amistad por él. Nuevamente habló de su desgraciada pérdida de oído, de la desdichada existencia física que había soportado durante mucho tiempo. ¡Él (B.) estaba tan feliz en el almuerzo (al aire libre en el Helena) que su musa volaba sobre él! Frecuentemente se giraba y escribía algunos compases con el comentario: «Mi paseo con ustedes me ha costado algunas notas pero trae otras». Todo esto sucedió en septiembre del año 1816.
Fanny es, como os he dicho, un personaje que me fascina sobre todo porque, a pesar de la importancia biográfica de sus diarios para esta época tan importante de la vida de Beethoven, ha sido tratada con condescendencia e incluso hasta con burla por lo ingenuo de alguna de sus confesiones. Esto hizo que al comienzo de mis veleidades literarias, allá por 2015, se me ocurriese escribir una novela basándome en los fragmentos de su diario que publicó Nohl. Al principio quise situarla en su contexto, esto es en la Viena de la época Biedermeier, pero seguí el consejo que escuché una vez: «no escribas sobre cosas que no conoces», así que trasladé la historia al Madrid de los años sesenta y convertí a Beethoven en el gran literato Luis Benavent. El resultado fue la novela corta Fanny


Si os pica la curiosidad, la podéis conseguir aquí. Os puedo decir que, a pesar del traslado de fecha y lugar y el cambio de profesión del genio sigue con mucha fidelidad los diarios de Fanny.

La ilustración musical de esta larguísima entrada no podía ser otra que la canción nupcial que escribió Beethoven para Nanni, la preferida de las hermanas para tortura de Fanny:




16.11.20

Beethoven y su sobrino (I) («An die ferne Geliebte» Op. 98)

 

Karl van Beethoven (c. 1825)

Beethoven y su sobrino (I)

En la anterior entrada os comenté que la parte cuarta de mi librito sobre Beethoven se titulaba «Años de fama mundana y pleitos» y aquella la dediqué a la fama mundana. La de hoy se referirá a los pleitos o, más bien, al «pleito» por antonomasia, el que durante casi cinco años sostuvo Beethoven con su cuñada por la tutela de su sobrino Karl. Es este uno de los apartados más complejos de la vida de Beethoven, que dio comienzo con la muerte de su hermano Caspar Carl el 15 de noviembre de 1815. Caspar Carl se había casado, en contra de la voluntad de su hermano, con Johanna Reiss, una joven que tenía bastante mala fama (sus propios padres la habían acusado de robo) y que, además, iba embarazada al matrimonio (terrible escándalo en la época y hasta hace bien poco). Así os cuento en la Vida de Ludwig van Beethoven (pp. 229-232) cómo comenzó la cosa, una vez firmó el hermano moribundo su testamento:

Forbes indica que en el documento original hay una enmienda muy importante: el apartado 5 en principio estaba redactado así: «Junto con mi esposa, nombro a mi hermano Ludwig van Beethoven cotutor…» y en esta frase fueron tachadas las palabras «Junto con mi esposa» y la partícula «co-», es probable que por presiones de Beethoven. En cualquier caso, el moribundo, al darse cuenta de que su hermano tenía la intención de impedir que su esposa ejerciese la tutela junto con él, añadió el mismo día 14 de noviembre un codicilo al testamento: 
Habiendo sabido que mi hermano, Hr. Ludwig van Beethoven, desea tras mi muerte hacerse cargo totalmente de mi hijo Karl y retirarle completamente de la supervisión y educación de su madre y dado que no existe la mejor de las armonías entre mi hermano y mi esposa, he encontrado necesario añadir a mi testamento que bajo ningún concepto deseo que se separe a mi hijo de su madre, sino que siempre y mientras su futura carrera lo permita, permanezca con su madre, a cuyo fin su tutela será ejercida por ella al igual que mi hermano. Solo con unidad el objetivo que tengo a la vista al nombrar a mi hermano tutor de mi hijo se puede conseguir, de ahí que, por el bienestar de mi hijo, recomiendo conformidad a mi esposa y más moderación a mi hermano.
Quiera Dios que entre ellos haya armonía por el bienestar de mi hijo. Este es el último deseo del marido y hermano moribundo. 
Basándose en el codicilo, depositado ante él el 17 de noviembre, el Landrecht de la Baja Austria nombró tutora principal de Karl a Johanna y a Beethoven tutor asociado el 22 de noviembre de 1815. Beethoven apeló tal decisión el día 28 y el 15 de diciembre solicitó al tribunal de la Magistratura de Viena (el que entendía de los asuntos de los plebeyos) la sentencia por fraude contra Johanna (petición que le fue denegada aunque este tribunal sí que accedió a enviar la información solicitada al Landrecht). Nuevamente se dirigió al Landrecht el 20 de diciembre, esta vez con un ataque más directo a la viuda de su hermano y dudando sobre la validez del codicilo: 
(…) esos hombres honorables que ocupan distinguidos puestos [los miembros de la Magistratura de Viena] estarían dispuestos a aportar las pruebas más incontestables sobre su comportamiento antes y después de su casamiento con mi hermano y hasta el momento de su muerte, incluso si yo renuncio a decir cualquier cosa sobre asuntos que yo mismo puedo probar completamente. Además, se ha de tener en mente que una mujer, aunque estuviese dotada de cualidades morales e intelectuales, que por desgracia me veo obligado a confesar que bajo ningún concepto es el caso de la viuda de mi difunto hermano, nunca puede ser capaz de supervisar adecuadamente la educación de un niño tan pronto haya superado la edad de nueve años. Cierto es que su viuda fue nombrada por mi hermano cotutora, pero esto se hizo en un codicilo añadido cuando estuve ausente hora y media, es decir, sin mi conocimiento y a mis espaldas… 
Finalmente, el tribunal dio la razón a Beethoven el 9 de enero de 1816 y el día 19 acudió allí a prestar juramento como tutor único de su sobrino, que fue separado de su madre. Beethoven se encontró de esta manera con la responsabilidad de criar y educar a un niño, algo que difícilmente cuadraba con su modo de vida y que sería aún más complicado a causa de su sordera. 

Wenzel Tomašek nos traza un desolador cuadro de cómo vivía el compositor apenas un año antes, mientras se hallaba atareado con la cantata Der glorreiche Augenblick. Tomašek acudió a visitarlo el 10 de octubre de 1814 y he aquí cómo describe lo que se encontró: 
El desdichado estaba especialmente duro de oído este día, de forma que había que gritarle más que hablarle para ser entendido. El vestíbulo en el que me saludó estaba cualquier cosa menos espléndidamente amueblado y, por cierto, tan desordenado como sus cabellos. Aquí encontré un piano vertical y en su atril el texto de una cantata de Weissenbach; sobre las teclas yacía un lapicero con el que había esbozado su obra, y a su lado, en una hoja de papel pautado llena de garabatos, encontré numerosas ideas divergentes, trazadas de forma inconexa, los detalles individuales más heterogéneos codo con codo, tal y como le habían llegado a la mente… 
En su segunda visita, el 24 de noviembre, la impresión no fue mucho mejor: 
Me anunció su criado y se me admitió en seguida. Si su hogar había presentado una apariencia desordenada cuando lo visité por primera vez, ahora era mucho peor. En la habitación de en medio encontré dos copistas que estaban copiando su cantata; en la segunda habitación cada silla y casa mesa estaban cubiertas por fragmentos de partituras que Umlauf, a quien Beethoven me presentó, estaba probablemente corrigiendo. 
¡Y en este hogar es donde iba a llegar ahora un niño de poco más de nueve años de edad! 

Antes de seguir adelante, me parece necesario detenerme en un aspecto fundamental, que no es otro que la relación de Beethoven con su sobrino y las cuestiones psicológicas e incluso psicoanalíticas que la rodearon. Es evidente que Beethoven encontró en la asunción de la tutela de Karl el modo de colmar su deseo de formar una familia, un deseo que siempre había chocado con lo inalcanzable de las mujeres a las que se había acercado con esa idea. Y también es evidente que su actitud hacia el muchacho, que alternaba entre una ternura excesiva y una también excesiva severidad, unida a la aversión por su cuñada y el uso del muchacho como arma arrojadiza en los largos años de pleitos, provocaron en Karl un efecto devastador, que culminaría en un intento de suicidio. Los biógrafos han tratado estos hechos de diferente manera, unos más benevolentes con el compositor, justificando todos sus actos dado que el fin era mitigar lo más posible la influencia de una madre perversa en un niño, y otros acusando a Beethoven de todo tipo de malas actuaciones y tildándolo poco menos que de loco (y esto en el mejor de los casos). En este sentido, fue todo un terremoto la aparición, en 1954, del libro de los psicoanalistas Richard y Editha Sterba, Beethoven and His Nephew: A Psychoanalytical Study of Their Relationship («Beethoven y su sobrino: un estudio psicoanalítico de su relación»). Otro psicoanalista y biógrafo de Beethoven, Maynard Solomon, ha analizado a fondo la tesis de los Sterba y la ha rebatido. Donde los austriacos veían veladas tendencias homosexuales que tenían su salida en su excesiva devoción por su hermano y, tras su muerte, en la especie de «amor maternal» exagerado que derramó sobre Karl, el americano recurre al concepto psicoanalítico de la «familia de fantasía», llena de sentimientos en conflicto que creó en los años que duró el pleito por la tutela, una familia que acabó desintegrándose por puro agotamiento. 

Dado que la presente es una «vida de Beethoven» que quiere basarse en documentos y presentar sencillamente los hechos que nos narran sin añadir adorno alguno, no está dentro de sus objetivos hacer un análisis psicológico de los personajes que la pueblan. Valga lo esbozado en el párrafo anterior para ello, como excepción ante esta importante cuestión del pleito sobre la tutela y la relación de Beethoven y Karl y, desde este momento, nos habremos de ceñir a lo que digan las cartas, cuadernos de conversación y otros testimonios. En cualquier caso, para quien sienta curiosidad quede como recomendación el mencionado libro de los Sterba y el ensayo citado de los Beethoven Essays de Solomon, donde realiza una meticulosa crítica de dicho libro y que además es complementario del capítulo 18 de su biografía de Beethoven («Beethoven y su sobrino»), al que también remito para profundizar sobre este asunto.

Muy poco después de esta primera victoria en los tribunales, en abril de 1816, escribió Beethoven el ciclo de canciones An die ferne Geliebte («A la amada lejana»), sobre poemas de Alois Jeitteles, ¿anhelando quizá una compañera para el tremendo viaje que acababa de comenzar?



9.11.20

Beethoven y el Congreso de Viena (Obertura "Namensfeier" Op. 115)

 


Beethoven y el Congreso de Viena

Titulé la cuarta parte de mi Vida de Ludwig van Beethoven como «Años de fama mundana y pleitos». Ya llegará el momento de tratar de los pleitos; comencemos con la fama mundana, que llegó sobre todo durante la celebración del Congreso de Viena. Así lo cuento en el libro (pp. 218-219):

El 31 de marzo de 1814 las potencias coaligadas habían entrado en París y Napoleón había abdicado en Fontainebleu unos días después. El Tratado de París, que ponía fin a la guerra, se firmó el 30 de mayo y estableció que se celebraría en Viena un congreso general al que se invitaría a todas las potencias implicadas en uno y otro bando, un congreso en el que se volvería a dibujar el mapa de Europa y, en gran medida, se pretendería restaurar el Antiguo Régimen eliminado años antes por la Revolución Francesa. Por lo tanto, la capital imperial se convertiría durante unos meses en el centro de Europa y en ella coincidirían varios jefes de estado, como el zar Alejandro I, el rey de Prusia Federico Guillermo III o los reyes de Sajonia y Dinamarca, todos ellos acompañados de sus correspondientes séquitos. El congreso duraría de septiembre de 1814 al 9 junio de 1815. Nueve días después de su clausura se produjo la batalla de Waterloo y, tras los «cien días», un Napoleón definitivamente derrotado tendría que partir hacia su destino final, la remota isla de Santa Elena, en medio del Atlántico Sur. 

Era esta, pues, una ocasión magnífica para que la carrera de Beethoven alcanzase un punto culminante. Al poco de llegar varios de estos jefes de estado, el lunes 26 de septiembre, se llevó a cabo una representación de Fidelio ante ellos, ocasión para la cual Beethoven, que estaba pasando el verano en Baden, volvió a la ciudad. El recién citado Aloys Weissenbach, médico de origen tirolés, estaba entre el público. También era sordo y por eso surgió entre ambos una simpatía que los llevó a compartir muchos momentos en esta época. Como ya hemos visto, Weissembach suministró a Beethoven el lisonjero texto de Der glorreiche Augenblick, que posiblemente fuese revisado por su amigo Karl Bernard antes de ponerle música. Sabemos que se estrenó ante los notables invitados del emperador el 29 de noviembre, en un concierto que también incluyó la Séptima Sinfonía y la inevitable Victoria de Wellington. El éxito fue apabullante; sin embargo, cuando se repitió el mismo programa el 2 de diciembre en un concierto a beneficio de Beethoven, la mitad de las localidades de la sala quedaron vacías. 

El conde Razumovsky asumió en el Congreso el papel de consejero del zar y fue él quien primero presentó a Beethoven a los dignatarios que se hallaban en la ciudad. El archiduque Rodolfo también asumió esta tarea. Fue por medio del conde, y en los aposentos del archiduque, donde Beethoven conoció a la zarina Isabel, para quien compuso la Polonesa para piano Op. 89. En la audiencia, la soberana obsequió con 50 ducados al compositor y, poco después, le entregó otros 100, en compensación por la dedicatoria a su esposo, el zar Alejandro I, de las sonatas para violín Op. 30, publicadas en 1803, por las que no había recibido reconocimiento alguno. Fue en un concierto que se celebró el 25 de enero de 1815 en conmemoración del 36º cumpleaños de la zarina donde Beethoven apareció posiblemente por última vez como intérprete, acompañando al cantante Franz Wild en su Adelaide

El hecho de que la audiencia con la zarina tuviese lugar en casa del archiduque Rodolfo y no en el magnífico palacio de Razumovsky, que había sido utilizado profusamente por el zar en los primeros meses del Congreso para sus recepciones, tiene su explicación: el 30 de diciembre de 1814 fue destruido por el fuego casi por completo, con todas las riquezas y obras de arte que contenía. A pesar de que fue reconstruido, gracias a un préstamo del propio monarca ruso, el ya príncipe Razumovksy (había sido elevado a tal rango unas semanas antes, el 24 de noviembre) nunca levantó cabeza; el nuevo palacio fue mucho más sobrio y, además, hubo otros efectos colaterales, como la disolución de su cuarteto de cuerda, lo cual llevó a Schuppanzigh a abandonar Viena poco más de un año después, en febrero de 1816. 

Esta fama y estos honores quizás azuzaron a Beethoven para emprender proyectos musicales de más entidad que todas esas banales piezas de circunstancias que había escrito en alabanza de los monarcas reunidos en el Congreso. Así, a principios de marzo de 1815 terminó una obertura que había comenzado a mediados de 1814 y empezado a pasar a manuscrito con el fin de estrenarla para la onomástica del emperador, el 4 de octubre. Sin embargo, se dejó de lado hasta el final del invierno. Se trata de la obertura Namensfeier o «para la onomástica», Op. 115.

Aquí tenéis esa obertura: