21.4.06

Los foros de música clásica en Internet (I)


Allá por junio de 2002 aparecía frecuentemente en la tele un anuncio de coches con una música que despertó mi curiosidad. Ante un misterioso trasfondo orquestal y coral, una mezzosoprano y un tenor cantaban un par de frases en un idioma ininteligible. Como mi curiosidad no tiene límites, me lancé a la Red en busca de respuestas. Lo que conseguí fue encontrar ForoClásico. Allí me registré como jaquino, un apodo que elegí deprisa y corriendo pero con cierta intención de situar tras él mi afición a Beethoven (es el nombre de uno de los personajes de Fidelio). Lo que comenzó como una tímida consulta (temí que me tratasen de ignorante para arriba esas gentes tan cultas y doctas en cuestiones musicales) se convirtió en una presencia que, con algun Guadiana por medio, sigue hasta la actualidad (mi apodo ahora es FrAbFr, proveniente del lema de Brahms: Frei aber Froh, "Libre, pero feliz").

El foro en principio funcionaba con cierta timidez: pocos mensajes, casi siempre hablando de versiones. Muchos wagnerianos (no en vano el origen del foro era Wagnermanía, una revista en Internet de obvio asunto con foro propio) y bastante paz.

Paz que se quebró a los pocos meses con la irrupción de lo que en Internet se llama un troll. Esto es, un usuario que sólo se dedica a reventar por medio del insulto, la descalificación o los mensajes sin contenido. Ahora sé que esto es bastante habitual en cualquier foro de la Red, dado que el anonimato es un buen refugio para aquellos que en la vida real no se atreverían a decir ni la centésima parte que espetan como trolls. Pero entonces me sorprendió bastante que en una comunidad que suponía compuesta por individuos muy educados como correspondería a aficionados a una música que se dice "culta" pudiera aparecer alguien que se dedicase a insultar de la forma más soez a los demás. Entonces yo era muy impresionable y aquello me afectó bastante. Quizá aún me lo tomaba demasiado en serio. Grave problema, a fe mía, el creer serio algo que no es más que un escape lúdico que muchos utilizamos para poder hablar de una afición que nadie comparte en nuestro entorno. Porque no sólo individuos frustrados en busca de desahogo he encontrado en esos foros, sino también adolescentes -y no tan adolescentes- solitarios en busca de alguien que les comprenda -no sólo musicalmente-, aunque sea tras la pantalla de un ordenador. Casos muy tristes.

Y, a pesar del tiempo transcurrido y de que, como digo, ya ni soy tan impresionable ni me lo tomo tan en serio, nunca han dejado de sorprenderme las muchas veces bizantinas disputas que surgen en éste y otros foros, pero en éste con especial virulencia (ignoro la razón). Gentes que son capaces de insultarse porque a uno le gusta una diva A y a otro la diva B. Porque a uno le gusta la obra C de Bach interpretada de una manera y al otro le gusta de otra (y añade que la suya es la que vale y la otra no, porque es fruto de la ignoracia y el desconocimiento). En definitivas por diferencias que sólo atañen al gusto personal de cada uno. Bien es cierto que hay quienes parecen considerar su gusto personal como la verdad absoluta, pero ni siquiera en esos casos creo que esté justificado llegar al insulto.

No quiere esto decir que se deba pretender que un foro sea una Arcadia en la que todo el mundo es muy bueno, todo el mundo quiere ayudar y todo el mundo se quiere mucho. Aunque no está de más predicar el "Flower-Power" (saludos, si lees esto), hay que tener en cuenta que el foro es igual que nuestra comunidad de vecinos. En ella hay unas normas que hay que respetar, pero nadie nos obliga a llevarnos de maravilla con todos. Habrá aquellos con los que nuestra relación sea más profunda, que entren en nuestra casa y nuestras vidas. Con otros simplemente nos saludaremos al cruzarnos en la escalera. Y a otros no los podremos ni ver. Pero al igual que no nos enzarzamos con estos últimos cuando hemos de pasar a su lado, tampoco habría que hacerlo en un foro. Bien, aquí lo dejo porque no es mi intención escribir sobre antropología (además de que carezco de conocimientos para ello).

En ForoClásico he encontrado gente estupenda, a muchos de los cuales he tenido la fortuna de conocer personalmente. No voy a nombrar a nadie para evitar olvidos, que siempre son injustos. Si ellos llegasen a leer esto, sabrán perfectamente quienes son. Y no puedo olvidarme de Román, su hacedor, persona de la que siempre digo que tiene las espaldas más anchas del Universo, pues él sigue y sigue manteniendo el foro a pesar de los improperios que día sí, día también, le llueven desde diferentes esquinas. También tuve la suerte de conocerle personalmente cuando su generosidad le llevó a invitarme a asistir a una representación del Sigfrido de Wagner en el teatro Real.

ForoClásico no fue el pionero en este mundo de los foros; hubo otros antes. Nombraré Mundoclásico porque lo conocí aunque no llegué a participar en él. Hoy es una revista bastante activa cuyo foro vegeta tristemente cuando en tiempos, y según me han contado gentes que allí escribieron, fue de los mejores, con un elevadísimo nivel. Una serie de tormentosos asuntos que no conozco bien y que no me interesan demasiado dio al traste con él. Hubo diversas escisiones de las que hablaré sólo de una, Clasiforo, que conocí gracias a uno de sus participantes, entonces conocido como Caltech, y en el que empecé a escribir cuando todavía no hacía dos años que lo llevaba haciendo en ForoClásico. Pero esta historia, bastante más compleja y que en cierto modo enlaza con mi trayectoria en ForoClásico, la dejaremos para otro capítulo.

7.4.06

Las sinfonías de Beethoven: la Séptima




Cuando a alguien que se considera a sí mismo "melómano" (no es mi caso) se le pregunta cuál es su sinfonía preferida de Beethoven muchas veces responde que la Séptima. No me resulta raro, porque es una de las cumbres del conjunto, pero muchas veces tengo la sensación de que esto se debe más bien a que la popularidad adquirida por la Quinta, la Novena o incluso la Tercera, impide que estos "melómanos" puedan compartir los gustos del vulgo. En definitiva, que sospecho que su elección de la Séptima se debe más a la negación de las otras que al verdadero gusto personal...

Más que nada porque la Séptima no es de las más interpretadas entre las sinfonías de Beethoven. No llega quizá al desdén que sufren las obras más tempranas, pero su lugar queda muy por debajo de Heroicas, Quintas, Pastorales y Corales. Sin embargo sí que se merecería estar a la misma altura, al menos en la programación de conciertos, que sus hermanas digamos "mayores".

Aunque Beethoven trabajó en ella fundamentalmente entre 1811 y 1812, ya hay bocetos de la obra en 1806 y 1808. El estreno tuvo lugar un día memorable: un concierto organizado por Mälzel, el ingeniero amigo de Beethoven que inventó el metrónomo, el 8 de diciembre de 1813. En esa misma sesión se estrenó una de las mayores tonterías que escribió Beethoven, La victoria de Wellington en la batalla de Vitoria, obra en la que intervenía un conjunto de autómatas ideado asimismo por Mälzel y que se llamaba algo así como "panharmonikon". Este concierto fue un gran éxito pero marcó el fin de una fructífera etapa y, lo que es peor, el comienzo de uno de los grandes bajones creadores de Beethoven, del que no se recuperó hasta al menos cinco años después. El editor vienés Steiner publicó la obra en 1816, con el número de opus 92 y una dedicatoria al conde Moritz von Fries, cuyo retrato está al comienzo de este texto. La dama del otro retrato es la emperatriz Isabel Alexeievna de Rusia, esposa de Alejandro I y que antes de asumir tan augusta identidad era la princesa alemana Louise de Baden. A ella dedicó Beethoven la reducción para piano de la partitura.

Sin duda se nota un gran cambio al escuchar esta obra con respecto a las anteriores: domina el ritmo. Esto llamó mucho la atención a los contemporáneos, que no percibían melodía en los movimientos extremos. Parece ser que el padre de Clara Wieck, tras asistir a una interpretación de la obra, dijo algo así como que esos dos movimientos no podían ser sino "la obra de un borracho". Sin embargo, el Allegretto fue desde el principio lo que se llama una "obra favorita". Tanto es así que cuando en París (ciudad en la que la música de Beethoven fue incomprendida durante casi todo el siglo XIX) se estrenó la Segunda sinfonía y consideraron que su Larghetto era inaceptable, eligieron el segundo movimiento de la Séptima como sustituto y... ¡el público pidió el da capo!

Wagner habló de esta obra como la "apoteosis de la danza", algo que casi se ha convertido en un tópico. Otros fueron aún más lejos, como un tal Müller de Bremen, que se inventó un programa completo que irritó a Beethoven cuando lo leyó (según Anton Schindler, así que habrá que tomar la historia con alfileres). Esa absurda sobreinterpretación, que parece de lo más absurdo y pueril, no se diferencia mucho de la de aquellos comentaristas que siempre ven "el tema de la obra tal, pero invertido" en el compás X de la obra Y. Pero eso daría para otro mensaje...

Como siempre, para terminar, la versionitis. Y como siempre, el Furtwängler de la guerra, con su Filarmónica de Berlín (1943) y con sus desajustes en los primeros acordes en el viento-madera. Szell y su orquesta de Cleveland (Sony, 1959) y Carlos Kleiber con la Filarmónica de Viena (DGG, 1975-76) completarían la terna de hoy, pero tal vez no la de mañana...