Beethoven y Goethe (I)
Se trata de dos figuras inmensas de la cultura germánica, en su época el mayor de los literatos y el mayor de los músicos. Era inevitable el encuentro y... el choque. Sigue un fragmento de mi Vida de Ludwig van Beethoven (pp. 174-177), donde se cuentan los primeros contactos entre ambos genios, promovidos por un personaje fascinante: Bettina Brentano:
Y luego estaba Bettina, la medio hermana de Franz, cuñada de Antonie y amiga de Goethe, que es muy importante en la biografía de Beethoven precisamente por constituirse en nexo de unión entre el gran compositor y el gran poeta. Y también es una fuente de información muy peligrosa, pues su fértil imaginación muchas veces adornó los documentos que ilustran su relación con nuestro protagonista y pasaron, aparentemente sin filtros, a las páginas de los biógrafos. Bettina publicó en 1835 un libro titulado Correspondencia de Goethe con una niña, en el que expone las cartas que presuntamente intercambió con la gran figura de la cultura germánica. Durante mucho tiempo se tomaron como una fuente importantísima de información no solo sobre Goethe, sino también sobre Beethoven, ya que en algunas de ellas describía de una forma muy vívida su primer encuentro y sus impresiones sobre el músico. El problema es que, cuando en 1921 aparecieron las versiones originales de estas misivas, se pudo comprobar que muchas de ellas habían sido reelaboradas, cuando no reescritas, de forma que en ellas daba su versión idealizada y romántica de sus héroes.
Bettina acudió a Viena a visitar a su hermanastro y a su cuñada, y poco después conoció a Beethoven. Quedó fascinada por su genio y quiso transmitir ese entusiasmo a su amigo Goethe. Su supuesta carta del 28 de mayo de 1810 (que es una de las reelaboradas) describe su primer encuentro con Beethoven poniendo en boca del músico algunas frases que podría o no haber dicho. Lo que lleva a algunos estudiosos a no rechazar categóricamente estos escritos como pura invención son algunos detalles, como por ejemplo esta frase: «Anoche escribí todo lo que había dicho; esta mañana se lo he leído. Comentó: “¿Dije yo eso? Bien, ¡entonces tuve un raptus!”» Ya conocemos desde la época de Bonn esta típica expresión de Beethoven, y difícilmente podría haberlo escrito Bettina si en verdad el músico no hubiese pronunciado ante ella esa palabra que quedaba tan relegada dentro de sus círculos más íntimos.
En la carta, Bettina dice que Beethoven le pidió que hablase de él a Goethe, que le contase sus ideas estéticas y filosóficas sobre la música porque estimaba que las entendería incluso mejor que él mismo y deseaba ser instruido por él. No se puede dudar de la admiración de Beethoven por Goethe; ya había puesto música a algunos de sus poemas y justo por esta época había recibido un encargo de mucha más entidad relacionado con el poeta. En los últimos meses de 1809 se proyectó la representación de dos importantes obras teatrales de dos grandes autores germánicos: el Guillermo Tell de Schiller y el Egmont de Goethe. La música para la pieza de Schiller se encargó al director y compositor del teatro de la corte, Adalbert Gyrowetz, y la de Goethe, a Beethoven. El estreno de Egmont estaba previsto para el 24 de mayo de 1810, pero la música de Beethoven no estuvo lista. Por tanto, debía de estar dándole los últimos retoques cuando conoció a Bettina. Finalmente se pudo escuchar en la representación del 15 de junio, para la que Beethoven además actuó como amable y paciente «preparador» de la joven actriz Antonie Adamberger, de 19 años, que fue quien desempeñó el papel de Klärchen y, por tanto, tuvo que interpretar los dos lieder de la obra de Beethoven sin ser cantante.
Si bien la carta de Bettina está rescrita y «adornada», la que sí es auténtica es la respuesta de Goethe:
Tu carta, amada niña, me llegó en un momento feliz. Te has molestado mucho en describirme una gran y hermosa naturaleza en sus logros y sus esfuerzos, sus necesidades y la superabundancia de sus dotes. Me ha dado gran placer aceptar este retrato de un espíritu verdaderamente grande. Sin desear en absoluto clasificarlo, aun así requiere una proeza psicológica resumir cuán de acuerdo estoy, mas no siento deseos de contradecir lo que puedo apreciar en tu apresurada explosión, por contra, preferiría de momento admitir un acuerdo entre mi naturaleza y lo que es reconocible en estas múltiples palabras. La mente humana ordinaria debería, tal vez, encontrar contradicciones en ella, mas ante aquello que exclama alguien poseído por tal demonio, un profano ordinario ha de mostrar su reverencia y es irrelevante si habla desde el sentimiento o el conocimiento, pues aquí los dioses trabajan esparciendo semillas para un futuro discernimiento y solo podemos desear que hayan procedido a su desarrollo sin que se les disturbe. Pero antes de que puedan generalizarse, las nubes que velan la mente humana han de dispersarse. Da a Beethoven mis más sinceros saludos y dile que con gusto haría sacrificios para conocerlo cuando un intercambio de pensamientos y sentimientos pudiera ser hermosamente provechoso; acaso podrías persuadirle de que hiciese un viaje a Karlsbad, donde yo acudo casi cada año y tendría mucho tiempo libre para escucharlo y aprender de él. Pensar en enseñarle algo sería una insolencia incluso para alguien con más entendimiento que yo, ya que él posee la luz guía de su genio que frecuentemente ilumina su mente como un relámpago mientras nosotros nos sentamos en la oscuridad y apenas sospechamos la dirección desde la que la luz del día romperá sobre nosotros.
Me daría una gran alegría que Beethoven me regalase las dos canciones mías que ha compuesto, pero escritas en limpio y completas. Estoy ansioso por escucharlas. Es uno de mis mayores placeres, por lo cual estoy muy agradecido, poseer esos antiguos humores de un poema como ese (como Beethoven dice muy correctamente) de nuevo surgidos en mí...
6 de junio de 1810.
Vemos que ya en esta carta Goethe sugiere que Beethoven acuda a Karlsbad, una ciudad balneario de Bohemia (hoy Karlovy Vary, en la República Checa), para que ambos pudieran encontrarse. Algo que sucedió, en efecto, dos años después, en el verano de 1812.
En cuanto a las tres cartas que supuestamente envió Beethoven a Bettina, publicadas en primer lugar en el periódico de Nuremberg Athanaeum für Wissenschaft, Kunst und Leben en 1839 y, después, por la propia Bettina en su novela Ilius Pamphilius un die Ambrosia (Leipzig, 1847-48), fechadas el 11 de agosto de 1810, el 10 de febrero de 1811 y el 15 de agosto de 1812, solo se puede considerar auténtica sin ningún lugar a dudas la segunda, que es la única de la que se conserva el manuscrito; tiene la peculiaridad de que en ocasiones Beethoven, como extasiado, recurre al familiar du para dirigirse a Bettina. Dice así:
Viena, 10 de febrero de 1811
¡Querida, querida Bettine! Ya he recibido dos cartas suyas y veo por su carta a Toni [Antonie Brentano] que aún me recuerda, y bastante favorablemente – Llevé su primera carta conmigo todo el verano y a menudo me hacía feliz. Incluso si no la escribo con frecuencia y aunque no me vea, escribo mil, mil veces mil cartas en mis pensamientos – Incluso si no hubiese leído lo que decía usted sobre ello, podía imaginar cómo se las está arreglado usted en Berlín con ese cosmopolita gentío: ¡¡¡hablando y charlando sobre arte, pero sin hechos!!! La mejor descripción de esto se halla en el poema de Schiller «Die Flüsse», donde habla el río Spree – Se va a casar usted, querida Bettine, o ya lo ha hecho, y no he podido verla ni una sola vez de antemano. Que toda la felicidad con que el matrimonio bendice a los casados vaya a usted y a su esposo – ¿Qué puedo decirle de mí? «Me compadezco de mi destino», grito con Juana [se trata de una cita de Jungfrau von Orleans, de Schiller]. Si se me conceden unos cuantos años más de vida, daré las gracias a la Divinidad, al Altísimo, por ello y por todo lo demás, bueno o malo – Si escribe a Goethe sobre mí, busque las palabras que le hablen de mi profunda veneración y admiración. Estoy a punto de escribirle sobre Egmont, a la que acabo de poner música sencillamente por el amor por sus poemas que me hacen feliz. Pero, ¿quién puede ser lo suficientemente agradecido con un gran poeta, la joya más preciosa de una nación? – Bien, nada más por ahora, querida, buena B[ettine]. Esta madrugada no he vuelto a casa hasta las cuatro desde una bacanal en la que realmente me vi obligado a reír mucho, de forma que hoy tendré que llorar casi lo mismo. El jolgorio excesivo muchas veces me hace encerrarme profundamente en mí mismo – En cuanto a Clemens [Brentano, hermano de Bettina], muchas gracias por su amable interés. En cuanto a la cantata, el asunto no es de excesiva importancia para nosotros aquí; sin embargo, en Berlín es diferente. En cuanto al afecto, la hermana tiene una parte tan grande de él que poco se dejará para el hermano. ¿Servirá para él? – Ahora todos mis mejores deseos, querida, querida B[ettine]. Te beso con pena en la frente y de esa forma te imprimo como un sello mis pensamientos para ti –
Escriba pronto, pronto y a menudo a su amigo
Beethoven
De entre la música de Beethoven inspirada en las obras de Goethe quizá la más célebre sea la que escribió para Egmont. Aquí tenéis su obertura.