(Portada de la Suite Romántica Op. 125)
VI - MEININGEN (1911-1915)
Ya hemos visto que la tradición musical de la orquesta de Meiningen era muy sólida; el trato diario con ella sirvió a Reger como acicate para componer música orquestal con un estilo que seguía numerosas direcciones diferentes, como buscando alternativas a la sinfonía y probando todas las posibilidades del tejido instrumental. Su estilo de orquestación se depuró y superó las poco manejables y colosales instrumentaciones de obras anteriores.
Uno de los primeros homenajes a su nuevo patrón, el duque Jorge, fue el Concierto en estilo antiguo, Op. 123, en el que revivió la vieja fórmula cortesana del concierto barroco. Con la Suite romántica Op. 125 (basada en poemas de Eichendorff, 1912) y los Cuatro poemas sinfónicos sobre pinturas de Arnold Böcklin, Op. 128 (1913) se alejó un tanto de su radical preferencia por la música absoluta al crear obras sinfónicas con un sonido sensual e impresionista basadas en elementos extramusicales.
La Suite romántica se tituló en un principio (y así está reflejado en el primer borrador de la obra), Tres estudios orquestales (Drei Orchesterstudien): Notturno, Effenspuk, Helios. Finalmente sólo mantuvo el primero de ellos, lo cual ha hecho que se resalte la influencia de Debussy, y más concretamente de sus Trois nocturnes, en esta obra. Más adelante Reger puso los tres poemas de Eichendorff al frente de cada uno de los movimientos.
Reger empezó a idear las piezas sobre pinturas de Böcklin en el otoño de 1912; a comienzos de julio de 1913 ya había terminado las dos primeras y las otras siguieron rápidamente, de manera que el 20 de julio la obra estaba terminada, con una dedicatoria al director Julius Buths. Para algunos fue un paso más hacia la sinfonía que nunca llegó a escribir.
La inspiración pictórica en la música no era nada nuevo, piénsese en los Cuadros de una exposición de Mussorgski (obra que probablemente no conocía Reger). Esta composición es en la que Reger más se acerca a la idea de poema sinfónico, a pesar de ser uno de los mayores defensores de la música absoluta, y curiosamente lo hizo en un momento en el que ya se estaba diluyendo la fiebre por la música programática de la mano de Schoenberg. Hay quien se lo ha tomado como la protesta de un Reger conservador ante esos nuevos aires musicales.
Arnold Böcklin (1827-1901) fue en su momento considerado como el mejor pintor de su tiempo, pero cuando Reger compuso su Op.128 estaba ya cayendo en el olvido (¿otro elemento de protesta?).
Poco después llegó la Suite de Ballet, Op. 130, en la que mostró su intención de crear una obra “infinitamente graciosa”, una delicada pieza de música para melómanos. Muestra que el siempre severo Reger también tenía su lado soleado; el público la recibió con entusiasmo unánime cuando se estrenó en Bremen en octubre de 1913: por fin el cromático Reger había compuesto algo digno de escucharse... Se habló de un punto de inflexión en su composición para la orquesta y se dio la bienvenida a los atractivos sonidos, la orquestación transparente y la “alegría de vivir” que nunca caía en la banalidad. Pero esta obra es única estilísticamente entre todas las de Reger.
Reger se había preparado a conciencia para mantener e incluso elevar la calidad de una orquesta con tanta historia a sus espaldas; la interpretación de las obras propias citadas y otras fueron prueba de ello. Las sinfonías de Brahms se convirtieron en piedras angulares de su repertorio si bien, para disgusto de los devotos del compositor de Hamburgo, especialmente Fritz Steinbach, Reger retocaba diversos aspectos y detalles de las partituras.
En noviembre de 1911 se celebró un nuevo festival Reger en Karlsruhe, donde logró un doble triunfo, como compositor y como director con su orquesta. La actividad al frente de ella fue, como cabe esperar, frenética y Reger se vio obligado a componer sólo en los meses de verano.
Cuando su primera temporada en Meiningen llegaba a su fin, Reger volvió a interesarse en la canción orquestal y en marzo de 1912 finalizó An die Hoffnung, Op. 124, basada en un texto de Hölderlin, que se sitúa en la tradición wagneriana de largos monólogos finales. Está dedicada a la contralto Anna Erler-Schnaudt, que cantó la parte solista en el estreno de la obra, en Eisenach, el 12 de octubre de 1912. Por una vez, Rudolf Louis escribió una buena crítica, después de la presentación muniquesa de la canción el 6 de enero de 1914:
En abril de 1913, inauguró con la orquestación de Memnon de Schubert una serie de 45 arreglos que hará en los últimos años de su vida como espléndidos acompañamientos de lieder románticos.
Lo frenético de sus giras (sólo en la temporada 1912/13 dio 106 conciertos) se explica en parte por lo constreñido que se sentía en la provinciana corte, además de que en esos viajes obtenía siempre una acogida entusiasta. En Heidelberg, sede de un nuevo festival Bach-Reger, alcanzó uno de los puntos culminantes de su fama y se le llegó a aclamar como un Bach moderno.
Un largo receso en su producción para órgano se rompió cuando recibió el encargo de una obra para la inauguración del gran órgano de la sala de conciertos de Breslau. El resultado fue la Introducción, passacaglia y fuga en mi menor Op. 127, dedicada a su amigo Straube. La celebración de Breslau fue impresionante e incluyó un recital Bach a cargo de Straube y una interpretación de la 8ª sinfonía de Mahler. El 24 de septiembre de 1913 Straube estrenó la obra, en un programa que incluía además composiciones de Byrd, Banchieri, Zipoli, Liszt, Buxtehude, Pachelbel y Franck. La crítica estuvo dividida; para algunos era una obra extraña y demasiado disonante, otros se vieron impresionados por el estilo maduro de Reger, con su gran dominio del contrapunto y su “salvaje” experimentación armónica. Todos coincidieron en que era excesivamente larga (al parecer Straube invirtió 40 minutos en su interpretación).
No paró ahí Reger; tras unas muy necesarias vacaciones en Kolberg an der Ostsee, a finales del verano de 1913, compuso las Nueve piezas para órgano Op. 129, dedicadas a su amigo Hans von Ohlendorff, organista y además tutor de sus dos hijas adoptivas.
El alcohol, a pesar de la promesa dada en Berlín, se acabó convirtiendo de nuevo en un refugio para Reger a causa del exceso de trabajo. En febrero de 1914 sufrió un ataque en Hagen tras un concierto y se vio obligado a cancelar todos los que le quedaban pendientes; finalmente tuvo que presentar la renuncia a su cargo, lo que se vio retrasado por la muerte de Jorge II el 25 de junio de 1914 y por el estallido de la primera guerra mundial.
De todos modos, el nuevo duque, influido por su esposa, disolvió la orquesta y despidió a todos los músicos que no tuvieran contrato permanente. Reger salió de Meiningen bastante harto por el contacto con la burocracia y por la arrogancia y la cortedad de miras de los cortesanos. En abril de 1915 dijo a un amigo de Jena:
Tras su ataque y después de ser incapaz de escribir una sola nota durante cuatro semanas, Reger pasó un tiempo recuperándose en un sanatorio de Meran (desde donde escribió al duque Jorge pidiendo el relevo de su puesto) y, a pesar de tener prohibido trabajar, compuso algunas obras “de convalecencia” (según sus propias palabras), como una serie de “muy simples, infantilmente fáciles” preludios corales, himnos y algunas obras para violín solo (los Preludios y fugas Op. 131a) o dos violines (los Tres dúos Op. 131b), siguió orquestando lieder suyos y de Schubert y, tras unas posteriores vacaciones en Berchtesgaden, concibió la que quizá sea su obra más popular, las Variaciones y fuga sobre un tema de Mozart, Op. 132. Reger había ido poco a poco desarrollando una gran admiración por el genio de Salzburgo, a pesar de ciertas reticencias iniciales. Muestra clara de ello son estas palabras que escribió a Straube el 16 de julio de 1904:
Finalmente llegó a decir que Mozart “era la mayor maravilla musical que el mundo había visto”.
Utilizando como base un tema del primer movimiento de la Sonata en la mayor KV 300i/331 (sobre el que el propio Mozart había escrito variaciones), compuso su Op. 132. La obra se estrenó en Wiesbaden el 8 de enero de 1915 con el propio compositor dirigiendo la Kurorchester. Reger hizo hincapié en la absoluta claridad de esta música en contraposición con lo innatural, extravagante y excéntrico (Unnatur, Verschrobenheit und Verstiegenheit) de alguno de sus contemporáneos y la consideró una respuesta a la “anarquía musical” reinante. En febrero se repitieron interpretaciones de la pieza en Múnich, Berlín, Heidelberg y Frankfurt. Esta dedicada “a la memoria” (zur Erinnerung) de la disuelta orquesta de Meiningen. Sobre esta obra escribió Reger:
Los citados Tres dúos para dos violines Op. 131b “en estilo antiguo”, una muestra de la “relajación intelectual” de este periodo de recuperación, los escribió directamente en el papel pautado, sin bocetos, entre el 12 y el 22 de abril de 1914, aprovechando los días de lluvia o los descansos entre paseos.
Bastante recuperado, y en medio de sus vacaciones de verano, se vio sorprendido por la guerra. Estaba en plena fiebre creadora; en el primes mes de conflicto finalizó el Cuarteto con piano Op. 133, las Variaciones Telemann, para piano, Op. 134 y la canción orquestal Hymnus der Liebe, Op. 136, sobre un texto de Jacobowski. Anunció la composición de este Op. 136 a Anna Erler-Schanudt de la siguiente manera:
El Cuarteto Op. 133 fue una de las primeras obras en las que llevó a cabo una simplificación estilística que llegaría a su culminación con el Quinteto para clarinete Op. 146. Lo compuso a la par de las Variaciones Mozart, en el verano de 1914.
A finales de septiembre al fin pudo volver al trabajo normal, esta vez en su propia casa, y a sus clases en Leipzig. Por entonces informó a Straube de que estaba escribiendo obras para violonchelo solo, un género que nunca había abordado. Añadió:
Las Tres suites para violonchelo solo, Op. 131c enlazan por su forma directamente con las de su ídolo Bach. Su escala es mucho menor, pero el vínculo queda claro por las tonalidades elegidas por Reger para las dos primeras: sol mayor y re menor, igual que Bach. La dedicatoria de Reger fue para los mejores violonchelistas que él conocía: la primera para el amigo Klengel y las otras dos para Hugo Becker y Paul Grümmer.
Más o menos a la vez aparecieron sus Tres suites para viola sola Op. 131d, las primeras obras importantes de este tipo (más adelante Hindemith, virtuoso del instrumento que reconoció que sin Reger él no habría podido desarrollar su arte musical, también compondría piezas similares). Son más breves y sencillas que las escritas para violonchelo, con un diseño ternario en sus movimientos más conciso que el de obras anteriores. Reger no las pudo escuchar: el estreno tuvo lugar en la Bechstein Saal de Berlín el 9 de octubre de 1917, con Else Mendel-Oberüber como intérprete.
Con su Obertura patriótica, Op. 140, dedicada al ejército alemán, pareció caer en la euforia bélica general, no obstante esta obra, basada en canciones populares alemanas, es una rareza en su producción, ya que Reger no contribuyó de ninguna manera a las demostraciones patrióticas que sí realizaron otros artistas alemanes (y al esfuerzo de guerra sólo aportó, de mala gana, un trabajo voluntario como auxiliar en inspecciones militares). Tanto es así que, sin haber terminado aún la obertura, emprendió la composición de un Réquiem sobre el texto latino tradicional que deseaba dedicar a los soldados muertos. La noticia de que esta expresiva obra, concebida en gran escala, iba a ser rechazada, lo cual supo por medio de Straube, no sólo hizo que la dejase inconclusa (sólo finalizó el primer movimiento, Totenfeier y se detuvo en el Dies irae, lleno de visiones apocalípticas; reutilizó parte del material en el llamado Réquiem Hebbel), sino que cayese en una crisis creadora sin precedentes que le impidió escribir una sola nota hasta marzo de 1915, una vez trasladado a Jena.
Ya hemos visto que la tradición musical de la orquesta de Meiningen era muy sólida; el trato diario con ella sirvió a Reger como acicate para componer música orquestal con un estilo que seguía numerosas direcciones diferentes, como buscando alternativas a la sinfonía y probando todas las posibilidades del tejido instrumental. Su estilo de orquestación se depuró y superó las poco manejables y colosales instrumentaciones de obras anteriores.
Uno de los primeros homenajes a su nuevo patrón, el duque Jorge, fue el Concierto en estilo antiguo, Op. 123, en el que revivió la vieja fórmula cortesana del concierto barroco. Con la Suite romántica Op. 125 (basada en poemas de Eichendorff, 1912) y los Cuatro poemas sinfónicos sobre pinturas de Arnold Böcklin, Op. 128 (1913) se alejó un tanto de su radical preferencia por la música absoluta al crear obras sinfónicas con un sonido sensual e impresionista basadas en elementos extramusicales.
La Suite romántica se tituló en un principio (y así está reflejado en el primer borrador de la obra), Tres estudios orquestales (Drei Orchesterstudien): Notturno, Effenspuk, Helios. Finalmente sólo mantuvo el primero de ellos, lo cual ha hecho que se resalte la influencia de Debussy, y más concretamente de sus Trois nocturnes, en esta obra. Más adelante Reger puso los tres poemas de Eichendorff al frente de cada uno de los movimientos.
Reger empezó a idear las piezas sobre pinturas de Böcklin en el otoño de 1912; a comienzos de julio de 1913 ya había terminado las dos primeras y las otras siguieron rápidamente, de manera que el 20 de julio la obra estaba terminada, con una dedicatoria al director Julius Buths. Para algunos fue un paso más hacia la sinfonía que nunca llegó a escribir.
La inspiración pictórica en la música no era nada nuevo, piénsese en los Cuadros de una exposición de Mussorgski (obra que probablemente no conocía Reger). Esta composición es en la que Reger más se acerca a la idea de poema sinfónico, a pesar de ser uno de los mayores defensores de la música absoluta, y curiosamente lo hizo en un momento en el que ya se estaba diluyendo la fiebre por la música programática de la mano de Schoenberg. Hay quien se lo ha tomado como la protesta de un Reger conservador ante esos nuevos aires musicales.
Arnold Böcklin (1827-1901) fue en su momento considerado como el mejor pintor de su tiempo, pero cuando Reger compuso su Op.128 estaba ya cayendo en el olvido (¿otro elemento de protesta?).
Poco después llegó la Suite de Ballet, Op. 130, en la que mostró su intención de crear una obra “infinitamente graciosa”, una delicada pieza de música para melómanos. Muestra que el siempre severo Reger también tenía su lado soleado; el público la recibió con entusiasmo unánime cuando se estrenó en Bremen en octubre de 1913: por fin el cromático Reger había compuesto algo digno de escucharse... Se habló de un punto de inflexión en su composición para la orquesta y se dio la bienvenida a los atractivos sonidos, la orquestación transparente y la “alegría de vivir” que nunca caía en la banalidad. Pero esta obra es única estilísticamente entre todas las de Reger.
Reger se había preparado a conciencia para mantener e incluso elevar la calidad de una orquesta con tanta historia a sus espaldas; la interpretación de las obras propias citadas y otras fueron prueba de ello. Las sinfonías de Brahms se convirtieron en piedras angulares de su repertorio si bien, para disgusto de los devotos del compositor de Hamburgo, especialmente Fritz Steinbach, Reger retocaba diversos aspectos y detalles de las partituras.
En noviembre de 1911 se celebró un nuevo festival Reger en Karlsruhe, donde logró un doble triunfo, como compositor y como director con su orquesta. La actividad al frente de ella fue, como cabe esperar, frenética y Reger se vio obligado a componer sólo en los meses de verano.
Cuando su primera temporada en Meiningen llegaba a su fin, Reger volvió a interesarse en la canción orquestal y en marzo de 1912 finalizó An die Hoffnung, Op. 124, basada en un texto de Hölderlin, que se sitúa en la tradición wagneriana de largos monólogos finales. Está dedicada a la contralto Anna Erler-Schnaudt, que cantó la parte solista en el estreno de la obra, en Eisenach, el 12 de octubre de 1912. Por una vez, Rudolf Louis escribió una buena crítica, después de la presentación muniquesa de la canción el 6 de enero de 1914:
La oda “An die Hoffnung”... cuya parte cantada fue espléndidamente interpretada por Anna Erler-Schnaudt, también consigue su efecto en primer lugar por la atmósfera y el magnífico tratamiento de la orquesta.
En abril de 1913, inauguró con la orquestación de Memnon de Schubert una serie de 45 arreglos que hará en los últimos años de su vida como espléndidos acompañamientos de lieder románticos.
Lo frenético de sus giras (sólo en la temporada 1912/13 dio 106 conciertos) se explica en parte por lo constreñido que se sentía en la provinciana corte, además de que en esos viajes obtenía siempre una acogida entusiasta. En Heidelberg, sede de un nuevo festival Bach-Reger, alcanzó uno de los puntos culminantes de su fama y se le llegó a aclamar como un Bach moderno.
Un largo receso en su producción para órgano se rompió cuando recibió el encargo de una obra para la inauguración del gran órgano de la sala de conciertos de Breslau. El resultado fue la Introducción, passacaglia y fuga en mi menor Op. 127, dedicada a su amigo Straube. La celebración de Breslau fue impresionante e incluyó un recital Bach a cargo de Straube y una interpretación de la 8ª sinfonía de Mahler. El 24 de septiembre de 1913 Straube estrenó la obra, en un programa que incluía además composiciones de Byrd, Banchieri, Zipoli, Liszt, Buxtehude, Pachelbel y Franck. La crítica estuvo dividida; para algunos era una obra extraña y demasiado disonante, otros se vieron impresionados por el estilo maduro de Reger, con su gran dominio del contrapunto y su “salvaje” experimentación armónica. Todos coincidieron en que era excesivamente larga (al parecer Straube invirtió 40 minutos en su interpretación).
No paró ahí Reger; tras unas muy necesarias vacaciones en Kolberg an der Ostsee, a finales del verano de 1913, compuso las Nueve piezas para órgano Op. 129, dedicadas a su amigo Hans von Ohlendorff, organista y además tutor de sus dos hijas adoptivas.
El alcohol, a pesar de la promesa dada en Berlín, se acabó convirtiendo de nuevo en un refugio para Reger a causa del exceso de trabajo. En febrero de 1914 sufrió un ataque en Hagen tras un concierto y se vio obligado a cancelar todos los que le quedaban pendientes; finalmente tuvo que presentar la renuncia a su cargo, lo que se vio retrasado por la muerte de Jorge II el 25 de junio de 1914 y por el estallido de la primera guerra mundial.
De todos modos, el nuevo duque, influido por su esposa, disolvió la orquesta y despidió a todos los músicos que no tuvieran contrato permanente. Reger salió de Meiningen bastante harto por el contacto con la burocracia y por la arrogancia y la cortedad de miras de los cortesanos. En abril de 1915 dijo a un amigo de Jena:
Esas pequeñas ciudades –con la “corte” en la cima de todo y con tal preponderancia de lo militar en las relaciones sociales- son una ruina para un artista.
Tras su ataque y después de ser incapaz de escribir una sola nota durante cuatro semanas, Reger pasó un tiempo recuperándose en un sanatorio de Meran (desde donde escribió al duque Jorge pidiendo el relevo de su puesto) y, a pesar de tener prohibido trabajar, compuso algunas obras “de convalecencia” (según sus propias palabras), como una serie de “muy simples, infantilmente fáciles” preludios corales, himnos y algunas obras para violín solo (los Preludios y fugas Op. 131a) o dos violines (los Tres dúos Op. 131b), siguió orquestando lieder suyos y de Schubert y, tras unas posteriores vacaciones en Berchtesgaden, concibió la que quizá sea su obra más popular, las Variaciones y fuga sobre un tema de Mozart, Op. 132. Reger había ido poco a poco desarrollando una gran admiración por el genio de Salzburgo, a pesar de ciertas reticencias iniciales. Muestra clara de ello son estas palabras que escribió a Straube el 16 de julio de 1904:
Rezo todos los días: Que Dios Todopoderoso nos envíe un Mozart; tenemos necesidad extrema de él.
Finalmente llegó a decir que Mozart “era la mayor maravilla musical que el mundo había visto”.
Utilizando como base un tema del primer movimiento de la Sonata en la mayor KV 300i/331 (sobre el que el propio Mozart había escrito variaciones), compuso su Op. 132. La obra se estrenó en Wiesbaden el 8 de enero de 1915 con el propio compositor dirigiendo la Kurorchester. Reger hizo hincapié en la absoluta claridad de esta música en contraposición con lo innatural, extravagante y excéntrico (Unnatur, Verschrobenheit und Verstiegenheit) de alguno de sus contemporáneos y la consideró una respuesta a la “anarquía musical” reinante. En febrero se repitieron interpretaciones de la pieza en Múnich, Berlín, Heidelberg y Frankfurt. Esta dedicada “a la memoria” (zur Erinnerung) de la disuelta orquesta de Meiningen. Sobre esta obra escribió Reger:
Pensemos en el esplendor musical de las variaciones Mozart Op. 132, instrumentadas sin trombones, para lo que realmente es una pequeña orquesta... Las solas ideas generan la intensificación y no esos manchurrones de color.
Los citados Tres dúos para dos violines Op. 131b “en estilo antiguo”, una muestra de la “relajación intelectual” de este periodo de recuperación, los escribió directamente en el papel pautado, sin bocetos, entre el 12 y el 22 de abril de 1914, aprovechando los días de lluvia o los descansos entre paseos.
Bastante recuperado, y en medio de sus vacaciones de verano, se vio sorprendido por la guerra. Estaba en plena fiebre creadora; en el primes mes de conflicto finalizó el Cuarteto con piano Op. 133, las Variaciones Telemann, para piano, Op. 134 y la canción orquestal Hymnus der Liebe, Op. 136, sobre un texto de Jacobowski. Anunció la composición de este Op. 136 a Anna Erler-Schanudt de la siguiente manera:
Por una vez Vd. no encontrará aquí –gracias al Cielo- ni “ojos azules” ni “intervalos almibarados”.
El Cuarteto Op. 133 fue una de las primeras obras en las que llevó a cabo una simplificación estilística que llegaría a su culminación con el Quinteto para clarinete Op. 146. Lo compuso a la par de las Variaciones Mozart, en el verano de 1914.
A finales de septiembre al fin pudo volver al trabajo normal, esta vez en su propia casa, y a sus clases en Leipzig. Por entonces informó a Straube de que estaba escribiendo obras para violonchelo solo, un género que nunca había abordado. Añadió:
Una idea de locos, pero más válida educativamente con relación a la “castidad musical”.
Las Tres suites para violonchelo solo, Op. 131c enlazan por su forma directamente con las de su ídolo Bach. Su escala es mucho menor, pero el vínculo queda claro por las tonalidades elegidas por Reger para las dos primeras: sol mayor y re menor, igual que Bach. La dedicatoria de Reger fue para los mejores violonchelistas que él conocía: la primera para el amigo Klengel y las otras dos para Hugo Becker y Paul Grümmer.
Más o menos a la vez aparecieron sus Tres suites para viola sola Op. 131d, las primeras obras importantes de este tipo (más adelante Hindemith, virtuoso del instrumento que reconoció que sin Reger él no habría podido desarrollar su arte musical, también compondría piezas similares). Son más breves y sencillas que las escritas para violonchelo, con un diseño ternario en sus movimientos más conciso que el de obras anteriores. Reger no las pudo escuchar: el estreno tuvo lugar en la Bechstein Saal de Berlín el 9 de octubre de 1917, con Else Mendel-Oberüber como intérprete.
Con su Obertura patriótica, Op. 140, dedicada al ejército alemán, pareció caer en la euforia bélica general, no obstante esta obra, basada en canciones populares alemanas, es una rareza en su producción, ya que Reger no contribuyó de ninguna manera a las demostraciones patrióticas que sí realizaron otros artistas alemanes (y al esfuerzo de guerra sólo aportó, de mala gana, un trabajo voluntario como auxiliar en inspecciones militares). Tanto es así que, sin haber terminado aún la obertura, emprendió la composición de un Réquiem sobre el texto latino tradicional que deseaba dedicar a los soldados muertos. La noticia de que esta expresiva obra, concebida en gran escala, iba a ser rechazada, lo cual supo por medio de Straube, no sólo hizo que la dejase inconclusa (sólo finalizó el primer movimiento, Totenfeier y se detuvo en el Dies irae, lleno de visiones apocalípticas; reutilizó parte del material en el llamado Réquiem Hebbel), sino que cayese en una crisis creadora sin precedentes que le impidió escribir una sola nota hasta marzo de 1915, una vez trasladado a Jena.