Karoline Unger
El estreno de la Novena Sinfonía
Se trató de uno de los grandes éxitos de nuestro compositor. Así os lo cuento en mi Vida de Ludwig van Beethoven (pp. 302-306):
Convencido, pues, de que sus obras se tendrían que presentar en Viena, Beethoven encomendó a Schindler la farragosa tarea de encontrar un local y unas condiciones adecuadas para que el concierto tuviese lugar, aunque en la organización del evento también desempeñaron importantes papeles Lichnowsky, Nikolaus Johann e incluso Karl, en estos dos últimos casos para gran disgusto de Schindler. La primera idea fue utilizar el Theater an der Wien, que parecía el más adecuado por su tamaño para el evento. El conde Pálffy, su dueño, aceptó alquilarlo en unas condiciones bastante ventajosas que hacían de Beethoven por 1.200 florines el «amo y señor» del teatro, su orquesta y su coro, en palabras de Schindler. Sin embargo, no contento con esto, el compositor quiso además imponer su propio director musical y su maestro concertador. Los del teatro eran Ignaz von Seyfried y Franz Clement, y Beethoven quería a Umlauf y Schuppanzigh. Parece ser que Pálffy no tenía inconveniente en que se retirase Seyfried, pero no consintió que se sustituyese a Clement, al menos si Beethoven no se dignaba mandarle una nota que preservara su orgullo profesional como músico; pero ni aun así Clement parecía estar dispuesto a ponerse a las órdenes de Schuppanzigh.
Por tanto, hubo que buscar otras opciones. Aunque se consideraron la Redoutensaal y (por consejo del editor Steiner) la Landständischer Saal, un pequeño local para unos 500 espectadores donde se celebraban los Concerts spirituels, Schindler acabó hablando con Duport, gerente del teatro Kärntnertor; aquí no había problema con los cambios de director y concertador, pero las condiciones eran peores para el compositor. Sin embargo no había otra opción. A estos problemas se unía la tradicional indecisión de Beethoven que, siempre en palabras de Schindler, «un día se oponía a vender las entradas de los palcos y de orquesta por suscripción, al día siguiente aprobaba la venta; un día quería al barítono Farti (el único capaz de cantar la parte del bajo en el último movimiento de la sinfonía tal y como estaba escrita) y al día siguiente prefería al bajo profundo Preisinger, aunque su rango no se extendía más allá del re sobre el pentagrama y no podía alcanzar el mi y el fa sostenido escritos en la parte, y así». A esto se unieron exigencias de Duport sobre el número de ensayos tanto del coro como de la orquesta y otras nimiedades como, por ejemplo, el intento de Beethoven de subir los precios habituales, algo que no consiguió a pesar de las gestiones de Duport ante la policía.
Schindler cuenta también que para que se decidiera, urdió una treta con Lichnowsky y Schuppanzigh para que al fin tomase una decisión. Se encontraron con él como si fuese por azar, le hicieron expresar su opinión, uno de ellos la anotó medio en serio medio en broma y luego le dieron a firmar el texto. Beethoven se dio cuenta, montó en cólera y escribió estas tres célebres notas:
No me visite más. No voy a dar un concierto. B – vn
Le exijo que no venga de nuevo hasta que le envíe aviso de hacerlo. No habrá concierto. B – n
Desprecio lo que es falso – No me visite más. No habrá concierto – B – vn
Por si estos problemas fueran pocos, se añadió la censura. Se pusieron objeciones al título «Misa» y a que se cantasen los textos en latín. Beethoven tuvo que escribir a Franz Sartori, jefe de la oficina de censura diciéndole que las obras se habían copiado ya y que no había tiempo de preparar otras que las sustituyesen. Añadía, además, que «en cualquier caso solo se van a interpretar tres obras de iglesia que, además, se llaman himnos». El conde Lichnowsky finalmente hubo de apelar al jefe de la Policía, conde Seldnitzky, que por fin dio su aprobación.
Por tanto, por fin se pudo dar el concierto, que se fijó para el 7 de mayo. He aquí lo que decía el programa oficial:
GRAN
CONCIERTO MUSICAL
de
HERR L. van BEETHOVEN
que tendrá lugar
Mañana, 7 de mayo de 1824
en el R. e I. Teatro de la Corte detrás de la Kärnthnerthor
Las piezas musicales que se interpretarán son las últimas obras de Herr Ludwig van Beethoven
Primero: Una gran Obertura
Segundo: Tres grandes Himnos con voces solistas y coro.
Tercero: Una gran Sinfonía con voces solistas y coro entrando en el finale sobre la Oda a la Alegría de Schiller.
Las partes solistas las interpretarán las Demoiselles Sontag y Unger y los Herren Haizinger y Seipelt. Herr Schuppanzigh ha asumido la dirección de la orquesta. Herr Kapellmeister Umlauf la dirección de todo el conjunto y la Sociedad Musical el refuerzo de los coros y la orquesta como favor.
El mismo Herr Ludwig van Beethoven participará en la dirección general
Precios de entrada, los habituales.
Comienzo a las 7 en punto de la tarde.
La obertura fue la Op. 124, La consagración de la casa y los tres «himnos», el Kyrie, el Credo y el Agnus Dei de la Misa. El teatro se llenó; solo hubo una significativa ausencia: la de la familia imperial, aunque Beethoven y Schindler habían ido personalmente a invitarlos. Los emperadores se habían marchado de Viena unos días antes y el archiduque Rodolfo, lógicamente muy interesado, no pudo asistir por hallarse en Olmütz.
Desde el punto de vista artístico, el concierto fue un gran éxito, a pesar de que la interpretación estuvo lejos de ser perfecta, seguramente a causa de la escasez de ensayos. El aplauso fue atronador. El compositor, como es lógico, no podía oír la ovación, y Karoline Unger hubo de tirarlo de la manga para que se diera cuenta, se volviese ante el público y la recogiese. En este sentido es más que elocuente la crítica que apareció en la Allgemeine Musikalische Zeitung, que cita Schindler en su biografía:
Dónde podría encontrar las palabras para hablar a mis lectores de estas obras maestras cuya grandeza trascendió una interpretación que dejó mucho que desear, especialmente en la sección vocal, ya que tres ensayos fueron inadecuados para una obra que ofrece dificultades tan extraordinarias, mientras que la expresión de la imponente fuerza general, el equilibrio de luces y sombras, una perfecta seguridad de entonación y sutiles sombras de color fueron casi imposibles. Sin embargo, el impacto fue indescriptiblemente maravilloso y potente; se aclamó con gritos entusiastas elevados al maestro desde corazones desbordados, ¡pues su genio inagotable nos había abierto un nuevo mundo y desvelado mágicos secretos inauditos e insospechados de música divina!
Sin embargo, desde el punto de vista económico el éxito no fue tan parejo. Descontando los gastos de alquiler del teatro, de copiado, etc., le quedaron a Beethoven 420 florines con los que aún tenía que sufragar alguna otra cosa. La reacción de Beethoven fue típica; invitó a cenar a Schindler, a Umlauf y a Schuppanzigh en el restaurante «Zum wilden Mann», del Prater, donde acudió en compañía de su sobrino, con semblante sombrío. Apenas empezada la colación, explotó, acusando injustamente a Schindler y a Duport de haberlo engañado. Se le intentó convencer de que aquello era imposible, ya que en todo momento las cuentas habían estado controladas y habían cuadrado perfectamente. Sin embargo, él insistió apoyándose en una presunta «fuente fiable» que probablemente no era otra que su hermano. Ante esto, Umlauf y Schindler se marcharon de inmediato; Schuppanzigh se quedó para intentar, infructuosamente, calmar al airado compositor, pero acabó yéndose también, seguro que con alguna pulla adicional.
La ilustración musical tiene su aquel. Se trata de los últimos cuatro minutos y pico de una Novena que se interpretó en abril de 1942. Parece mentira que una obra que trata de la hermandad humana, que habla de que bajo la chispa divina de la alegría, bajo su magia todos seremos hermanos, se utilizase para conmemorar el cumpleaños de alguien como Adolf Hitler, pero así fue. Wilhelm Furtwängler dirigió a la Filarmónica de Berlín y en la filmación vemos jerarcas nazis, heridos de guerra y, al final, a Goebbels dando la mano al director. Hay quien dice que luego se la limpió...
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