Silueta de Fanny Giannatasio del Río
Fanny Giannatasio
Cuando Beethoven, tras la primera victoria en el pleito, se tuvo que hacer cargo de su sobrino por fin se debió de dar cuenta que su organización doméstica no era la más adecuada. Así que lo llevó a un internado, que regía Cajetan Giannatasio del Río en uno de los suburbios de Viena. Ahí entró en contacto con un personaje que siempre me ha parecido fascinante a la par que maltratado: Fanny Giannatasio. Tras el (largo) fragmento de la Vida de Ludwig van Beethoven (pp. 232-239) que sigue os hablaré un poquito más de ella:
Beethoven no podía por el momento ni concebir la idea de tener a su sobrino consigo en su casa, de modo que el 2 de febrero de 1816 lo ingresó en la escuela de Cajetan Giannatasio del Río, en la que permaneció por espacio de casi dos años. Se trataba de un pedagogo con ancestros españoles que desde 1798 regentaba junto con su esposa Katharina (Quenzer de soltera) una escuela privada para niños. Giannatasio había trabajado antes como tutor en casas aristocráticas, en Viena y también en Hungría, donde nacieron sus hijas Franziska (Fanny) y Maria Anna (Nanni), que en la época que tratamos tenían, respectivamente, 26 y 24 años.
Beethoven había visitado la escuela de Giannatasio el 16 de enero junto con Bernard, a quien ya conocemos como revisor del texto de Der glorreiche Augenblick y a quien Beethoven consultó repetidamente en estos años cuestiones relativas a su sobrino y a su educación.
La relación del compositor con la familia fue excelente, aunque con altibajos. En la época del Congreso habían alojado en su casa a Johann Friedrich Leopold Duncker, que había acudido a Viena como integrante del séquito del rey de Prusia Federico Guillermo III. Con toda probabilidad tuvo relación con Beethoven, aunque no hay pruebas documentales de ello, salvo la música que escribió para la pieza teatral Leonore Prohaska (WoO 96), consistente en un coro de guerreros, una romanza, un melodrama y una marcha fúnebre (orquestación del tercer movimiento de la Sonata para piano Op.26); Duncker quiso estrenar la obra, que trataba de una muchacha prusiana que se alistaba disfrazada de hombre en la guerra contra Napoleón y moría heroicamente en la batalla, pero no pudo, a buen seguro por la superabundancia de obras que trataban asuntos parecidos en la época (recordemos que incluso en el Egmont de Goethe hay una joven que, disfrazada de muchacho, marcha a la guerra).
El caso es que Duncker, gran admirador de Beethoven, inculcó en la familia Giannatasio un interés por el compositor que se vio muy avivado con la decisión de ingresar a su sobrino en su pensionado. Beethoven también debió de sentirse muy a gusto en el seno de esta familia, ya que se convirtió en asiduo visitante de su casa; además, ambas hijas tenían conocimientos musicales, tocaban el piano y cantaban, con lo cual podían ofrecer a su invitado entretenimientos musicales en los que en alguna ocasión él desempeñó el papel de acompañante.
Sin duda Beethoven disfrutaba de la compañía de ambas jóvenes. Él parecía preferir a la menor, Nanni, más extrovertida. Estaba prometida a Leopold von Schmerling, que era hermano de un miembro del Landrecht, Joseph von Schmerling, a quien Beethoven consultó en alguna ocasión cuestiones relativas a la tutela. La hermana mayor, Fanny, era más retraída, tal vez por un mal trago que acababa de pasar (la muerte del hombre del que estaba enamorada) y acabó desarrollando una dependencia emocional de Beethoven que al final casi se convirtió en secreto enamoramiento. Fanny mantuvo un diario donde expresó todos estos sentimientos, algunos de cuyos fragmentos fueron publicados por Ludwig Nohl en 1875, dos años después de la muerte de Fanny, con el título Eine stille Liebe zu Beethoven: Nach dem Tagebuch einer jungen Dame («Un amor silencioso de Beethoven: del diario de una joven dama»). Cuando se hallaba a la espera de la llegada de Karl a la escuela de su padre ya se sentía emocionalmente excitada:
Lo que tantas veces he deseado en vano, que Beethoven viniera a nuestra casa, finalmente ha ocurrido. Ayer por la tarde trajo a su pequeño sobrino para ver el Instituto y hoy ya está todo arreglado. No diré nada de mi infantil turbación. En mi cabeza bullían numerosos pensamientos y los auspicios eran tan desfavorables que he de ser excusada si estuve ausente. No puedo describir el gozo que siento al encontrarme, de esta forma, cerca de un hombre a quien honro tanto como artista y estimo tan elevadamente como hombre. Qué contenta estaría si realmente pudiéramos entablar una relación amistosa con Beethoven y si pudiera esperar que unas cuantas horas de su vida fuesen agradables para él – para él, que ha hecho desaparecer tantos nubarrones de mí. La intensa simpatía que siento por él en su triste situación es la razón principal para desearlo. (25 de enero de 1816).
Todo el día he estado ocupada con Beethoven, es decir, con la expectativa de la llegada de su sobrino, ya que me avergüenzo de mí misma, tanto más cuanto no encuentro la idea de Nanni y Leopold tan absurda como debiera. No puedo ni desearlo ni dejar de hacerlo y soy incapaz de creer que mi veneración por su genio disminuirá por un conocimiento más cercano del hombre. Mi estima por él ha de incrementarse si lo encuentro la mitad de genial y amable de lo que se ha presentado ante nosotros, lo cual, ante mis ojos, solo le hace más interesante de lo común. (30 de enero de 1816).
Y poco después de que Karl entrase en el pensionado, el 22 de febrero, escribió:
Unas cuantas palabras sobre la conversación de ayer por la noche. El aspecto de Beethoven me agrada enormemente. No puedo decir más, ya que apenas hablé con él. Anteayer estuvo con nosotros por la tarde y se ganó todos nuestros corazones. ¡La modestia y sinceridad de su disposición nos agradó extremadamente! La pena que su infeliz relación con la madre del niño angustia su espíritu. También me aflige a mí, ya que él es un hombre que tendría que ser feliz. ¡Ojalá se una a nosotros y, por nuestra cálida simpatía e interés encuentre paz y serenidad!
Al preguntarle padre por qué nos dejaba tan pronto cuando los niños estaban presentes, contestó que «su cara no estaba en armonía con las caras felices ¡y se sentía tan consciente de ello que no podía aguantarlo más!»
Temo mucho que en una prolongada e íntima relación con este hombre bueno y excelente llegaré a sentir por él algo más que una mera amistad y que experimentaré, como resultado, muchas horas intranquilas. Pero aguantaré todo, ya que solo yo tengo en mi poder hacer que su vida sea más brillante.
No se equivocaba en sus temores, ya que muy poco después, el 2 de marzo, confió lo siguiente a su diario:
¿Es eso verdad? Grité, tras una conversación con Nanni sobre Beethoven. ¿Ya es tan querido para mí que el consejo, entre risas, de mi hermana de no enamorarme de él me duele y perturba desmedidamente? ¡Pobre de mí! No he de permitirme a mí misma caer en tales pensamientos, aunque, después de todo, una vida dedicada a amar, incluso si implica unas cuantas horas lastimosas, es mejor, mucho mejor que permitir que el cálido corazón de una vegete en una vacía monotonía semejante a la muerte. Aun así, cuando le conozca mejor, ha de llegar a ser querido, muy querido para mí. Puede y tendría que serlo; ¿por qué pensar entonces en una unión más cercana que es imposible según me dice el sentido común?
¿Cómo puedo ser tan vana como para creer o imaginar que el poder de cautivar a un alma como la suya está reservado para mí? ¡Un genio así! ¡Y un corazón así! ¡Ah, sin duda! Un corazón noble como el suyo concuerda exactamente con mis anhelos.
En las primeras semanas de estancia de Karl en la escuela de Giannatasio, posiblemente su madre o algún enviado de ella tuvieron que intentar ponerse en contacto con el niño, para gran irritación de Beethoven, que envió varias cartas a Cajetan en las que le deja claro que ha consultado con el Landrecht para establecer que nadie pudiera ir a buscar al muchacho sin su consentimiento y que Johanna, a la que despectivamente tilda de «Reina de la Noche», nunca lo pudiera visitar en la escuela. Incluso consiguió que el tribunal emitiese una orden a tal efecto, según la cual, si Johanna quería ver a su hijo tenía que solicitárselo a Beethoven y solo si él estaba de acuerdo se indicaría dónde y cuándo podría tener lugar el encuentro. Giannatasio informó el 8 de marzo a Johanna que si deseaba ver a su hijo tendría que acudir a Beethoven para que este decidiese cómo y cuándo se realizaría la visita. De esta forma se inició un periodo que podríamos llamar de «tregua» en el pleito, lo cual no quiere decir que las relaciones entre los cuñados mejorasen en absoluto. Johanna intentó por todos los medios ver a su hijo, recurriendo al disfraz e incluso al soborno, lo cual desataba las iras de Beethoven; sin embargo, en mayo de 1817 llegaron a un acuerdo para que ella cediera la mitad de su pensión de viuda para ayudar a cubrir los elevados gastos que suponía la estancia de Karl en el internado. Las entradas números 158-160 del Tagebuch aluden a esta cuestión y muestran una especie de simpatía o de arrepentimiento hacia su cuñada:
La madre de Karl quería llegar a un acuerdo, pero su base era que se tenía que vender la casa, de lo cual se podía esperar que se pagasen todas las deudas, junto con la mitad de la pensión de la viuda, junto con lo que quedase de la venta de la casa, junto con el usufructo conjunto para las necesidades de Karl ella podría vivir no solo decentemente sino muy bien, ¡pero como la casa no se va a vender! Lo cual era la condición principal con la que se alcanzó el acuerdo, ya que se alegó que ya se había impuesto una ejecución sobre ella, así que ahora tengo que dejar de lado mis escrúpulos y puedo suponer, desde luego, que la viuda no se ha situado mal, lo cual le deseo de todo corazón. He cumplido con mi parte, oh, Señor.
Habría sido imposible sin herir los sentimientos de la viuda, pero no pudo ser. Y Vos, Dios Todopoderoso, veis dentro de mi corazón, sabéis que he descuidado mi propio bienestar en nombre de mi querido Karl, bendecid mi obra, bendecid a la viuda, por qué no puedo seguir plenamente mi corazón y, por tanto – la viuda –
Dios, Dios, mi refugio, mi roca, oh mi todo, ¡¡¡Vos veis en lo más profundo de mi corazón y sabéis cómo me duele tener que hacer sufrir a alguien por medio de mis buenas obras para mi querido Karl!!! Oh, escuchad, siempre Inefable, escuchadme, a vuestro infeliz, el más infeliz de los mortales.
En todo caso, Beethoven no parecía tener la idea de prolongar mucho tiempo la estancia de su sobrino como interno, como se desprende de la carta que envió a Giannatasio el 28 de julio de 1816:
Varias circunstancias me inducen a llevarme a Karl a vivir conmigo. Así, como tengo esto a la vista, permítame enviarle el pago del próximo cuatrimestre, al final del cual Karl dejará su internado – No atribuya este traslado a crítica desfavorable alguna hacia usted o hacia su respetable internado, sino adscríbalo a muchos otros factores urgentes relacionados con el bienestar de Karl. Es un experimento, y tan pronto lo haya comenzado le pediré que me ayude con sus consejos, de hecho, permitir a Karl visitar su internado de vez en cuando. Siempre le estaremos agradecidos, y, desde luego, nunca olvidaremos su atención y el excelente cuidado de su digna esposa, tales cuidados solo se pueden comparar a los de la mejor de las madres –
En esta misma carta menciona Beethoven la operación de hernia a la que fue sometido Karl el 18 de septiembre, llevada a cabo por el doctor Carl von Smetana, en casa de Giannatasio. En este sentido, advertía para que Johanna no se aprovechase de la situación de convalecencia del niño:
En lo que se refiere a la Reina de la Noche, los asuntos han de quedar como habían estado e incluso si la operación se debiera realizar en su casa, como estará indispuesto unos días y por lo tanto más susceptible e irritable, aún menos se ha de admitir que llegue a él ya que toda impresión podría fácilmente renovarse en K., lo que no podemos permitir. Cuán poca mejora podemos esperar de su caso lo muestra el insípido garabato adjunto que le envío solo para que vea cuánta razón tengo al cumplir el plan que contra ella se adoptó, pero esta vez no la contesté como un Sarastro sino como un sultán.
El caso es que la recuperación fue rápida, tanto que incluso pudo visitar a Beethoven en Baden, donde había ido en julio. Fue acompañado de casi toda la familia Giannatasio, algo que permitió que Fanny registrase en sus memorias los siguientes e interesantes pasajes en los que no solo describe la forma de vivir de Beethoven y su relación con los criados, sino que alude claramente a la dama a la que Beethoven escribió su apasionada carta de julio de 1812:
Mientras su sobrino aún estaba con nosotros, Beethoven nos invitó una vez a visitarlo en Baden, donde estaba pasando los meses estivales, a mi padre y a nosotras las dos hijas con Karl. Aunque se había informado a nuestro anfitrión de nuestra llegada pronto nos dimos cuenta de que no se había realizado preparativo alguno para nuestro alojamiento. B. fue con nosotros por la tarde a una taberna donde nos sorprendimos al notar que regateaba con el camarero sobre cualquier panecillo, pero esto era porque a causa de su mal oído con frecuencia le había engañado el personal de servicio. Pues incluso entonces había que estar muy cerca de su oído para hacerle comprender y recuerdo que muchas veces estaba muy apurada cuando tenía que abrirme paso por los cabellos encanecidos que ocultaban su oreja. Él mismo solía decir: «¡Tengo que cortarme el pelo!» Mirándolo por encima una pensaba que su pelo era áspero y erizado, pero era muy fino y cuando lo tocábamos con la mano quedaba revuelto en todas direcciones, lo que muchas veces quedaba cómico. (Una vez cuando vino notamos un agujero en el codo cuando se estaba quitando el abrigo; tuvo que acordarse de ello porque quiso ponérselo de nuevo pero dijo, riendo, quitándoselo completamente: «¡Ya lo han visto!»)
Cuando llegamos a su alojamiento por la tarde se propuso un paseo, pero nuestro anfitrión no nos acompañaría ya que se excusó diciendo que tenía mucho que hacer, pero prometió seguirnos y unirse a nosotros, lo cual hizo. Pero cuando volvimos a última hora de la tarde no se veía signo alguno de acomodación para nuestro alojamiento. B. masculló excusas y acusaciones contra las personas a quienes había encargado los preparativos y nos ayudó a acomodarnos; ¡oh, qué interesante fue mover un ligero sofá con su ayuda! Se despejó una estancia bastante grande donde estaba su pianoforte para que nosotras las chicas la utilizásemos como dormitorio. Pero el sueño permaneció mucho tiempo ausente de nosotras en este santuario musical. Sí, y he de confesar mi vergüenza por que nuestra curiosidad y deseo de saber cosas nos llevó a examinar una gran mesa redonda que estaba en la habitación. Llamó nuestra atención en particular un cuaderno de apuntes. Pero había tal confusión de asuntos domésticos, la mayoría de los cuales fueron ilegibles para nosotras que quedamos asombradas, pero he aquí que aún recuerdo un pasaje –así decía: «Mi corazón se exalta en la contemplación de la adorable naturaleza – ¡aunque ella no esté aquí!» –esto nos dio mucho que pensar. ¡Por la mañana un sonido muy prosaico nos sacó de nuestro poético ánimo! B. también apareció pronto con la cara arañada y se quejó de que estaba discutiendo con su criado que se marchaba, «vean», dijo, «¡cómo me ha maltratado!» Se quejó también de que estas personas, aunque sabían que no podía oír, no hacían nada por darse a entender. Después dimos un paseo hacia el hermoso Helenenthal, nosotras las chicas delante, luego B. y nuestro padre. Lo que sigue lo pudimos escuchar por encima con oídos atentos:
Mi padre pensaba que B. podía liberarse de sus desgraciadas condiciones domésticas solo con el matrimonio si conociese a alguien, etc. Entonces se confirmó nuestra sospecha: ¡era infeliz en el amor! Cinco años antes había conocido a una persona que si se hubiese unido con ella lo habría considerado como la mayor alegría de su vida. Pero no se podía pensar en ello, era casi imposible, una quimera –«sin embargo ahora es como el primer día». Esta armonía, añadió, ¡aún no la había descubierto! Nunca había llegado a la confesión, ¡pero no podía quitárselo de la cabeza! Entonces siguió un momento que sirvió para reparar muchos malentendidos y dolorosas conductas por su parte, pues agradeció la amistosa oferta de mi padre de ayudarlo en lo posible en sus problemas domésticos y yo creí que estaba convencido de su amistad por él. Nuevamente habló de su desgraciada pérdida de oído, de la desdichada existencia física que había soportado durante mucho tiempo. ¡Él (B.) estaba tan feliz en el almuerzo (al aire libre en el Helena) que su musa volaba sobre él! Frecuentemente se giraba y escribía algunos compases con el comentario: «Mi paseo con ustedes me ha costado algunas notas pero trae otras». Todo esto sucedió en septiembre del año 1816.
Si os pica la curiosidad, la podéis conseguir aquí. Os puedo decir que, a pesar del traslado de fecha y lugar y el cambio de profesión del genio sigue con mucha fidelidad los diarios de Fanny.
La ilustración musical de esta larguísima entrada no podía ser otra que la canción nupcial que escribió Beethoven para Nanni, la preferida de las hermanas para tortura de Fanny:
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