¿Será la dama de la derecha?
La «Amada Inmortal»
Estamos ante uno de los episodios que, con ser algo semejante a un cotilleo, ha hecho correr más ríos de tinta entre todo hijo de vecino que haya pretendido escribir sobre la vida de Beethoven. Y yo no iba a ser menos. He aquí lo que hablo del asunto de la carta a la «Amada Inmortal» (6-7 de julio de 1812) en mi Vida de Ludwig van Beethoven (pp. 193-198):
En realidad es una carta con dos posdatas, dirigida a una mujer desconocida y, posiblemente, jamás enviada. Fue encontrada tras la muerte de Beethoven en un cajón secreto de su escritorio, junto con dos retratos en miniatura; uno de ellos se ha identificado con bastante certeza como de Giulietta Guicciardi. El otro es probable que sea de esta esquiva mujer.
Desde la publicación de la carta, en la primera edición de la biografía de Beethoven por Schindler (1840), no ha habido estudioso de la vida del compositor que no haya querido lanzar su hipótesis sobre quién fue la dama a la que mandó esta declaración de amor y renuncia. El Apéndice F de la biografía de Thayer está dedicado a resumir todas estas teorías, desde la lanzada por Schindler en su biografía hasta mediados de los años cincuenta del siglo XX.
Sería excesivamente prolijo hacerse eco de todas ellas. Hoy en día se barajan ya solo tres nombres, los de Antonie Brentano, Josephine Deym (que por entonces era Josephine von Stackelberg) y Almérie de Esterházy.
La identificación de Antonie Brentano como la «Amada Inmortal» se debe a Maynard Solomon. En el capítulo 15 de su biografía de Beethoven detalla el casi detectivesco trabajo que lleva a cabo para llegar a su conclusión, que es apoyada hoy en día por una gran mayoría de estudiosos. Antonie Brentano cumple con todos los criterios para ser la dama con quien Beethoven se encontró en Praga y con cuyo lápiz le escribía una carta a «K.», que con toda seguridad es Karlsbad, donde, como hemos visto, estaban los Brentano. Por otra parte, ya sabemos que entre ambos había surgido una intensa corriente de simpatía: recordemos que Beethoven pasaba muchas tardes cerca del lecho de Antonie, enferma, consolándola con su improvisación al piano. Además, ella veía cerca el regreso a Fráncfort, una ciudad en la que no era feliz, y pudiera ser que eso le llevase a ver una relación con Beethoven como un modo de impedirlo y de quedarse en su querida Viena junto con un artista al que admiraba profundamente y al que quizá amaba. Significativamente, Beethoven le regaló en marzo de 1812, a petición de ella, el autógrafo de la canción An die Geliebte («A la amada»), WoO 140, que había escrito un par de meses antes.
Sin embargo, sabemos también por el incidente con los Bigot acaecido en 1807 que no entraba dentro de la moralidad de Beethoven intentar nada con una mujer casada: «uno de mis principios fundamentales es no tener relación alguna distinta a la amistad con la esposa de otro hombre. No deseo tener cualesquiera otras relaciones que llenen mi alma con recelo frente a aquella que un día tendrá que compartir su destino conmigo». No parece cuadrar mucho esto con que la apasionada carta del 6-7 de julio se enviase a una mujer casada con cuya familia, además, se iba a reunir pronto. Y no parece que las relaciones que tenía con esta familia llevasen a sospechas o recelos, ni Beethoven un hombre capaz de engañar a un amigo como Franz Brentano. Solo unos pocos días antes de salir de Viena, el 26 de junio, regaló a Maximiliane, hija de Franz y Antonie, el Trío para piano WoO 39. ¿Se corresponde una muestra de afecto así con un intento de destruir ese matrimonio?
Distinto es el caso de Josephine Deym. Vimos como su intensa relación con Beethoven acabó hacia finales de 1807 y cómo ella faltó bastante de Viena. También que en febrero de 1810 se casó de nuevo, con el barón Christoph von Stackelberg, al que había conocido durante su estancia en Suiza. Tuvieron tres hijas; el matrimonio fue desgraciado y se puede decir que terminó en 1815, cuando él se marchó a su Estonia natal llevándose consigo a sus hijas (ya estaban separados desde la primavera de 1813).
Por tanto, en este caso no había un matrimonio que destrozar, sino una mujer con quien Beethoven ya había tenido una relación y que podía buscar consuelo en él. Sin embargo, el problema con Josephine Deym es que no hay prueba documental alguna que la sitúe en los balnearios de Bohemia en esos días. Y esto es fundamental dado que en aquellas ciudades balneario que por entonces, al ser territorio neutral, se convertían en lugar de cita de importantes personalidades de toda Europa, había concienzudos registros de visitantes que daban fe de quién llegaba y quién se marchaba, además de que para cruzar los diversos territorios del Imperio eran necesarios pasaportes. Y allí no se ha encontrado, aún, el nombre de Josephine von Stackelberg. Tampoco, como ya hemos visto, se conservan pruebas de contacto alguno entre Josephine Deym y Beethoven posteriores a 1808; ni siquiera sabemos cómo reaccionó Beethoven ante la muerte de su antigua amada, el 31 de marzo de 1821 (ese año de 1821 es uno de los más oscuros en la vida de Beethoven, dada la lamentable carencia de documentación de cualquier tipo).
(Para dar un tono acaso melodramático a cualquiera de estas dos hipótesis, casualmente ambas mujeres dieron a luz unos nueve meses después de que Beethoven escribiese esta carta, lo cual ha hecho enormemente tentador para los defensores de una u otra candidata a considerar esos niños como hijos naturales de Beethoven.)
Recientemente ha surgido una tercera candidata hasta entonces innombrada en la abundante literatura sobre Beethoven: el de Almérie de Esterházy, hija del conde Valentin Ladislaus Ferdinand Esterházy. El historiador musical checo Jaroslav Čeleda estudió la cuestión a mediados del siglo XX, pero hasta el año 2000 no se hicieron públicas sus investigaciones, como parte del libro Ludwig van Beethoven in Herzen Europas: Leben und Nachleben in den böhmischen Ländern, cuyos editores, Oldrich Pulkert y Hans-Werner Küthen fueron los responsables de sacarlas a la luz. Lo cierto es que es una teoría un tanto particular. No hay pruebas de que siquiera se llegasen a conocer y Čeleda aporta algunas un tanto «traídas por los pelos» como el uso sarcástico de términos militares en la correspondencia de Beethoven con el editor Steiner desde el momento en que se supo que Almérie se casaría con un alto mando militar, el conde Murray de Melgum. Además, algunos de los elementos de la investigación están tomados de un libro titulado Verklugenes Spiel, de Carl Pidoll, que utiliza como fuente unas supuestas memorias de Zmeskall que son ficticias. Por tanto, esta hipótesis es bastante débil y quienes la apoyan tienen una imperiosa necesidad de aportar pruebas si realmente quieren se tome en consideración.
Fuese quien fuese la destinataria de la carta, lo cierto es que nos encontramos con otra crisis como la que comenzó este capítulo: entonces, en el otoño de 1802, Beethoven constató que tenía que vivir con su sordera tras pasar por una fase de desesperación que le llevó a escribir el Testamento de Heiligenstadt. Ahora, en el verano de 1812, de lo que se da cuenta es de que cuando por fin ha encontrado a aquella que puede llenar su vida y hacerle feliz, la relación es imposible y tiene que renunciar a ella y a unir su alma a la de una mujer, tal vez para siempre. De crisis a crisis.
A título anecdótico, os cuento que la traducción correcta de la expresión de Beethoven sería «mi inmortalmente amada», pero ya hay una honda raigambre del apelativo que aquí se utiliza. Como ilustración musical, aquí tenéis la breve canción An die Geliebte, cuyo manuscrito regaló Beethoven a Antonie Brentano.
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