Hans Richter (1843-1916), que dirigió el estreno de esta obra
(Foto de Herbert Rose Barraud, c. 1880)
Dado que no pudo acabar la Novena (de la que hablaremos en su momento), podríamos considerar la Octava Sinfonía de Bruckner como el punto culminante del ciclo, la pieza con la que logró sublimar todo su pensamiento sinfónico, uno de los hitos de este género en el que algunos dieron en llamar "el siglo de la gran sinfonía", que, a mi parecer, comienza con la Heroica de Beethoven en 1803 y tal vez llegue a su cúspide con la Octava de Mahler en 1907.
Bruckner trabajó en su Octava sinfonía entre 1884 y 1887. En septiembre del último año citado mandó la partitura al director Hermann Levi, en cuyo criterio nuestro compositor confiaba casi ciegamente. La opinión negativa de Levi lo llevó a sufrir un ataque de nervios y de inmediato empezó a revisar la partitura. Finalmente se estrenó en Viena el 18 de diciembre de 1892, bajo la dirección no de Levi, sino de Hans Richter y con una dedicatoria al emperador Francisco José I.
Siempre se ha hablado sobre el supuesto "provincianismo" de Bruckner, muchas veces junto a una especie de "asombro" porque alguien tan (digámoslo sin ambages) paleto hubiese hecho cosas tan sublimes. Tal vez esta forma de ver las cosas llegue a su cénit en el texto que Richard Osborne escribió para la grabación que en 1975 realizó Karajan de esta pieza. Os cuento algunas lindezas. Primero habla de los comentarios que hizo Josef Schalk (uno de los villanos de esta historia, como sabréis si habéis leído alguna otra de estas entradas), que "hubo de acudir" al Prometeo de Esquilo para analizar lo que decía la sinfonía, unas analogías que -sigo citando textualmente- eran "mejores que las del propio Bruckner". Es decir, tenía que venir alguien a decirle a Bruckner en qué se había inspirado... Habla después de que el scherzo de la obra se "resintió" de que Bruckner asociara la música con el "deustche Michel", una suerte de arquetipo de campesino. Por supuesto, de nuevo hubo quien tuvo más claro que el propio compositor de dónde había sacado la idea. Y, para no enrollarme demasiado, terminemos con el comienzo del finale, que, según el comentarista, Bruckner "ingenuamente describió como cosacos al galope". Sin duda los esclarecidos críticos encontrarían otro elemento que el pobre compositor no supo expresar... En fin...
Hay tres versiones hoy en día de esta obra. La original de 1887, editada por Leopold Nowak en 1972, la que es una mezcla de las versiones de 1887 y 1890, editada por Robert Haas en 1939 y la versión de 1890, editada por Nowak en 1955. Aquí tenéis un ejemplo de la tercera, dirigida por Celibidache, que siempre es una garantía.