Llegó el último lunes de octubre, toca pieza de Las estaciones de Chaikovsky. En este caso se titula, como no podía ser de otra forma, Conción de otoño y os la traigo en las manos de un gran pianista, Lev Oborin.
Pau Casals siempre se distinguió no solo por su excelencia como violonchelista, sino por las muchas iniciativas de todo tipo que tomó. Musicales sobre todo: ya en 1919 había fundado en Barcelona la Orquesta Casals, con la que dio muchos conciertos para obreros. Precisamente con ella estaba ensayando la Novena de Beethoven cuando estalló la guerra civil. Casals se exilió primero en Prades (Francia), donde también crearía un festival de música años después; desde allí trabajó en favor de la Cruz Roja y de los otros exiliados catalanes, colaborando incluso en el reparto de la ayuda. Cuando vio que tras acabar la segunda guerra mundial no se tomaban medidas para acabar con el régimen de Franco, decidió no volver a tocar en público. Mantuvo este silencio hasta cinco años después, 1950, cuando se celebró el bicentenario de la muerte de Bach. En 1956 se estableció en Puerto Rico, donde también ejerció una importante labor docente. Aparte del festival de Prades, su nombre también estará siempre unido a otros como los de Perpiñán o Marlboro. También actuó ante la Asamblea General de las Naciones Unidas o en la Casa Blanca, teniendo como anfitrión al presidente Kennedy (recital que fue grabado y que es uno de los cuatro discos que aparece en la foto que encabeza este texto). Para terminar este pequeño homenaje al mejor violonchelista de la historia, os traigo una interpretación de la segunda sonata para violonchelo de Beethoven, grabada en Perpiñán el 31 de julio de 1951 junto al pianista Rudolf Serkin.
El próximo día 22 de octubre se cumplirán cincuenta años de la muerte de Pau Casals, uno de los violonchelistas más importantes de la historia, y le voy a rendir un pequeño homenaje en esta entrada y en la siguiente. Pau Casals i Defilló nació en la localidad tarraconense de El Vendrell el 29 de diciembre de 1876, en el seno de una familia que había hecho fortuna en Puerto Rico y que tenía inquietudes musicales. Pronto se trasladó a Barcelona y compatibilizó sus estudios musicales con actuaciones en cafés. Empezó con el violonchelo a los once años y después de graduarse en la escuela musical de Barcelona obtuvo una beca de la Reina Gobernadora para proseguir sus estudios primero en Madrid y luego en Bruselas. Tras una discusión con su profesor de violonchelo, Édouard Jacobs, se fue de Bruselas y, tras trabajar en París durante un tiempo en una orquesta de teatro, volvió a Barcelona, donde se convirtió en profesor en en Liceo y en miembro de su orquesta.
Su presentación internacional tuvo lugar en Londres con el Concierto de Lalo en 1899; a partir de ahí comenzó una carrera que lo llevó por muchos lugares bien como solista o bien como miembro de conjuntos de cámara. Formó un trío de piano y cuerda con el violinsta belga Matthieu Crickboom y con Enric Granados, luego un cuarteto de cuerda con el propio Crickboom, Josep Rocabruna (segundo violín) y Rafael Gálvez (viola). Pero tal vez el conjunto más conocido sea el que formó con el violinista Jacques Thibaud y el pianista Alfred Cortot.
Hay muchas cosas por las que reconocer a Casals; hoy me detendré en una de ellas, que no es otra que el "redescubimiento" de las Suites para violonchelo solo de Johann Sebastian Bach, que encontró por casualidad en una tienda de música de Barcelona cuando tenía trece años y que interpretó por primera vez, tras un concienzudo estudio, doce años después. Aquí lo tenéis interpretando la primera de las Suites.
George Gershwin en marzo de 1937, cuatro meses antes de su muerte
(Legado Carl van Vechten, Biblioteca del Congreso)
El pasado día 26 de septiembre se cumplieron 125 años del nacimiento en Nueva York de George Gershwin, el compositor norteamericano que quizá haya entrado con más fuerza en las salas de concierto. Hijo de emigrantes rusos de origen judío, en principio fue autodidacto en música aunque después estudió piano y composición. Sus primeros pasos en la carrera musical fueron como presentador de un muestrario de canciones de una editorial para vender, pero no tardó mucho en empezar a componer música para Broadway, en muchas ocasiones basándose en letras de su hermano Ira. Marchó a París para ampliar sus estudios con Nadia Boulanger y Maurice Ravel, pero ambos mostraron reticencias no por nada negativo, sino para evitar que perdiera la esencia jazzistica que le era inherente. Vuelto a Estados Unidos y a pesar de componer obras importantes como la ópera Porgy and Bess (1935) acabó trabajando para la industria cinematográfica. Un tumor cerebral se lo llevó prematuramente el 11 de julio de 1937. Os traigo hoy una de sus obras más conocidas, la Rhapsody in Blue, de 1924, en unas manos inmejorables.
Prórroga del contrato de trabajo de una exiliada española en Francia (1940)
El pasado día 12 de septiembre se cumplieron 125 años del nacimiento en Madrid del compositor Salvador Bacarisse. He de confesar que solo conozco de él un movimiento de una de sus obras, una pieza que es enormemente popular. Si lo he traído a estas páginas a pesar de lo poco que sé de él y de su obra es porque ese movimiento, esa romanza de su Concertino en la menor para guitarra y orquesta me resultó tan evocador, tan representativo de lo que podía estar pasando por la mente de un exiliado como él, que me hizo empezar a escribir algo que se quedó en embrión, una novela que se iba a llamar así precisamente, Exilio. Allí murió nuestro compositor, en París, el 5 de agosto de 1963. Y esto es un fragmento de lo que yo escribí tras escuchar esa música:
Fue un día de 1963. No recordaba la fecha. En su pequeño pero cómodo apartamento cercano a la Rue Saint-Jacques oyó sin escuchar una noticia que daba la radio. Acababa de morir en París un compositor español cuyo nombre le resultaba desconocido. Salvador Bacarisse. Un madrileño exiliado, varias veces premiado durante la República y luego olvidado. En su honor, la emisora francesa transmitió un fragmento de su Concertino para guitarra. Cuando las notas musicales empezaron a posesionarse del aire, cuando esos melancólicos acordes arrancados al instrumento flotaron por encima de su cabeza, Mauricio Galdón notó una sacudida en su pecho, un terremoto entre sus sienes, un cataclismo en su mente. Esa música tiraba con fuerza de algo que se arrinconaba en una esquina oscura de su memoria. La melodía, serena, españolísima, era entendida por Mauricio como un lejano lamento, una tremenda añoranza de la tierra perdida, que se sabía definitivamente abandonada. Nunca se había interesado por la música, pero aquellas frases elegantes de la guitarra, aquellas respuestas contundentes pero suaves de la orquesta, aquella sucesión de lamentos salidos del alma de la guitarra, atrajeron su atención como nunca antes nada lo había hecho. El sonido, el nombre de su autor, martilleaban su cabeza con insistencia. Era el principio de una obsesión.
Al día siguiente se lanzó a buscar información sobre Bacarisse. ¿Quién era? Un compositor desconocido, aunque con cierta fama antes de la guerra. Dos veces premio nacional de música, amigo de grandes compositores e intérpretes. Por fin, hurgando entre nuevas enciclopedias, encontró una exhaustiva relación onomástica de músicos de todo tiempo y lugar. Sólo una breve reseña de Bacarisse: Compositor español, nacido en Madrid en 1898, dos premios nacionales de música, una carrera llena de esperanzas para el arte musical contemporáneo, la quiebra de la guerra, un exilio que influyó decisivamente en su obra. Un músico embebido en lo que se dio en llamar “Generación del 27”, grupo de poetas a la vez tradicionales y vanguardistas, poetas del cante jondo y del surrealismo más radical… Bacarisse había acusado el exilio, sus piezas se hicieron más españolas, menos universales, más imbuidas de nostalgia. Parece ser que fue Narciso Yepes quien convenció al compositor para crear el Concertino. Bacarisse no apreciaba la guitarra. Pero le dio uno de los conciertos más bellos que se hayan compuesto jamás para ella. Ese romance, esa melodía lenta, suave, llena de melancolía y añoranza quizá no fue ideada como un lamento por la tierra perdida y nunca olvidada, pero despertó en Mauricio Galdón esos sentimientos.
Aquí tenéis ese fragmento tan evocador, con Marcos Victoria-Wagner a la guitarra y la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Granada dirigida por Gabriel Delgado Morán.