A la manía que muchos han tomado en estos tiempos de “autenticismo” a Furtwängler se ha de unir el recelo por su actitud en la etapa nazi que aún siente mucha gente. Para muchos, Furtwängler debió seguir el camino de colegas como Erich Kleiber, que se negó a quedarse en una Alemania secuestrada por un régimen criminal. El uso que de él hizo la poderosa propaganda nazi fue tan intenso que incluso años después de liquidados Hitler y los suyos aún le queda la rémora de filonazi.
Y el caso es que Furtwängler se quedó porque, ingenuamente, pensaba que en sus manos estaba cuidar del arte alemán, de no dejar que se utilizase la música, esa gran música que él sintió como pocos, en provecho de la ideología. Algo que muchos no se creen.
Más injusto aún me parece cuando lo comparo con los casos de otros músicos que también se quedaron en la Alemania nazi y de los que casi nunca hay sospechas. O más bien se destacan aspectos que muestran sus diferencias con los nazis. Veamos algunos ejemplos.
Karl Böhm, austriaco, también se quedó; su “roce” con los nazis estuvo relacionado con Richard Strauss, que a la altura de 1944 había caído en desgracia después de que los nazis le hubiesen considerado “el más grande compositor vivo”. A pesar de ello, Böhm siguió siendo uno de los mayores valedores de la música del bávaro. Como Furtwängler, también se tuvo que someter a un proceso de desnazificación y, como él, no pudo trabajar hasta 1947, cosa que pocas veces se dice.
Clemens Krauss, “honrado kapellmeister” del que se suelen valorar sus interpretaciones de Wagner en los primeros años del Nuevo Bayreuth, era amigo personal de Hitler y Göring, se aprovechó de la renuncia de otros músicos que protestaban por el nazismo y asumió el cargo que dejó Knappertsbusch en Múnich cuando los nazis expulsaron de allí al de Elberfeld.
Richard Strauss, fue presidente de la Reichmusikkammer, sustituyó a Toscanini en 1933 en Bayreuth cuando el Maestro se negó a dirigir en protesta por el advenimiento del nazismo, escribió el himno de los Juegos Olímpicos de 1936 y un himno festivo para Japón en 1940 y se relacionó con altos funcionarios nazis. Sin embargo, se añade que íntimamente rechazaba el nazismo, que nunca fue antisemita (su nuera era judía), que no renunció a colaborar con su libretista judío Stefan Zweig, etc.
Hans Pfitzner fue un nazi convencido de los primeros momentos, pero como en el caso anterior, se destaca que tuvo grandes amigos y valedores judíos (Mahler, Bruno Walter, Klemperer) y que pronto renegó del régimen. Y quien hoy en día le critica lo hace sólo por el conservadurismo de su música.
Igor Stravinsky, no es que simpatizase con los nazis, a pesar de su a veces grosero antisemitismo (del que se dice que era típico de los rusos de buena posición, como él) y de las grabaciones que hizo en Berlín en 1938 (a pesar de que los nazis le incluyeron dentro de lo que llamaron Entartete Musik, “música degenerada”), pero dijo de Mussolini que “él es el único hombre que cuenta en el mundo entero... Es el salvador de Italia y –esperemos- de Europa”.
Y el caso es que Furtwängler se quedó porque, ingenuamente, pensaba que en sus manos estaba cuidar del arte alemán, de no dejar que se utilizase la música, esa gran música que él sintió como pocos, en provecho de la ideología. Algo que muchos no se creen.
Más injusto aún me parece cuando lo comparo con los casos de otros músicos que también se quedaron en la Alemania nazi y de los que casi nunca hay sospechas. O más bien se destacan aspectos que muestran sus diferencias con los nazis. Veamos algunos ejemplos.
Karl Böhm, austriaco, también se quedó; su “roce” con los nazis estuvo relacionado con Richard Strauss, que a la altura de 1944 había caído en desgracia después de que los nazis le hubiesen considerado “el más grande compositor vivo”. A pesar de ello, Böhm siguió siendo uno de los mayores valedores de la música del bávaro. Como Furtwängler, también se tuvo que someter a un proceso de desnazificación y, como él, no pudo trabajar hasta 1947, cosa que pocas veces se dice.
Clemens Krauss, “honrado kapellmeister” del que se suelen valorar sus interpretaciones de Wagner en los primeros años del Nuevo Bayreuth, era amigo personal de Hitler y Göring, se aprovechó de la renuncia de otros músicos que protestaban por el nazismo y asumió el cargo que dejó Knappertsbusch en Múnich cuando los nazis expulsaron de allí al de Elberfeld.
Richard Strauss, fue presidente de la Reichmusikkammer, sustituyó a Toscanini en 1933 en Bayreuth cuando el Maestro se negó a dirigir en protesta por el advenimiento del nazismo, escribió el himno de los Juegos Olímpicos de 1936 y un himno festivo para Japón en 1940 y se relacionó con altos funcionarios nazis. Sin embargo, se añade que íntimamente rechazaba el nazismo, que nunca fue antisemita (su nuera era judía), que no renunció a colaborar con su libretista judío Stefan Zweig, etc.
Hans Pfitzner fue un nazi convencido de los primeros momentos, pero como en el caso anterior, se destaca que tuvo grandes amigos y valedores judíos (Mahler, Bruno Walter, Klemperer) y que pronto renegó del régimen. Y quien hoy en día le critica lo hace sólo por el conservadurismo de su música.
Igor Stravinsky, no es que simpatizase con los nazis, a pesar de su a veces grosero antisemitismo (del que se dice que era típico de los rusos de buena posición, como él) y de las grabaciones que hizo en Berlín en 1938 (a pesar de que los nazis le incluyeron dentro de lo que llamaron Entartete Musik, “música degenerada”), pero dijo de Mussolini que “él es el único hombre que cuenta en el mundo entero... Es el salvador de Italia y –esperemos- de Europa”.
Y, para terminar, Herbert von Karajan, que se afilió en dos ocasiones al partido nazi para medrar pero luego, extrañamente, destruyó su carrera en la Alemania nazi al casarse con una mujer con ascendencia judía. Su pertenencia al partido nazi se ocultó hasta 1957, cuando ya era director de la Filarmónica de Berlín y dos años después de una triunfal gira por Estados Unidos con esa orquesta que había sido imposible bajo su antecesor, Furtwängler. Este año se jalea su centenario.
Lo anterior no es ni mucho menos un conjunto de acusaciones contra los personajes citados. Sólo pretende ser una muestra de que por más o menos lo mismo, están libres de sospecha. Cosa que no ocurre con Furtwängler. ¿Por qué?
É uma boa pergunta. Porquê realmente apenas para Furtwangler. Pessoalmente acho que nenhum artista deveria ser castigado excepto se tivesse participado em actos criminosos o que não é o caso. Isto não significa que se aprove o que ele fez. Pessoalmente não aprovo e acho que ele deveria ter feito como Toscanini ou Bartok. Resistir, saír, não colaborar. Mas entre isso e considerá-lo um criminoso vai uma grande distância. Ou seja devemos sem duvida condenar a sua atitude nessa altura mas não fazer de conta que não era um grande maestro e que nunca existiu.
ResponderEliminar¿Qué hubiéramos hecho cada uno de nosotros en las circunstancias de estos artistas? Hay muchas cosas en la vida de cada uno a tener en cuenta, antes de tirar piedras.
ResponderEliminarEnhorabuena por este blog, que es un monumento.