11.12.06

Las sinfonías de Beethoven: La Novena (I)

Federico Guillermo III, rey de Prusia
Con la Novena no sólo damos un salto temporal, sino cualitativo. Hasta ahora, Beethoven ha conseguido mucho, muchísimo con sus obras sinfónicas, tanto como hacer del XIX el siglo de la gran sinfonía, a decir de algunos autores. Sin embargo, con su última sinfonía logra crear una de las máximas alturas de la civilización, una de las indiscutibles obras maestras de la Humanidad. Por ello, hay que hablar más de ella que de las otras y será necesario escribir más de un mensaje. Vamos con el primero.

Empecemos haciendo un poco de historia sobre su composición; lo mejor es seguir a los Massin, que parten de cuatro puntos que finalmente confluirán en la Novena Sinfonía. Por un lado, desde 1792 Beethoven tenía intención de poner música a la Oda a la alegría, poema que Schiller había escrito en 1785 y publicado al año siguiente. Esto se sabe gracias a Ludwig Fischenisch, amigo de Schiller que conoció a Beethoven en Bonn, que en una carta del 26 de febrero de 1793 a la esposa del poeta dice de nuestro compositor que “desea también poner música a La Alegría de Schiller”. No lo hizo de momento, pero durante los años siguientes escribió acompañamientos musicales para varios versos del poema e incluso planeó componer una obertura sobre él cuyos esbozos finalmente acabaron siendo parte de la obertura Namensfeier (Para la onomástica) Op. 115 (1815).

El segundo punto habla de un tema musical que terminaría convirtiéndose en el conocido como Himno a la alegría. Lo utilizó por primera vez en 1795, en el lied Gegenliebe (Amor mutuo) WoO 118 nº 2. Un motivo semejante aparece en un borrador de 1804 asociado a uno de los versos del poema de Schiller, pero donde encontrará su desarrollo máximo será en la Fantasía Coral Op. 80 (1808). Catorce años después, en 1822, se convertirá en el tema principal del último movimiento de la Novena.

El tercer punto se refiere a la voluntad de Beethoven de aunar instrumentos y voz humana en una obra sinfónica. Los primeros proyectos son de 1807 y atañían a la Sexta Sinfonía, cuyo Himno de los pastores podría no haber sido meramente instrumental. Años después, en 1818, pensó en lo mismo para un proyecto sinfónico (que sería una décima sinfonía, pues en 1817 escribió a Ferdinand Ries que tenía en mente dos grandes sinfonías que pretendía acabar a comienzos de 1818) en el que introduciría las voces en un Adagio y culminaría con una fiesta báquica. Cuatro años más tarde vuelve a hablar del proyecto de dos sinfonías nuevas, la segunda de las cuales tendría un final coral con música turca incluida, pero aún sin que ese coro cante la oda se Schiller.

El cuarto punto es el proyecto de una sinfonía en re menor, que los Massin sitúan ya en 1811; de 1817 datan los primeros bocetos de la Novena. A mediados de 1823, con el primer movimiento terminado y los dos siguientes esbozados, aún piensa en un final instrumental.

Y es en octubre de 1823 cuando los cuatro puntos confluyen: es entonces cuando decide que el poema de Schiller, con la música que ha encontrado para acompañarlo, será el final coral de su Novena Sinfonía. En febrero de 1824 la obra está terminada. Se estrenó el 7 de mayo de 1824 en Viena y fue publicada dos años más tarde, por los hermanos Schott de Maguncia, con el número de opus 125 y con una dedicatoria para el rey de Prusia Federico Guillermo III, cuyo retrato encabeza este texto.

Más información y ejemplos en el foro.

(Continuará)

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