29.3.06

Del 10 al 1: Poulenc



Llegamos al quinto puesto y... ¡Oh sopresa! ¿Un compositor del siglo XX? Por supuesto, Francis Poulenc, de quien hay 144 obras en mi fonoteca (deben de ser casi todas sus obras conservadas; el catálogo de Carl B. Schmidt -FP- aparecido en 1995, comprende 185 entradas, que yo sepa). Empatado con Schubert y sólo por encima de él gracias al azar del orden alfabético. Pero, ¿cómo es posible que un aficionado no especialmente entendido como un servidor tenga tantas obras de un compositor "poco habitual"?

Conocí la música de Poulenc de rebote. Compré una versión determinada de Pedro y el lobo, de Prokófiev, junto con la cual venía la música para Historia de Babar el elefantito. Me gustó. Más adelante compré otro disco por las Nuits d'été de Berlioz en el que había varias canciones de Poulenc. Esto, unido a alguna audición de su célebre Concierto campestre movieron mi curiosidad y me enteré de que EMI Francia había sacado en 1999, con motivo del centenario del nacimiento del compositor, una especie de "obras completas" en cuatro cajas de cinco discos cada una. Y cayeron.

Francis Poulenc nació en París el 7 de enero de 1899, en el seno de una familia muy acaudalada (a los boticarios nos sonarán los laboratorios Rhône-Poulenc, que ignoro si aún existen...) Sus primeras lecciones las recibió de su madre, pero finalmente acabó estudiando con el pianista español Ricardo Viñes. Formó parte del célebre Grupo de los Seis (junto con Milhaud, Honegger, Auric, Tailleferre y Durey), puntal de la vanguardia musical francesa en los años 20, y recibió influencias diversas, entre las que se suele señalar especialmente la de Stravinsky. En todo caso, Poulenc es Poulenc, único e intransferible, fiel a su credo estético (le he visto calificado como compositor "diatónico"), denostado por vanguardias dogmáticas, calificado de "ligero", "intranscendente"...

Sufrió una crisis de fe, pero algunos acontecimientos vividos en 1936 hicieron que volviera al catolicismo, lo que le llevó a componer bastante música religiosa. Durante la guerra se quedó en la Francia ocupada, desafiando a su manera a los nazis. Tras la guerra vinieron algunas de sus obras más importantes, especialmente la ópera Diálogos de carmelitas, cuyo final sobrecoge hasta al más frío, y que algunos consideran como la más importante ópera francesa del siglo XX. Poulenc murió en su ciudad natal, de un repentino ataque al corazón, el 30 de enero de 1963.

22.3.06

Un repaso a mis ídolos: Gottlob Frick


Hace años, en los primeros tiempos del disco compacto, compré una rara versión de La Creación de Haydn, grabada en el Berlín Oriental en 1960. Sus protagonistas eran tres grandes cantantes, habituales de los años dorados del "Nuevo Bayreuth": la soprano Elisabeth Grümmer (que pronto aparecerá por aquí), el tenor Josef Traxel y un bajo de voz muy, muy oscura: Gottlob Frick. Poco después me hice con la célebre Flauta Mágica grabada en 1964 bajo la dirección de Otto Klemperer en la que Frick capea perfectamente las dificultades del personaje de Sarastro. Desde entonces su inconfundible voz se convirtió en una de mis favoritas. Como siempre que hablo de cantantes, confieso mi ignorancia sobre lo que se considera "ortodoxia vocal" (digo que soy ignorante sobre ella, pero me da la sensación de que tal "ortodoxia" está tal vez demasiado escorada hacia "lo italiano") y no sé si Frick cumplía con las condiciones canónicas que muchos exigen a los cantantes. Lo único que sé es que para mí se merece estar incluido en esta relación de "ídolos" que someramente repaso en estas páginas.

Gottlob Frick nació en la localidad de Ölbronn, en Baden-Württemberg, no muy lejos de Stuttgart (patria chica de Wolfgang Windgassen), el 28 de julio de 1906. No tardaremos mucho, por tanto, en celebrar su centenario. Lo de cerca de Stuttgart no es baladí, pues estudió con Fritz Windgassen (padre de Wolfgang) y también con Julius Neudörfer-Oppitz. En 1927 ingresó como estudiante en la ópera de Stuttgart. Cantó como solista por primera vez en Coburg (1934), como el Daland de El holandés errante y entre 1940 y 1950 perteneció a la compañía de la Ópera Estatal de Dresde, a la que le llevó Karl Böhm. Posteriormente pasó a Berlín y también a los grandes teatros de ópera del mundo, aunque siempre mantuvo una relación especial con los de Viena y Múnich. En Bayreuth primero formó parte del coro; hasta 1960 no se presentó como solista, encarnando Hagen y Hunding en el Anillo, lo cual se repitió anualmente hasta 1964. En 1985 dio su último concierto público; hasta 1975 siguió cantando en los escenarios de ópera. Murió en Mühlacker el 18 de agosto de 1994. En 1995 se fundó en su ciudad natal una Sociedad Gottlob Frick, con el fin de que se mantenga su memoria artística; organiza además conciertos con figuras consagradas del canto así como con nuevos cantantes que se están abriendo paso

Frick abarcó un repertorio bastante amplio, pero si se le recuerda especialmente es como intérprete de grandes personajes asignados a la voz de bajo en la ópera alemana: el Sarastro de La flauta mágica, el Osmin del Rapto en el serrallo, el Rocco de Fidelio, el Kaspar de El cazador furtivo... Algunos de sus papeles wagnerianos son considerados por algunos comentaristas como insuperados, especialmente Hagen. Yo recomendaría todas las grabaciones que tengo de él, quizás con la excepción de su Comendador (Don Giovanni). La dicción italiana no era lo suyo, creo que no iba bien con su voz. Por lo demás, citaré su Sarastro (La flauta mágica, Klemperer, EMI, 1964), su Rocco (Fidelio, Furtwängler, Andante, 1953, versión en directo y también con Klemperer, EMI, 1962), su Landgrave (Tannhäuser, Konwitschny, EMI, 1960), su rey Heinrich (Lohengrin, Kempe, EMI, 1962-63), su Fafner y su Hunding en el Anillo romano de Furtwängler (EMI, 1953), su Hunding en la última grabación de Furtwängler (La valquiria, EMI, 1954), también Hunding -y Hagen- en el Anillo de Solti (Decca, 1964), su Veit Pogner (Los maestros cantores, Knappertsbusch, Orfeo d'Or, 1955) y su Gurnemanz (Solti, Decca, 1972)

17.3.06

Las sinfonías de Beethoven: la Sexta


Normalmente encabezo esta serie de textos que dedico a las sinfonías de Beethoven con los retratos de aquellos a quienes están dedicadas. En algún caso no ha podido ser así porque me ha sido imposible encontrarlos. En éste, no lo hago porque los dedicatarios son los mismos que los de la Quinta (el príncipe Lobkowitz y el conde Razumovsky). La imagen del principio es la de Justin Heinrich Knecht, compositor nacido en Biberach (Alemania) el 30 de septiembre de 1752 y fallecido en la misma ciudad el 1 de diciembre de 1817. ¿Qué pinta aquí este músico, que fue organista en su ciudad natal y Konzertmeister en Stuttgart? Muy sencillo. En 1784 escribió una sinfonía que tituló, en francés, Le portrait musical de la nature, con un carácter abiertamente programático que le llevó a poner títulos característicos a sus movimientos.

Fue ésta, por tanto, una de las fuentes de inspiración para la Pastoral de Beethoven (por una vez el remoquete de la obra es debido al propio autor). Otra, su amor por la naturaleza. La obra fue compuesta entre los años 1807 y 1808, se estrenó en el célebre concierto del 22 de abril de 1808 y apareció publicada en Leipzig, por Breitkopf & Härtel, con el número de opus 68 en 1809.

Sí, Beethoven asignó títulos a sus cinco movimientos y en ellos se empeñó en describir la naturaleza: los cantos de aves que coronan el segundo movimiento, la fiesta campesina del tercero, la tormenta del cuarto... Pero no exigió al oyente que se imaginase lo que ahí se decía. La música también se debía disfrutar por sí misma, sin necesidad de buscar "el despertar de apacibles sentimientos al llegar al campo".

Estamos ante una de las obras más populares de Beethoven, cuya música ha sido exprimida hasta lo indecible especialmente por la publicidad. De jovenzuelo no dejaba de asombrarme que ninguno de los movimientos de la obra se hubiese librado de aparecer en anuncios de todo tipo. Es el precio de la celebridad, algo que para ciertos aficionados a la música se traduce en el ostracismo para las obras que "llegan hasta el populacho". Craso error.

Como siempre, versiones. Mi debilidad por el Beethoven del Furtwängler de la guerra es evidente y no puedo dejar de citar su grabación de los días 20-22 de marzo de 1944 con la Filarmónica de Berlín. Añadamos dos grabaciones clásicas e imprescindibles: André Cluytens con la Filarmónica de Berlín (EMI, finales de los años 50) y Bruno Walter con la Orquesta Sinfónica Columbia (Sony, 1958). No ha mucho levantó bastante revuelo la ya célebre grabación de Carlos Kleiber con la Orquesta Estatal de Baviera (Orfeo, 1983), al parecer la primera y única ocasión en la que Kleiber hijo se enfrentó a esta obra y que ha quedado preservada gracias a la grabación que su hijo hizo del concierto en un ancestral "cassette". Para algunos una de las mejores versiones de esta obra y para otros, poco más que un esnobismo ("Yo tengo la Pastoral de Kleiber, ¿tú no?").

8.3.06

Del 10 al 1: Schubert


Un capricho del orden alfabético ha hecho que Schubert ocupe la 6ª plaza entre los diez compositores de los que más obras tengo, empatado a 144 con el 5º (cuyo nombre ya desvelaré).

Franz Schubert, nacido en Viena el 31 de enero de 1797 y fallecido en la misma ciudad el 19 de noviembre de 1828, es un autor lastrado por muchos tópicos. Algunos le consideran simplemente como un (excelso) autor de lieder. Otros piensan que fue un romántico exaltado (morir a los 31 años le hace sin duda candidato a tal título). Sin embargo, nos hallamos ante un músico que tocó todas las formas musicales, con mayor o menor éxito y, según muchos comentaristas, con el último de los clásicos antes que el primero de los románticos.

Sí, es cierto, Schubert compuso más de 600 lieder y alcanzó con ellos unas cotas sublimes. Fue el punto de partida para otros autores que cultivaron el género en los países germánicos y de su obra deriva en mayor o menor medida la de Schumann, Brahms, Wolf o Mahler. Schubert llevó asimismo a la perfección un nuevo género, el ciclo de lieder, con sus extraordinarios Die schöne Müllerin y Winterreise. Pero Schubert es algo más. Compuso una cantidad notable de música de cámara (tríos, cuartetos), para piano (sonatas, impromptus, momentos musicales), ópera (género en el que no tuvo éxito a pesar de producir en él numerosos títulos), religiosa (muchas misas de "agnóstico") y sinfónica. Otra cosa es que no se conozca o no se quiera conocer. Algunos de sus cuartetos, sus últimas sonatas para piano, las dos últimas sinfonías, deberían bastar para situarle en el lugar que merece en la historia de la música.

Curiosamente yo tardé bastante en llegar al Schubert de los lieder. Lo primero que conocí fue su célebre sinfonía Inacabada (durante muchos años considerada como la nº 8, actualmente, retirados los escasos bocetos de la llamada sinfonía nº 7 del canon sinfónico schubertiano, es oficialmente su séptima sinfonía), en un disco de vinilo correspondiente a una de esas colecciones de quiosco, interpretada por István Kertész y complementada con algunos extractos de Rosamunda. Ya en la era del disco compacto, me hice con la grabación de las sinfonías completas por Harnoncourt, con la que descubrí que Schubert había salido de ese extraño club de los compositores de "las nueve sinfonías" para pasar a tener sólo ocho (y eso que ahora circulan grabaciones de las "diez sinfonías"). Mucho después me hice con mi primer Winterreise, junto con algunos lieder y, desde luego, lo que escuché me llevó a querer más, aunque sólo últimamente he conseguido reunir un número considerable de obras de Schubert. En mi caso he notado una positiva evolución, del tópico (romántico autor de lieder) a la justicia (una de las grandes figuras de la música, culminación del clasicismo vienés). Ojalá muchos la siguieran.

(Dedico este texto a mi amiga negrasombra, me encantaría que lo leyera)

3.3.06

Un repaso a mis ídolos: Gundula Janowitz


El de Gundula Janowitz fue uno de los nombres que más se repetían en los primeros discos que me compré (o, mejor dicho, que conseguía tras muchos ruegos que me comprasen mis padres: eran tiempos de vacas flacas...)

Nació en Berlín el 2 de agosto de 1937, aunque se formó musicalmente en Austria, concretamente en Graz, donde estudió con Herbert Thöney. Sus presentaciones en los principales teatros de ópera del mundo tuvieron lugar en 1960 (Ópera de Viena, como la Barbarina de las Bodas mozartianas), 1964 (Glyndebourne, como Idomeneo, compartiendo escenario con un joven y prometedor tenor italiano que respondía al nombre de Luciano Pavarotti), 1967 (Metropolitan, como Sieglinde) y, el más tardío, en 1976 (Covent Garden, como Donna Anna). Como siempre digo al hablar de cantantes, no tengo ni idea de técnica vocal y no sé hacer uso esas arcanas palabras en italiano que se suelen emplear para calificarlos; pero al igual que me atreví a señalar la belleza como la característica que yo destacaría en Lucia Popp, en el caso de Janowitz sería el poderío, la potencia. Nunca la he escuchado flaquear en ninguno de los registros de su voz. Algunos críticos la tachaban de fría, poco espectacular. Sin embargo yo me quedo con la opinión de otros que valoraban precisamente esa falta de tendencia al histrionismo, su elegancia basada en la música y la línea de canto más que en efectismos.

Se retiró en 1990; se dedica a la enseñanza e incluso duante una temporada (1990-91) dirigió un teatro, el Graz-Steiremark.

Parece ser que se valora mucho una faceta suya que precisamente es la más desconocida para mí: la de intérprete de lieder. Yo sólo he podido disfrutar, y mucho, de sus Cuatro últimos lieder de Richard Strauss con Karajan (DGG, 1974). Más trillado tengo su repertorio operístico, donde sobre todo brilló en papeles mozartianos y straussianos. De lo que conozco destacaría su Condesa en las Bodas dirigidas por Böhm (DGG, 1968), su Fiordiligi en el Così de Salzburgo en el que se conmemoró el 80º cumpleaños de Böhm (DGG, 1974), su extraordinaria Pamina en la Flauta de Klemperer (EMI, 1964, ¡¡27 añitos!!), su Fidelio/Leonora con Bernstein (DGG, 1978, una grabación que tengo en 3 LP y que me sirvió también para iniciar mi admiración por Lucia Popp), su Agathe en el Cazador Furtivo de Weber dirigido por Carlos Kleiber (DGG, 1973), su Ariadne con Kempe (EMI, 1969) y, como curiosidad, su aparición como una de las muchachas-flores en el mítico Parsifal del Festival de Bayreuth de 1962, bajo la dirección de Knappertsbusch.

Fuera de la ópera, me encantan sus intervenciones como Hanna en Las estaciones de Haydn (Karajan, EMI, 1973), como Klärchen en el Egmont de Beethoven (Karajan, DGG, 1969-70), en la Missa solemnis de Beethoven grabada por Karajan en 1966 y que cuenta con un cuarteto vocal "milagroso" (Janowitz, Ludwig, Wunderlich, Berry), en el Réquiem Alemán de Brahms (Karajan, DGG, 1964) y en las ya citadas Cuatro últimas canciones de Richard Strauss.